En un año, estos periódicos han disminuido su tirada un 20% para reducir costes, pero, aun así, las grandes cabeceras se someten a regulaciones de empleo para sobrevivir
05 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Hace un año, los repartidores de los periódicos gratuitos se amontonaban en las principales aceras gallegas para hacer llegar un producto novedoso e interesante al peatón. A las nueve de la mañana, ciertos puntos eran auténticos hervideros de papel a los que los viandantes echaban mano sin saber muy bien qué elegían. Doce meses después, la imagen es muy diferente: apenas dos, o a lo sumo tres repartidores, entregan periódicos a lectores que no los compran.
¿Qué ha ocurrido con la prensa gratuita para que en el plazo de tres o cuatro año pasase de ser marcador de tendencia, con sus titulares cortos e impactantes, a una rémora para los grupos editoriales? ¿Cómo se explica que en doce meses rebajasen su tirada un 20% y que las grandes cabeceras se hayan sometido a cierres puntuales e incluso a regulaciones de empleo que diezman las plantillas?
No hay una razón única. Pero parece claro que la caída tiene que ver con la crisis económica, el recorte de la publicidad y la saturación del mercado.
En períodos de vacas flacas muchos empresarios optan por recortar el presupuesto en la partida de la publicidad, esperando a épocas mejores para reaparecer en el mercado. No es lo que recomiendan los expertos, para quienes las marcas que aguantan el tirón de la crisis consolidan su presencia en el imaginario popular, porque esta se fijó en ese momento, que era cuando había menos competencia. Pero, estrategias al margen, es indiscutible la vinculación entre inestabilidad económica y un retraimiento a la hora de poner anuncios.
El otro factor está, por tanto, vinculado al primero. Las caídas del número y tamaño de los anuncios traen de cabeza a los departamentos de publicidad de todos los diarios del mundo. Ni los grandes se salvan, y hasta el todopoderoso The New York Times vio cómo su publicidad caía en el primer semestre de este año más de un 6%. En algunos gratuitos, según Alberto Montagut, director de ADN , las caídas son de hasta el 80%. Esto es un varapalo para cualquier diario, porque es la publicidad la que sustenta sus tiradas -el precio de venta no cubre los gastos de un periódico-, pero en un gratuito es un drama.
La primera solución fue recortar la tirada, para ahorrar papel, casi el más valioso de los bienes de un rotativo. En España se redujo la tirada de cuatro a tres millones de ejemplares diarios en un año: 20 minutos dejó de editar 250.000 ejemplares; Metro ronda los 100.000 de recorte; Qué supera una rebaja de 160.000, y ADN, cerca de 300.000. Como eso no fue suficiente, llegaron las regulaciones de empleo: del 40% en Qué y Metro, el cierre de delegaciones (las gallegas, por ejemplo) de ADN, y 20 minutos decidió hace meses prescindir de sus colaboradores externos.
Saturación
La puntilla a semejante conflicto llegó de la mano de su propio éxito: la saturación. Le Monde contabilizó este año más de 300 diarios gratuitos de información general en todo el mundo, lo que suma más de 40 millones de ejemplares al día. Solo en Europa representan el 23% de la prensa y, en el conjunto del globo, nada menos que el 7%. ¿Qué significa esto? Pues algo tan sencillo como que en una calle gallega cualquiera había cinco repartidores de otros tantos medios; Metro, 20 Minutos, ADN, Qué y LV. ¿Puede un lector ojear diariamente estos periódicos? ¿Se quedará con alguna noticia o atenderá la recomendación de quien se anuncia en un rincón de este maremágnum informativo?
Cuando nacieron los medios gratuitos, el público los acogió con las manos abiertas: por fin no habrá que pagar para leer el periódico, ni esperar a que lo termine de ojear el de la mesa de al lado en un bar. Simplemente, se coge el diario, se pone bajo el brazo y ya se mirará cuando haya tiempo, en el bus, en casa o en el parque. Pero si a uno le dan cinco diarios, la cosa cambia: ocupan muchísimo, se acumulan en casa o en el coche y manchan las manos. Si el lector dispone de tiempo y quiere leerlos con calma, cuando va por el tercer diario ya no sabe qué le contaron los otros.