Nevado del Ruiz, una tragedia evitable

Dpa BOGOTÁ

SOCIEDAD

Hoy se cumplen treinta años de la erupción del volcán de Colombia, que provocó 25.000 muertes

13 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

De la catástrofe de Armero, tragada por el lodo en 1985, queda la mirada de Omaira Sánchez, cuya agonía fue registrada por medios del mundo entero, aunque las ruinas de esta próspera ciudad de Colombia se hundan hoy en el olvido, treinta años después de la erupción del volcán Nevado del Ruiz. «Treinta años después, aún tengo pesadillas», dice Olga Villalobo, quien para entonces aún no había cumplido 13 años, la edad de Omaira, símbolo de una tragedia que dejó más de 25.000 muertos y casi el mismo número de damnificados.

Como Omaira, cuyas fotos marcan un hito del desastre, Olga permaneció atrapada durante horas en el alud provocado por la erupción del volcán y el derretimiento de sus nieves perpetuas.

Atascada entre escombros, con una barra de metal clavada en su cadera, Omaira murió tras agonizar tres días. Olga sobrevivió.

Aún recuerda la noche del 13 de noviembre de 1985. «Llovían cenizas y piedras», relata. Su familia intentó huir en coche, pero no tuvo tiempo. A 300 kilómetros por hora por el cañón del Lagunilla, el río que baña Armero, una avalancha de barro de 40 metros de altura, el equivalente a un edificio de 12 pisos, se vertió sobre el valle, inundando todo en olas que se elevaron hasta diez metros. «Hubo un ruido fuerte, como un trueno. Y el agua, el lodo, entraron en el carro», explica Olga. Recuerda haberse sofocado, creerse muerta. «Solté a mi mamá, a mi hermanito y esto me salvó», suspira al evocarlo. Con 43 años, traductora y madre de dos hijos, del horror no le ha quedado físicamente sino una minúscula cicatriz. Pero aún escucha «el canto de los gallos» que anunciaban el desastre.

Banco de ADN

Olga es una de los 2.000 supervivientes que aún reclaman el perdón o una disculpa del Gobierno ante una tragedia que, a su juicio, pudo haberse evitado, ya que se había advertido del riesgo inminente de erupción.

Uno de los principales dramas humanos que dejó la tragedia fue la desintegración familiar, pues muchos menores quedaron huérfanos. Francisco González, director de la Fundación Armando Armero, se ha propuesto desde entonces tratar de reunir a familias que quedaron separadas. La entidad está formando un banco de muestras de ADN tomadas a esos adultos de hoy que se extraviaron siendo niños en medio de la avalancha, así como a los padres que perdieron a sus hijos, para cotejarlas con la ayuda de dos reputados genetistas.