
La goleta, con La Voz como testigo, recorrió las 45 millas entre Corcubión y Corme
09 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.En circunstancias distintas escribiría el poeta Manuel Antonio aquello de Fomos ficando sós, o mar, o barco e máis nós. Aun así, ayer, a eso de las cuatro y cuarto de la tarde, algo -o todo- se detuvo a bordo de la goleta Juan de Lángara. Solo quedamos nós. Se paró momentáneamente el motor para ir a vela y el silencio apareció. Únicamente murmuraba el agua dejándose rasgar por el casco de este velero que, a eso de las once de la mañana, había partido de Corcubión, adonde llegó anteayer por la noche. Destino del día: Corme. El mar, como un plato. Completa así otra etapa de la Tall Ships Races. Todo va bien.
Pernoctar en el puerto corcubionés tuvo el aliciente de poder darse una ducha en sus instalaciones: «Cuando llegamos a un lugar, lo que nos interesa, por encima de cualquier otra cosa, es disponer de ese servicio. Es lo que más se necesita», dicen a bordo. Sin duda. Y no siempre es posible.
Rondas de fruta y patatas
Mar y cielo es lo que se ve desde la litera del camarote al despertar. La noche fue cómoda. Es un navío cálido y el Juan de Lángara llama la atención. «¡Bonito velero!», gritó desde tierra un vecino que se acercó a la dársena de Corcubión antes de la partida. No todos eran anónimos: por allí se asomó el exministro de Justicia, Francisco Caamaño. En esta goleta se desayuna, se come y se cena en abundancia. El apetito -coinciden todos- es constante: rondas de fruta y patatas son bien recibidas. El tiempo se pasa engullendo el mar con los ojos y aprendiendo nociones de navegación (incluida la necesidad de gastar la menor cantidad de agua posible al lavar los enseres de plástico o de aprovechar el espacio al máximo). Hay minutos para que algunos de sus tripulantes lean Crimen y castigo o para charlas sobre videojuegos. Para el sol, para las cartas, para la brisa y para el sueño.
Las 45 millas que recorrió ayer el Juan de Lángara fueron un espectáculo de belleza: desfiló hermosa la Costa da Morte. A las 12.37, se cruzó un ejército de gaviotas, cormoranes y mascatos. Poco antes, delfines. Desde tierra, fueron pasando, majestuosos, Cabo Fisterra y Vilán, la zona cero del Prestige y la praia do Trece.
El velero es un mundo en sí mismo y al segundo día uno ya sabe que la proa es el lugar zen. A las seis y media de la tarde, el capitán pedía ayuda para recoger velas. A las 18.51, tras ocho horas navegando, la goleta amarraba en Corme. Esta vez, sin mareos.