Los trabajadores y sus familias defienden la central nuclear, ante la indiferencia de muchos vecinos, que tampoco confían en que el Gobierno cumpla sus planes
05 jul 2009 . Actualizado a las 02:22 h.«Si cierran la central, el valle de Tobalina va a perder mucho. Mucha gente nos quedaremos en el paro y aumentará la emigración». Son palabras de Manuel España, que lleva 21 años trabajando como mecánico de mantenimiento de la central nuclear de Garoña y que reside en Quintana Martín Galíndez, el principal pueblo de la zona.
«No me gusta tener una nuclear al lado de mi casa, porque no me ha beneficiado en nada. Por no tener, no tenemos ni aceras. El Ayuntamiento no ha invertido aquí ni un duro de lo que ha recaudado», explica de José Sánchez, un pontevedrés ya jubilado que lleva 14 años viviendo en Santa María de Garoña, localidad a poco más de un kilómetro de las instalaciones nucleares.
La diversidad de opiniones se palpa en cada rincón del valle, en el ambiente de las localidades que rodean a la central nuclear. Unas instalaciones que, si nadie lo impide, serán cerradas en el 2013, según ha dispuesto esta semana el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Si se hiciera una encuesta entre los 1.023 habitantes de los 33 pueblos que integran el valle de Tobalina, donde está ubicada la central, es probable que la mayoría optara por la continuidad de la nuclear, pues entre los que trabajan en ella, para ella o sus familiares sumarían más de la mitad de la población. Pero esta no es una opinión unánime, pues casi a todos aquellos que no tienen que ver con las instalaciones, o les da igual si la cierran o no, o prefieren su cierre para evitar riesgos.
«Me da igual que la dejen o que la eliminen, pues ni me da ni me quita, porque tampoco me preguntaron cuando la pusieron. No me ha beneficiado en nada, pues tengo dos hijos que estudiaron para trabajar en ella, uno química y física y otro electricista, y tras hacer prácticas un verano, no les volvieron a llamar. Y se han tenido que marchar. Por lo tanto, si la quitan, no me va a perjudicar», asegura Lucia, una mujer que lleva 62 años viviendo en Santa María de Garoña. Vive de lo que gana su marido, un agricultor.
Tanta indiferencia no es sin embargo muy común en el valle. Aurelio Arnáiz, un jubilado de 79 años residente en Garoña, que combinó el trabajo en el campo con el de guarda en la central, y que hoy tiene a sus hijos en nómina de Nuclenor, asegura: «Como la quiten, se acabó Tobalina. El valle se quedará como un cementerio. Llevo 45 años aquí y nunca ha pasado nada. No tenemos miedo a la posible contaminación. Hasta que no pongan empresas que den empleo, que no la cierren».
Divergencias en el comercio
Las posiciones enfrentadas entre los que tienen intereses en la central y los que no llega hasta el comercio de la zona. Así, mientras Lourdes Velasco, propietaria de la Casa Rural Torre Arcena, en el municipio de Herrán, afirma que «ha salvado el invierno gracias a la gente que viene a la central»; la propietaria del establecimiento Spar, ubicado en Barcina del Barco, a poco más de un kilómetro de las instalaciones nucleares (y que no quiso revelar su nombre), asegura que la central «perjudica más que beneficia».
Y añade: «No creo que me afectara casi nada al negocio el que cerraran la central. El dinero se lo llevan los que trabajan allí, y la mayoría viven en Miranda del Ebro o Medina de Pomar».
Sultanca Kostadinova, una búlgara que lleva cinco años residiendo en Quintana con su marido y sus dos hijas, lo ve de otro modo. Hoy regenta el bar de las piscinas. «La gente cuando no trabaja está más estresada y preocupada, y se comprueba ahora con la crisis. Si la cierran, se complicarán mucho las cosas», advierte.