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Los más osados «Frank de la Jungla» gallegos

xavier lombardero REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

ALBERTO LÓPEZ

Pescar tiburones y peces espada, abatir grandes jabalíes o capturar reses de monte son aquí, más que aventura, oficio

15 ene 2012 . Actualizado a las 10:37 h.

Probablemente recordarán el caso del marinero Desiderio Roca, al que hace unos años le extrajeron de la cabeza el pico de un pez espada. Se lo clavó a la altura de la nariz mientras faenaba en el pesquero burelés Isami y 27 días después los cirujanos le retiraron por detrás de la oreja una punta de 9 centímetros que se desplazaba hacia la base del cráneo. El patrón y armador del barco, Miguel Ángel Fernández aún recuerda el caso como un golpe de suerte, por varias razones: «O peixe era pequeno, duns 17 quilos; non lle foi ao ollo, e a infección aínda non se estendera gravemente, de feito el non sabía que tiña dentro esa punta, de non ser que o mandei facer unha placa ao arribar a porto. Uns días máis e puidera chegarlle á vena xugular e envelenarse co mercurio que estes peixes acumulan nas espadas».

Es un ejemplo de la peligrosidad de algunos trabajos que, día tras día, son en sí mismos una aventura, forjadores de gente con un cuajo mucho más discreto pero mayor o similar si cabe al que demuestra el ya famoso televisivo Frank Cuesta, quien dedicó uno de sus programas de Frank de la Jungla en Cuatro a bucear en un acuario con tiburones. Porque tiburones son lo que más pescan varios cientos de hombres de los palangreros de Burela, A Guarda o Vigo, en el Atlántico y el Índico.

Los suben a bordo a menudo en mitad de mares muy encrespados, pendientes de que las tintoreras (caellas o quenllas para los gallegos) de hasta 200 kilos no muerdan brazos y piernas, o que un golpe de pez espada no seccione un miembro. Muerden el acero y se cobran prácticamente a lazo, como puede verse en la fotografía adjunta, que corresponde a una marea que por aquellas fechas realizamos en nuestro barco favorito, el Punta do Castro, cuando todavía se podían pescar grandes marrajos del fondo, jaquetones, cornudas (pez martillo) o peces zorro como el de la imagen. Hoy está prohibido pescarlos, pero el «negocio» para los marineros es el mismo, pues las bravas tintoreras dan mucha guerra hasta que son atontadas e inmovilizadas en cubierta, previo a su sacrificio. Mientras el pez está vivo, aún se revuelve y defiende peligrosamente. «Un marraxo pode pesar 300 quilos e eu xa os vin facerse os mortos en cuberta e dar un salto ata poñerse na punta do rabo», dice el patrón del Isami.

No extraña que se les eche el lazo a los grandes escualos para izarlos a bordo, como se ve en la imagen de hace años, con uno manejado por el marinero Pedro Castro Pernas, en la banda de babor del Punta do Castro. No es aventura, es trabajo. Y al final del anzuelo también suelen aparecer peligrosas rayas como las uxas o galerós, que se defienden con descargas eléctricas.