«Mamá, ¿cuándo tuviste tu primera regla?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

GONZALO_BARRAL

Hace poco jugaban a las cocinitas. Pero en un ¡ay! se han pasado al otro lado. A Laura le ha venido la regla a los 10, Carmen, de 11, solo piensa en chatear y Ana, en poner música. Dignóstico: preadolescencia

22 jul 2013 . Actualizado a las 12:41 h.

Algunas aún duermen pegadas a su osito de peluche, pero su mundo se ha abierto a lo desconocido y las angustias han ido en aumento. Piensan, luego sufren. Su cabeza se ha revolucionado en la letanía del «no es justo» y «no me da la gana» como inicio de una rebeldía que su cuerpo desajusta con precocidad. A Laura, que cursa 4.º de primaria y acaba de cumplir 10 años, le vino su primera regla hace poco en la comunión de una amiga. Se lo tomó bien, porque, según su padre, «aún no lo ha asumido», pero su madre no pudo más que sollozar ¡qué desgracia! Como Laura, hay muchas niñas que han visto adelantado su desarrollo físico para desconcierto de sus padres, pese a que los pediatras son hoy en día mucho más vigilantes y enseguida derivan los casos de pubertad precoz a los endocrinos cuando hay riesgo de que el crecimiento se paralice muy pronto. Ellas van siempre por delante en todo, también en abandonar una etapa, la niñez, que en opinión de algunos expertos es cada vez más corta. En esa edad fronteriza en que la mano izquierda todavía puede sostener una Monster High mientras la derecha teclea con fruición un chat están Carmen, Carla, Laura y Ana. Tienen 10 y 11 años y, de repente, su cuerpo les habla otro lenguaje. ¿Se les ha acabado la infancia?

«Carmen, ¿qué te está pasando? No te reconozco»

Los padres de Carmen (11 años) jamás han dado una queja de su hija. «Fue siempre muy buena y obediente, aunque es verdad que había que razonarle todo mucho, pero desde hace seis meses -comenta Marián, su madre- su actitud cambió por completo. Cada vez que le proponemos algo su respuesta es un no desesperante. Y ha empezado a mostrar sus garras con reacciones muy impulsivas, incluso se me ha enfrentado con empujones». Su padre achaca todo a la revolución hormonal: «Aún no le ha venido la regla, pero su desarrollo se ha disparado y su forma de ser es radicalmente distinta. Lo que más le gusta es que la dejemos sola en casa, escuchar One Direction y escribirse por el iMessage con sus amigas». Carmen aún no tiene móvil, pero Laura (10 años), sí. «Aunque ahora -comenta Carlos, su padre- se lo tenemos requisado». Ella empezó a experimentar el cambio físico a los 8, le salió acné y vello, pero no ha sido hasta ahora, con la regla, cuando se le ha notado más. «Es lógico que se muestre más pudorosa y hace poco la descubrimos llorando desconsoladamente por un niño de su clase», dice Carlos.

La tecnología es para todas el mejor regalo que se les puede hacer y la cuerda que las tensa con sus progenitores. «El iPad es lo que han pedido todas en su comunión y el móvil, el objeto volador más deseado, porque vuela de mi bolso a su mano todo el día», espeta Marián, la madre de Carmen.

«No se les puede prohibir la tecnología. Sí dirigirlos»

En opinión del psicólogo Manuel Fernández Blanco, la tecnología en sí misma no es mala. «No hay más mundo que el que nos toca vivir, para bien y para mal -expresa-; es cierto que todos, niños, jóvenes y adultos vivimos apantallados y se han cambiados las relaciones por los contactos. Pero lo importante es que los padres encuadren los videojuegos en un horario y que sepan cómo y con quién chatean. La prohibición sirve de poco, y hay que reservar la firmeza para lo importante. A estas edades que empiezan las rebeldías no se les debe estar corrigiendo todo el tiempo ni entrarles al trapo continuamente, hay que saber varear con sabiduría». La misma con la que Ana, de 11 años, responde cuando se le pregunta por lo que menos le gusta de sus padres: «Mi madre tiene mucho genio, y están todo el día dándome la lata». Ana ya no juega con muñecas, pero se pasa las horas haciendo vídeos, anuncios para la televisión e imitando y escuchando a sus cantantes favoritos: Aurin y el cedé de los 40 Principales (se sabe la lista al dedillo). Sus padres, Raquel y Adolfo, no le han notado un cambio drástico en su comportamiento, porque Ana siempre se ha mostrado muy rotunda e independiente. «Si le dejo -dice Raquel- me organiza la casa, pero lo mejor de todo es que me la organiza bien. Es muy maruja, muy dispuesta, con 11 años es la primera en hacerse la cena y en animarnos a que la dejemos con su hermana de 13 años para que salgamos nosotros de noche. Eso sí. A las dos horas nos está llamando por teléfono porque no se duerme sola [risas]». En esa ambivalencia del puedo y no puedo, las preadolescentes se mueven a bandazos. Se imaginan viviendo solas con amigas como los modelos que les ofrece la televisión, pero aún es habitual que recorran el pasillo con un cohete en el culo hacia la cama de sus padres por los miedos nocturnos.

«¿Qué es un orgasmo?»

Tanto Ana como Carmen, Carla y Laura asienten con la espabilación propia de su edad cuando se les pregunta por la reproducción. De repente se expresan como la doctora Ochoa y se ponen a dar la lección ojipláticas [por el interés de la cuestión]: «Lo de los ovarios y todo eso, ¿no?», señala Carla. Sus padres, sin embargo, se deshacen en anécdotas puestas en boca de las niñas, que convierten óvulos en glóbulos y sexual en sensual. «La reproducción sensual», bromea Adolfo, es un tema en el que las familias vamos por delante del cole. «Intentamos llevarlo con la mayor naturalidad, porque es así como ellas te lo van enfrentando. Hace poco -apunta Raquel- Ana me soltó: '¿Mamá, tú cuando tuviste tu primera relación sexual?'. Y yo, para sacármela de encima, le contesté: 'Cuando me casé'. Pero ella soltó un '¡Sí, hombre!' demoledor para acabar de rematarla: '¿Ni con condón?' [risas]. «Pues yo lo llevé peor -explica Álex, el padre de Carmen- el día que escuché: 'Papá, ¿qué es un orgasmo?'. Aunque lo último que le encontré a Carmen en Google fue «lesbianas». Es lógico que tengan curiosidad, yo también buscaba en la enciclopedia de López Ibor [risas]».

«Adultos prematuros, adolescentes eternos»

Aunque la mayoría de los niños y niñas quieren integrarse en círculos adolescentes, hay algunos que rechazan ese paso porque les asusta perder el vínculo privilegiado de apego a los padres. «Desearían ser siempre niños», explica el psicólogo Manuel Fernández Blanco. «Son las dos caras de una misma moneda: por un lado se está acentuando la prematurización y al mismo tiempo conductas muy dependendientes. Hay incluso autores que hablan de la desaparición de la infancia como etapa evolutiva desde el momento en que los niños participan activamente en la vida de los adultos», indica. «Antes estaban apartados, tenían otro espacio. Hoy el lugar del niño no es el mismo, sobre todo porque en nuestro contexto social son considerados un bien muy escaso Eso nos ha llevado a un borramiento de las fronteras. Los niños enseguida acceden a circuitos de ocio, moda, información, al inicio del alcohol o el sexo, y eso puede provocar una adolescencia eterna porque se quedan enganchados en la satisfacción sin responsabilidad», concluye.

A su entender, no es lo mismo jugar a ponerse los tacones o pintarse los labios imitando esos comportamientos como un rol ideal que vestirse realmente como adultas. No hay más que mirar los escaparates y ver cómo se han modelado. Hoy a los 9 años es difícil verlas peinadas con chichos, enseguida se cruzan un bolso y se calzan los botines de las chicas, en una «falsa adultización» que lleva a las niñas a vestirse como las madres, y a una infantilización de las madres, que visten como las hijas.

Para él, también la adolescencia ha perdido un poco de romanticismo. «Eso de que te cojan la mano, de ir poco a poco se está perdiendo. No se puede generalizar, pero sí se tiende a comentar el sexo de modo explícito en las redes sociales [la primera relación se sitúa en torno a los 15 años]. Y también un cambio de discurso en las niñas porque no está bien visto ser las apocadas del grupo».

«Da vértigo pensar en eso -comenta Marián mientras achucha a su hija Carmen contra ella -, por el momento nosotros vivimos en la fase pre e intentaremos estirarla al máximo». Están a un paso de cruzar cuando se despiden. Pero Carmen, cuando se dan cuenta, ya les ha adelantado.

El centro comercial es uno de los lugares preferidos de las niñas para reunirse con sus amigas en sus primeras salidas (mientras sus padres aún las vigilan). En la imagen, Sara (de casi 9 años) -en el centro- observa absorta cómo las «mayores» (de 10 y 11 años) conversan y tontean con el móvil. Según el psicólogo Fernández Blanco, mientras ellos están encerrados en los videojuegos, ellas se decantan por contarse cosas. Pero todos ven en el chat su circuito de relación.