El legado de Antonio María Rouco Varela (Vilalba, Lugo, 1936) es incompatible con los planes de renovación de Jorge Mario Bergoglio, aunque el cardenal gallego no ha hecho más que cumplir las órdenes de Juan Pablo II y Benedicto XVI y evitar que España se convirtiera en una especie de laboratorio laicista. Por eso combatió con denuedo el matrimonio homosexual, el divorcio exprés y el olvido de Dios por la sociedad española. Rouco no podía tolerar que un país que fue luz de Trento y martillo de herejes se paganizara a la velocidad del rayo
Ordenado sacerdote en Salamanca en 1959 y nombrado cardenal en 1998, Rouco realizó los estudios sacerdotales en el Seminario de Mondoñedo y continuó los de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Sus conocimientos de la realidad latinoamericana (sus padres emigraron a Cuba), sus cuatro mandatos de tres años al frente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), su preparación teológica, canónica e intelectual y su conocimiento de idiomas lo han situado en diversas ocasiones en las «quinielas» de posibles papas, pero sin llegar a ocupar la silla de Pedro.
Ha sido vicerrector de la Universidad Pontificia de Salamanca, obispo auxiliar de Santiago de Compostela, presidente de la Junta de Asuntos Jurídicos de la CEE, arzobispo de Santiago y arzobispo de Madrid-Alcalá.
Acusado de querer influir en las decisiones de los gobiernos, consiguió que la reforma educativa promovida por el PP reintrodujese una alternativa obligatoria a la clase de religión en la educación básica. También batalló contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y su «adoctrinamiento moral» en tiempos del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Los intentos de Rouco para que su delfín Fidel Herráez, obispo auxiliar de Madrid, se sentara en la silla que quedaba vacante, han resultado baldíos. En la recámara se guardaba los nombres de Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla, y Braulio Rodríguez (Toledo), para tomar el báculo en Madrid.
Rouco abandona el cargo sin que el presidente del Gobierno le haya recibido en la Moncloa, y con la humillación añadida de que Rajoy supo antes que el cardenal quién iba a ser su sucesor. Es sabido que el prelado y el político gallegos no se llevan bien, lo que no es óbice para ambos mantengan las buenas maneras institucionales. Francisco no le comunicó personalmente la decisión al cardenal, algo que Rouco ve como una indelicadeza.