Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

El minibar del hotel me deja helado

SOCIEDAD

SANDRA ALONSO

Es una pequeña puerta tras la que se esconden grandes anécdotas viajeras y alguna sorpresa desagradable...

01 dic 2014 . Actualizado a las 10:01 h.

Tomar «la última copa» en la habitación del hotel puede salir caro en muchos sentidos. Se lo recordarán discretamente en la recepción con la que probablemente sea una de las preguntas más incómodas de formular y responder en la industria turística: «¿Consumió algo del minibar?» Las pequeñas neveras refrigeradas en las habitaciones hoteleras llevan medio siglo de vida despertando la curiosidad de los fugaces inquilinos, que muestran distintos comportamientos ante el segundo electrodoméstico más endiablado de los establecimientos después de los televisores.

El primer hotel que las instaló fue el Madison de Washington, en la época de JFK, pero fue la cadena Hilton en 1974, concretamente en Hong Kong, la que puso por primera vez a disposición de los clientes las míticas botellitas de alcohol, que se han convertido en objeto de coleccionismo y que han propiciado parrandas para la historia particular de cada uno. Se cumplen así 40 años de anécdotas, de sorpresas (en la factura) y de malos entendidos que el sector todavía no sabe muy bien cómo resolver.

Algunas cadenas de nivel medio se han sacado el problema de encima con la disculpa de que se trata de un servicio que requiere mucho personal atento, que no satisface del todo al cliente y que además genera ruido si la máquina tiene sus años. «Todo el mundo utiliza la cama del hotel, la ducha y casi siempre la televisión. A eso le llamamos nuestros Brilliant Basics y por eso apostamos por ellos. El minibar, en cambio, lo ignora mucha gente», explica Lucas Martínez, responsable de comunicación de NH Hoteles. Su compañía cobra por el servicio a todos los niveles y está renovando la flota de pequeños refrigeradores por muebles-bar inteligentes que registran el consumo con solo levantar una chocolatina.

En el otro extremo está la cadena AC-Marriot, que premia a sus clientes de habitaciones de categorías superiores con un minibar gratuito, aunque sin alcohol. Pablo Guitián dirige el Palacio del Carmen, en Santiago, uno de los pocos hoteles gallegos que ofrecen un servicio libre que, en realidad, «aporta poco valor, porque el cliente acaba tomándose un refresco o una copa mal puesta, sin hielo y en un vaso inadecuado», reflexiona. Lo que sí agradecen sus clientes «es que les dejes un detallito salado o dulce para tomar antes de dormir, y por supuesto un agua fresca». Guitián admite que los contenidos suelen estar estandarizados y que es complejo personalizarlos, y su experiencia le dice que los famosos solo quiere Evian y que «la Fanta de limón siempre caduca».

En realidad, el futuro del minibar depende de dos mantras de los nuevos tiempos: los clientes no quieren pagar por lo que valen las cosas, y las empresas no regalan nada. En ese círculo surge la anecdótica picaresca del rellenado de botellas con agua del grifo, los recurrentes lapsus mentales, el pensé que era «cortesía de la casa» o lo que es peor, la negación absoluta: «Ese Kit Kat del que me habla nunca estuvo en mi habitación». Es la palabra del servicio contra la del cliente, un feo debate en un momento delicado. Así es el mundo del minibar, el electrodoméstico que ha conseguido poner precio a la honestidad personal a través de una tentadora bolsita de cacahuetes. «Pues son 5 euros más, caballero».