Este 22 de noviembre se cumple medio siglo de la muerte del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos
18 nov 2013 . Actualizado a las 18:45 h.John Fitzgerald Kennedy, el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, murió hace 50 años, según la cuestionada investigación oficial, víctima de las balas disparadas por Lee Harvey Oswald, un joven de 24 años. Para las tres cuartas partes de los estadounidenses, JFK permanecerá en la historia como un presidente «destacado», según un sondeo de Gallup publicado el pasado viernes, liderando la lista de los líderes de ese país desde Dwight Eisenhower (1953-1961).
Nacido en una familia rica e influyente de Boston (Massachusetts), John F. Kennedy, el presidente más joven y el primero católico de EE.UU., no pudo completar su primer mandato iniciado en 1961. Su paso por la Casa Blanca estuvo particularmente marcado por la Guerra Fría y la crisis de los misiles, la derrota de Bahía de Cochinos y el programa Apolo para enviar a un estadounidense a la Luna. Pero el mito Kennedy, todavía vivo actualmente, cada vez más cerca de la decadencia, es responsabilidad tanto de la modernidad proyectada por la televisión, que comenzaba entonces a legar a millones de hogares dentro y uera de Estados Unidos, como del natural encanto de su esposa. Las imágenes de la muerte del presidente en una limusina descapotable, con Jackie con un Chanel de color rosa a su lado, siguen formando parte de la memoria colectiva mundial. Fue el primer crimen mediático de la historia.
La pertenencia de John Fitzgerald Kennedy a uno de los clanes familiares más influyentes en Estados Unidos le abrió todas las puertas hasta situarse frente a la Casa Blanca: utilizó su origen, su ingenio y la fortuna paterna con audacia extrema. John mostraba su amplia y seductora sonrisa, mientras su hermano Bobby era el brazo ejecutor y el guardián de sus secretos: la deuda familiar con el crimen organizado, su delicado estado de salud (una insuficiencia suprarrenal crónica marcó su infancia y ya de adulto sufriría fuertes dolores de espalda, que trataba con docenas diarias de pastillas), la financiación de los triunfos electorales, los complots para asesinar a dirigentes extranjeros o las verdaderas intenciones en Vietnam. La tarea de Bobby estaba alfombrada por la complicidad del electorado americano, que en sus salas de estar veía en John y Jackie a unos personajes elegantes, modernos y cultos, con un cierto aire europeo, como las cabezas más visibles de una nueva corte de Camelot en la que JFK ejercía de Rey Arturo.
Tras su muerte, llegó la leyenda Kennedy, que el cine y la literatura ayudaron a engrandecer. Su enfermiza obsesión por las mujeres se convirtió en «la inevitable consecuencia» de una personalidad magnética, aunque algunos estudios psicológicos califiquen a JFK, como un individuo con graves problemas afectivos. A la creación del mito contribuye que las circunstancias que rodearon su asesinato siguen sin esclarecerse. Hay todo tipo de teorías, desde las que sostienen que su muerte fue ordenada por el vicepresidente Johnson, enojado ante la posibilidad de que JFK lo dejase fuera de su lista electoral, hasta las que señalan a la mafia, el FBI, la CIA y los anticastristas, en una suerte de superconspiración de retorcidas intenciones.
El recuerdo del viernes más trágico en la historia de Estados Unidos vuelve estos días, inevitablemente, a la memoria colectiva. a ciudad de Dallas (Texas, centro-sur), que durante un tiempo fue denomidada «ciudad del odio» a causa del atentado, ha previsto para el 22 de noviembre una ceremonia sobria en Dealey Plaza, desde donde se llevaron a cabo los disparos, para «honrar la vida, el mandato y el legado» de John Fitzgerald Kennedy. Las campanas de la ciudad repicarán a las 12:30, hora del ataque, con un minuto de silencio, antes de la lectura de extractos de discursos del presidente, oraciones y reproducción de música.
Coincidencias del calendario, la hija del presidente número 35, Caroline Kennedy, acaba de debutar como embajadora en Tokio, una oportunidad para que el secretario de Estado, John Kerry, recordara el legado de JFK «que llamaba a cooperar con todas las las naciones». En el cementerio militar de Arlington, cerca de Washington, visitado por unos tres millones de personas cada año, la tumba del presidente acaba de ser objeto de arreglos. Y si bien los actos públicos anunciados hasta ahora son llamativamente pocos, la televisión y el mundo editorial han estado trabajando duro para sacar provecho de la cita.
Una estimación sitúa en 40.000 el número de libros publicados desde la muerte de John Fitzgerald Kennedy, pero decenas de ellos han sido editados durante el otoño boreal, examinando el mito en todas sus facetas: el asesinato, la vida privada, el legado, las fotos de familia... Uno de los libros, If Kennedy lived (Si Kennedy hubiera sobrevivido), especula incluso sobre qué habría pasado si John Fitzgerald Kennedy no hubiera sido asesinado.
La tesis del complot es todavía un gran éxito en las librerías. Alrededor de la fecha aniversario, la televisión estadounidense propone tal multitud de documentales, una ficción -con Rob Lowe como John Fitzgerald Kennedy-, testimonios y reconstrucciones que la crítica televisiva del diario The Washington Post se preguntaba recientemente: «¿Qué diría John Fitzgerald Kennedy de nuestra fascinación por su presidencia y los horribles detalles de su trágica muerte, después de 50 años?».
El Newseum, el museo de la prensa en Washington, retransmitirá el 22 de noviembre una suerte de En vivo de tres horas de reportaje de CBS e incluso se han inventado aplicaciones para el iPhone, como la de NBC 5 Remembers, que orientan hacia los documentos históricos. Los objetos que rodearon al expresidente también se han convertido en motivo de culto. Un pequeño dibujo pintado por el presidente en la víspera de su muerte ha sido adjudicado esta semana en una subasta por más de 32.000 dólares.