
Cinco ingenieros compostelanos participan en la construcción de una vía de 140 kilómetros en la ciudad de Calama, situada a 2.200 metros sobre el nivel del mar
31 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.«España es la primera potencia en formar a los ingenieros de otros países». La frase no es suya, pero José Antonio Tarrío Mosquera la escucha a menudo en su actual destino, la ciudad chilena de Calama. Allí, en el desierto de Atacama, a una altura de 2.200 metros sobre el nivel del mar y con una humedad relativa del 0 %, trabaja en la construcción de una autopista de 140 kilómetros. El departamento de topografía que él dirige lo conforman otros cuatro compañeros de Santiago.
La experiencia de este grupo de trabajadores gallegos es imprescindible en una obra que se lleva a cabo con unas condiciones meteorológicas muy especiales y en un país con frecuente actividad sísmica. «Hemos empleado técnicas relativamente nuevas, como vuelos fotogramétricos mediante drones», explica.
José Antonio Tarrío es doctor en Geotecnologías y llegó a Chile en agosto del 2013. Entonces, en España las licitaciones de proyectos «cayeron en picado» y las empresas se buscaron la vida en otros mercados. Su especialidad como jefe de topografía le convirtió en parte fundamental para las obras que se realizan en esas latitudes. «En Galicia es raro construir de una vez una autopista de 140 kilómetros, aquí es más habitual, debido a la orografía suave del terreno». Una vez comenzado el trabajo, constató que necesitaba datos de campo, por lo que pidió a su empresa un grupo de personas y, más concretamente, sus compañeros de Santiago. Así fue como llegaron a Chile los otros cuatro compostelanos que participan en el proyecto: Sergio, Ismael, Alejandro y José Manuel. Desarrollan la cartografía base del proyecto que, a su vez, va apoyada en la infraestructura geodésica del país que, en el caso de Chile, realiza el Ejército. «En un país sísmico como Chile hay que estar pendiente porque hay muchos terremotos y eso puede influir en la cartografía base», explica.
A él le esperan por lo menos cinco años más en el país sudamericano, el resto estarán tres meses más por lo menos. La adaptación al clima no fue fácil, con temperaturas de hasta 30 grados de día y que pueden bajar hasta los 10 bajo cero cuando cae el sol. También recuerda las consecuencias físicas que provocan la altura y la sequedad del ambiente a quien no está acostumbrado: «Los primeros días es habitual que te sangre la nariz pero, como buenos gallegos, nos hemos adaptado». Y eso que para este grupo de emigrantes la del desierto chileno es la primera experiencia laboral fuera de su comunidad.
Después del trabajo, la vida social es limitada, cuentan, pues viven en una zona donde escasean las actividades de ocio, «salvo ir al gimnasio y dar una vuelta por algún centro comercial» y, aún así, reconocen que los precios son hasta más elevados que en España. «Si tenemos un fin de semana largo, viajamos al sur de Chile que es precioso, muy similar a Galicia», o a San Pedro de Atacama, a unos cien kilómetros de Calama y que califican como uno de los lugares más bellos del país en el que viven.
Lo peor de esta gran experiencia laboral es la diferencia horaria con España, «el Skype se ha convertido en nuestro amigo inseparable, aunque la falta de la familia, los hijos, la mujer, no se suple virtualmente». Y las despedidas en el aeropuerto se han convertido en latigazos en el corazón.