Alberto II, quien se casará a principios de julio, ha conseguido con su familia reinante, los Grimaldi, y en pocas décadas, atraer una atención mundial.
01 jul 2011 . Actualizado a las 12:04 h.Mónaco, el segundo Estado más pequeño del mundo y feudo del príncipe Alberto II, quien se casará a principios de julio, ha conseguido con su familia reinante, los Grimaldi, y en pocas décadas, atraer una atención mundial que sobrepasa su auténtica influencia, aunque la poca que tenga, la aprovecha.
Despejado, mediante una reforma constitucional de hace ocho años, el peligro de que el país vuelva bajo soberanía de Francia si su gobernante no tuviera descendencia masculina, el Principado que se asoma al Mediterráneo desde un territorio rocoso y escarpado tiene bien colocados poder económico e influencia mediática.
Otro matrimonio de un Grimaldi, el de la actriz Grace Kelly con Rainiero, padres del actual príncipe, en 1956, asentó los reales monegascos en el mundo del glamour hollywoodiense tan sólidamente como los tienen sus cimientos los edificios de sus escasos dos kilómetros cuadrados de superficie.
Desde entonces se ha asociado a Mónaco con el lujo, la belleza, el placer de vivir de los más ricos, el sueño de una vida despreocupada, la Fórmula 1, el juego y la evasión fiscal, aunque en este último aspecto el Principado ha dado un giro que tiene el visto bueno de los reguladores mundiales de la lucha contra el blanqueo de dinero.
Este Principado de los Grimaldi mantiene su íntima vinculación con el juego y su legendario Casino -el Estado es principal accionista de la sociedad que lo regenta- pero ahora ya es más que paraíso fiscal, plaza financiera con decenas de bancos sometidos a la tutela del Banco de Francia.
Y sigue gozando del privilegio de contar seguramente con algunos de los perfiles más intensamente retratados del mundo, todos con el mismo apellido, Grimaldi, el mismo que el del guerrero disfrazado de monje franciscano que se hizo con «Le Rocher» (La roca) en 1297.
Los representantes actuales de la casa tienen poco que ver con el guerrero y comerciante oriundo de Génova que puso su nombre en los libros de historia y, sobre todo en las últimas seis décadas, han destacado por poblar las páginas de la prensa del corazón, donde los nombres propios Carolina y Estefanía, por ejemplo, no necesitan apellido.
Matrimonios fracasados, muertes trágicas, escándalos familiares e inconvenientes hazañas sexuales aireadas por la prensa a todo color, o reacciones airadas contra paparazzi son algunos detalles de la vida más reciente de algunos Grimaldi o sus familiares temporales que han entusiasmado a medio mundo.
Para la eternidad, o casi, quedan imágenes como la regia estampa de Grace Kelly convertida en princesa más allá del celuloide en la catedral de Mónaco, un Óscar de Hollywood que llegó al Principado de la mano de la revista «Paris-Match» para una sesión de fotos con Raniero que acabaría en boda.
La íntima relación entre lujo y drama produjo en pocas décadas una concentración de eventos noticiosos de una densidad por metro cuadrado posiblemente incomparable, que ha situado en un mapa emocional al país que, en realidad, no tanta gente es capaz de localizar exactamente sobre la costa mediterránea del sureste francés.
El Mónaco de Alberto II y la muy discreta exnadadora sudafricana Charlene Wittstock entra en la segunda década del siglo XXI con un perfil mucho menos acusadamente dominado por las pulsiones tan humanas de los últimos años de la centuria anterior en la familia.
Plataforma de inversiones, refugio de fortunas, con la «bendición» internacional a sus más recientes ejercicios de transparencia fiscal, el Principado parece atravesar un período de «normalidad emocional» y de mayor protagonismo en ámbitos internacionales de influencia discreta pero efectiva.
Las intervenciones de Alberto II en foros deportivos -como miembro del Comité Olímpico Internacional- políticos y económicos dan por tanto la impresión de una indisimulada pretensión de ser un país con la voluntad de ser tomado en serio como socio para aventuras quizás más prosaicas, aburridas, pero que garanticen permanencia a los Grimaldi y a sus escasos súbditos.