El heredero, que celebra hoy su aniversario de boda, se muestra más espontáneo y risueño
22 may 2014 . Actualizado a las 10:54 h.El aniversario de la boda de los príncipes de Asturias, de la que hoy se cumplen diez años, ha puesto el foco una vez más en la pareja. Muchos son los análisis que se han hecho sobre la evolución de la princesa, que pasó de periodista televisiva a heredera al trono en unos meses, y sus cambios de imagen y todos sus gestos son revisados con lupa desde entonces. Pero menos atención ha obtenido el verdadero titular del puesto, el príncipe Felipe. ¿Cómo le ha ido en estos diez años? ¿Está «envejeciendo» bien? ¿Ha cambiado su estilo? Y su trato o sus cualidades como príncipe, ¿han variado en algo?
El príncipe Felipe, a pesar de haber vivido siempre de cara a las cámaras, era un gran desconocido para la sociedad española. Callado, muy observador, sus gestos contenidos se consideraban casi envarados: daba una imagen tan correcta como distante; nadie podía decir nada malo de él, pero tampoco despertaba pasiones.
La llegada de Letizia Ortiz cambió totalmente esta imagen. Ahora, diez años después, se le ve más más cercano y espontáneo, feliz muchas veces, afable y hasta risueño. Él considera a su mujer una persona con criterio, con ideas que puede tener en cuenta. Una de estas, y no la menor, fue cambiar la puesta en escena de los discursos del heredero. Desde el 2004, el príncipe Felipe ha ganado ante un micrófono. No se trata solo de que cumpla años y tenga más experiencia en un escenario, sino que muestra una dicción impecable que acompaña con la entonación correcta, unos silencios perfectamente medidos y los gestos justos para dar vitalidad a sus frases sin aspavientos.
El discurso ante el COI
El mejor ejemplo de lo anterior fue su discurso ante el Comité Olímpico Internacional en Buenos Aires, el pasado septiembre. Frente al lamentable tono de la alcaldesa de Madrid y su ya famoso «relaxing cup of café con leche», la participación del príncipe fue histórica. Habló en francés, castellano e inglés; lo hizo con seguridad, estilo, combinando convicción técnica con emoción personal y el discurso enorgulleció a la delegación española y a muchos compatriotas, y hoy se puede revisar en Internet.
Si la puesta en escena de sus intervenciones ha mejorado exponencialmente, el contenido apenas ha tenido variación, aunque hay que recordar que el príncipe no escribe sus discursos, lo hace la Casa del Rey. Sin embargo, cuando se trata de actos de sus funciones -Príncipe de Asturias, Príncipe de Girona- suele incorporar alguna frase de su propia cosecha. De sus pequeñas aportaciones, se deduce que una de sus principales preocupaciones es hacer de la Corona un símbolo, y que para ello tiene que ser útil y ética («honesta y transparente» dijo ante la Fundación Príncipe de Girona en diciembre del 2011).
El esfuerzo del príncipe para conseguir esto último ha sido titánico. Los Asturias fueron los primeros en distanciarse de los Urdangarín-Borbón, tanto que no acuden ni a los actos familiares si está el duque de Palma, por mucho que la reina intente unir a la familia. La decisión no debió de resultarle fácil porque era reconocido el cariño que siempre ha sentido hacia su hermana Cristina, pero tiene claro que primero va la Monarquía. En este punto también contó con el total apoyo de su esposa, que no dudó en quitarse su anillo de compromiso una vez que trascendió que lo había pagado Iñaki Urdangarín.
Sin normas que seguir
El comportamiento del príncipe ha sido intachable: nunca critica a nadie, habla lo justo, sonríe en las situaciones más críticas y, sobre todo, deja el protagonismo a su padre, hace de su falta de prisa por ocupar el trono un estilo de vida.
Felipe de Borbón carece de un estatuto que regule sus funciones, y aunque el año pasado se quiso poner en marcha este proyecto, finalmente el Gobierno abortó la propuesta. Aún así ha habido algunos cambios, el último el anunciado por Gallardón en abril para que el príncipe como su mujer y su madre, la reina, sean aforados; además, en el 2013 se le asignó una dotación personal de 350.000 euros anuales (a la princesa de Asturias le correspondieron 245.000).
A día de hoy su trabajo se vuelca en la representación exterior de España, especialmente en Iberoamérica -una labor que desempeña desde hace muchos años, a pesar de lo cual la presencia de mandatarios latinoamericanos en su boda resultó sorprendentemente baja-, en actos vinculados con la solidaridad y en gestos que promuevan la convivencia en España.
Finalmente, no se puede hacer un balance de la última década del príncipe sin mencionar sus cambios personales: en lo físico, los períodos de barba -que al parecer gustan más a su esposa- se suelen suceder a los de afeitado, y en general muestra un aspecto tan clásico como hace diez años, lo cual indica que a principios del 2000 vestía de una forma demasiado seria. En sus salidas familiares y nocturnas muestra una cierta preocupación por las tendencias de moda, y luce con naturalidad fulares o camisas de colores vivos.
Pero sin duda es como padre cuando da una imagen más relajada que en cualquier otro contexto: se le ve cercano a las infantas Leonor y Sofía, muy cariñoso con ellas -se dice que es menos estricto que su mujer- y con un afán de protegerlas de la presión mediática. «Ya tendrán tiempo», responde al respecto. Y él, ¿tiene tiempo?