Country Dancing

La Voz

SOCIEDAD

06 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En las escuelas de Londres siempre había tiempo para impartir asignaturas creativas. Una de las que más me gustaban era Country Dancing, en la que aprendíamos coreografías en grupo.

En nuestro colegio anglicano, situado en el West End, al que asistían niños de todas las razas, etnias y religiones, bailábamos al son de la música alegre del Oeste de los Estados Unidos.

Shu Kin fue mi compañero de baile durante toda esa etapa de primaria. Nuestras familias se divertían llamándonos «novios» pero en realidad éramos más que eso. Caminar juntos en el patio cogidos de la mano no era lo nuestro. Nosotros jugábamos a ser Bruce Lee y hacíamos intercambio de palabras malsonantes en los idiomas de nuestros padres. También aprendí a contar hasta 99 en chino cantonés, mientras que él aprendió a decir «tortilla de patata» y «caldo gallego».

Shu Kin era un torbellino inquieto de sonrisa característica. Además, no bailaba nada mal para ser chico. Llegamos a sincronizar de tal manera, que cubríamos los errores del otro sin que se notara.

Los días de actuación nos burlábamos de los atuendos elegidos por nuestras madres. Me reía de su ridícula camisa de satén. Me hacía gracia su corbata y me metía con sus zapatos de charol y el pelo engominado. Él me llamaba cursi por los lazos que llevaba en la melena y el vestido de mangas de globo, encargado a una modista en España.

Sin embargo, al primer compás, perdíamos la noción de lo tangible y nos sumergíamos en un mundo de notas y compases donde los lazos y las corbatas no existían. Dejábamos de ser un niño chino y una niña española, para formar una entidad sensible que giraba impulsada por la música. Éramos artistas.

Al terminar la escuela primaria perdí su rastro en la inmensidad de Londres. Me acordé de él cada año nuevo chino y me preguntaba qué había sido de mi pequeño cómplice bailarín.

Siete años después, viendo una entrega semanal de la serie de la BBC Eastenders, salí de dudas. Me asombró ver entrar en escena a dos chinos. Porque uno era Shu Kin, con su inconfundible sonrisa de niño de 10 años.

María Gestal Couto (A Coruña, 47 años) es profesora y traductora de inglés.