No diga verano, diga estío

SOCIEDAD

monica ferreiros

El origen del término verano se remonta a la época en la que había cinco estaciones. Aunque su existencia actualmente es un despropósito porque su significado alude a otro período del año. En esta estación tenemos además los auténticos días de perros. Y también se produce un fenómeno marítimo en nuestras costas que atrae a un famoso pez. Una pista, se consumen toneladas durante la noche en la que se rinde culto al Sol

23 jun 2014 . Actualizado a las 12:54 h.

Quizás por este éxito irrefutable, en El Quijote de la Mancha se puede leer: «Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado; la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua». Si ha contado bien, Cervantes menciona cinco estaciones. Una de ellas hoy no existe, el estío. Aunque, allá por el siglo XV, antes de que escribiera su famosa obra, solo había cuatro: otoño, invierno, primavera y estío. Por entonces, las estaciones eran muy diferentes. La primavera, por ejemplo, empezaba en enero y terminaba en junio. El estío comprendía los meses de grandes calores, julio y agosto. Pero, los sabios de la época se dieron cuenta de que esa estructura estaba mal planificada. Sobre todo en el caso de la primavera. Pensaron que duraba demasiado y sus condiciones de inicio y fin eran muy diferentes. Así que decidieron dividirla en dos y de esta forma reordenar las estaciones. Pasaron a ser otoño, invierno, primavera (del latín prima-vernus que significa principio de la primavera), verano (del latín vernus que en realidad quiere decir primavera) y estío. Así permanecieron durante años hasta que en los siglos XVI y XVII, la ciencia viviría una auténtica revolución protagonizada por hombres como Galileo, Copérnico o Newton.

La estación equivocada

Los avances sobre astronomía permitieron ajustar unas estaciones que aún seguían sin tener una duración estable. Todas se corrieron unos meses en el calendario y el verano ocupó el período más caluroso del año pisando al estío, que acabó pasando a mejor vida. Sin embargo, en la actualidad, aún nos referimos a estos meses como período estival. Y así deberíamos hacerlo porque verano procede del latín «ver» y como ya hemos dicho significa primavera. Es decir, la historia ha eliminado la estación equivocada. Lo justo hubiese sido conjugar la vieja estructura de las cuatro estaciones con los nuevos conocimientos. De esa forma hoy tendríamos otoño, invierno, primavera y estío, cada una con su correcta duración, marcada por los equinoccios y los solsticios.

Energías al sol

El sábado 21 de junio tuvo lugar el solsticio de verano, cuando se produce el día más largo y la noche más corta. Es la fecha en la que el sol alcanza la altura máxima de todo el año respecto al horizonte. Esto explica por qué hace más calor en esta estación. Los rayos llegan a la superficie de forma perpendicular, ocupan un área pequeña y calientan con mayor intensidad el suelo. Esto no ocurre en invierno, cuando el sol apenas sube sobre el horizonte. Los rayos llegan de forma oblicua y se ven forzados a distribuir la misma cantidad de calor en un área mucho mayor. Por eso hace más frío. Pero, a partir de ahora, el proceso se invierte. La oscuridad comienza a ganarle terreno a la luz, aproximadamente unos dos minutos cada día. Hoy tenemos electricidad y todo tipo de comodidades pero nuestros ancestros dependían únicamente de la energía del sol. Por ello, las antiguas civilizaciones, que mantenían una relación mucho más próxima con los astros, tenían marcada esa fecha en su calendario. Sabían que algo le ocurría al sol, parecía como si perdiese fuerza. Así que para tratar de evitarlo celebraban rituales en los que se encendían hogueras que buscaban darle ánimos y transmitirle energía.

Conexión con el pasado

En la actualidad esa tradición se mantiene en muchas zonas del mundo, especialmente aquí en Galicia. La llamamos la noche de San Juan. Por tanto, este lunes, cuando se enciendan las hogueras a las doce en cualquiera de los arenales de la comunidad, estaremos presenciando algo más que un simple fuego. Se trata de una conexión directa con el pasado, con aquellos pueblos de antaño que valoraban mucho más que nosotros al maestro del sistema, el sol. Ahí reside la magia de esa noche.

Aguas frías

Seguro que la situación que estamos a punto de describir le ha pasado muchas veces. Está en una playa de las Rías Baixas tomando el sol. Los termómetros marcan los 33 grados y la sensación térmica es asfixiante. Entonces decide darse un baño. Sin embargo el agua está helada. Tanto que cuesta meterse. Sin poder volver a la toalla ni tampoco bañarse decide quedarse en la orilla mientras se pregunta: ¿Cómo es posible que esté tan fría con tanto calor? El responsable es un fenómeno oceánico, el afloramiento. En verano, el buen tiempo viene de la mano de las altas presiones. Y el movimiento de los anticiclones es en el sentido de las aguas del reloj. El nuestro, el de las Azores, provoca que en Galicia los vientos soplen del nordeste. Esos vientos son los responsables de las típicas nubes de estancamiento que se generan en el norte, sobre todo en la Mariña Lucense. Pero, mientras recorren el litoral, su dirección va cambiando. Para cuando han llegado a la costa sur de la comunidad ya soplan únicamente del norte. Y, al hacerlo, provocan que las corrientes desplacen las aguas superficiales hacia mar adentro. Entonces, por pura continuidad, ascienden aguas desde el fondo, más frías pero muy nutrientes. De hecho, el afloramiento es una bendición natural que todas las zonas costeras del mundo quisieran recibir pero que se produce en escasos lugares como California, Sudáfrica, Perú, Chile y Canarias. Esas aguas subsuperficiales que afloran y que están constantemente renovando y llenando de nutrientes las rías son el reclamo que atrae a una especie que en verano se convierte en la estrella de la gastronomía gallega, la sardina. Por tanto, si bien es cierto que son aguas gélidas y que cuesta mantener el contacto con ellas, no se queje demasiado porque, al menos, podrá disfrutar «da sardiña mollando ó pan».

Nieblas y brisas

La Tierra está inclinada unos 23 grados. Esto provoca que el sol caliente más el ecuador que los polos. Para compensar esa diferencia de temperatura nuestro planeta mueve el aire caliente hacia el norte y el frío hacia el sur. Ese desplazamiento del aire es lo que llamamos viento. Pueden ser globales o locales, como las brisas, que se ponen en marcha para equilibrar la diferencia térmica entre el mar y la superficie. El mar tiene una gran capacidad calorífica, puede recibir mucha energía solar sin apenas modificar su temperatura. Esto no pasa con la superficie terrestre que se calienta más fácil. Por ello, si el sol aprieta se genera una diferencia de presión entre la superficie terrestre y el mar. En ese momento, el aire se pone en marcha para compensarla. Es la refrescante brisa.

Pantano barométrico

Pero en verano también puede ocurrir que el viento sea inexistente. Esto pasa cuando tenemos una situación de pantano barométrico. No existe una influencia clara del anticiclón ni de ningún otro sistema atmosférico. Entonces como el sol calienta más la tierra que el mar, lo que sucede es que el aire cálido del suelo asciende y llega otro marítimo para reemplazarlo. Pero ese aire procedente del mar se carga de humedad hasta que condensa, originando las nieblas de advección, que vienen formadas y entran por la costa. Suelen ser muy comunes en las Rías Baixas como consecuencia del afloramiento.

Olas de calor

Puede ocurrir que el anticiclón en lugar de situarse sobre las Azores, lo haga sobre el Reino Unido. Desde esa posición envía aire cálido procedente del norte de África. Esa configuración es la que suele generar las olas de calor. Ojo, a veces abusamos del térmico meteorológico.

Pero solo estaremos ante una de verdad cuando tengamos un período mínimo de tres días consecutivos con temperaturas muy elevadas, tanto las máximas como las mínimas. Si este verano se diese el caso de que atravesásemos una semana con termómetros altos y noches tropicales no se corte en decir ¡Vaya día de perros! Solemos utilizar esta expresión para episodios de temporal aunque está mal empleada. Las antiguas civilizaciones creían que la época más calurosa del año tenía lugar entre el quince de julio y el quince de agosto. Era el mes de la Canícula. El origen del término procede del Cosmos, de la constelación Canis Maior, que tiene forma de perro.

Allí se encuentra Sirio, conocida como la abrasadora, la estrella más brillante que se puede ver desde nuestro planeta. Cuando las temperaturas eran muy elevadas creían que era porque al calor procedente del sol se sumaba el que emitía Sirio. Por ello, si la sensación era agobiante, se hablaba de «un día de perros».