Los motines del «comer, beber y arder»

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

La Voz de Galicia

La subida de los arbitrios de consumos provoca un alboroto a la entrada de Vigo. En vez de pagar, las lecheras de Sárdoma dan media vuelta, pero no siempre ocurre así...

28 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Domingo, 4 de julio de 1886

«Hoy se ha empezado á aplicar la tarifa 2.ª para el cobro de derecho de consumos sobre artículos de primera necesidad [...]. Conforme iban llegando las lecheras y se enteraban del nuevo impuesto, que los dependientes de consumos hacen más odioso [...], las protestas se sucedieron y se convirtieron luego en alboroto. Las que venían de Sárdoma no quisieron entrar en el pueblo, y regresaron a sus casas».

Con pequeños incidentes, como este de Vigo, solían comenzar los decimonónicos motines de consumos. Es decir, contra el cobro de los «arbitrios municipales establecidos sobre las especies de comer, beber y arder». Muchas veces, quienes debían pagarlos decidían darle una vuelta al concepto especie de arder, como en este ejemplo de A Coruña: «Los dependientes de Consumos del fielato de la Puerta de la Torre de Arriba, detuvieron ayer por la mañana á una matutera que intentaba introducir fraudulentamente una vejiga de espíritu. Al ser registrada en la casilla, arrojó al suelo la vejiga expresada, rompiéndose esta y esparciéndose por el suelo el contenido; y, fuese por pura casualidad ó porque algún mal intencionado desease que se quemase la casilla, un fósforo encendido arrojado sobre el espíritu incendió éste, quemándose dos paraguas, un pantalón y un saco».

El episodio de las lecheras de Sárdoma se producía solo unos meses antes del gran motín coruñés, de tal gravedad, que el capitán general de Galicia hizo saber: «Queda declarado en estado de guerra todo el territorio de esta provincia». La lista de desmanes recorrió varios días las columnas de La Voz. En Santa Lucía «hay una casilla de consumos que fué despedazada [...]. Inmediatamente se fueron al Fielato del ferrocarril [...]. Formaron una pila con todos los objetos sustraídos á la que añadieron las puertas, ventanas y tablas del piso, y rociándolo todo con petróleo hicieron una hoguera que aún de noche tenía combustible [...]. Apoderáronse seguidamente de la casilla que hay en la cuesta de la estación y la arrojaron á la hondonada. Rociaron con petróleo la casilla de la Gaiteira [...] y la quemaron. Lo propio hicieron con la casilla de Nelle». Hubo heridos, muertos, detenidos...

En Noia, en 1892, el final fue menos trágico. Los manifestantes «apedrearon, ébrios de furor, la Casa Consistorial, marchando desde allí á la vivienda del Alcalde, en la que no dejaron ni un cristal sano». Así que la corporación municipal «acordó, aunque a regañadientes, la rebaja del impuesto».

Ejemplo debieron de tomar en Pontevedra, donde quince días después «mil personas, en su mayoría mujeres, derribaron la casilla del fielato de la carretera del Burgo, é hicieron huir á los guardias, hiriendo a uno. También derribaron y saquearon la caseta del fielato central, y recorrieron luego las calles tumultuariamente. Apedrearon las casas de las autoridades».

«La obra del caciquismo»

Otro gran levantamiento se producía en Cariño en 1897. El periódico tituló «El motín de consumos en Cariño: la obra del caciquismo» y fue directo a las causas de los sucesos, que concluyeron con cinco detenidos: «No queremos exculparlos, pero les hallamos explicación en la enorme iniquidad cometida con aquellas pobres gentes por el más villano caciquismo, en aquel repartimiento de consumos, hecho en cuadrilla por el Alcalde y los suyos, contra el cual se presentaron 700 reclamaciones que alguien se encargó de hacer dormir en las oficinas de Hacienda».

El siglo de los motines lo cerró el de Betanzos en julio de 1899. Además del tradicional ataque a las casetas -«presenciado con la mayor impavidez, ó mejor con gran estupefacción, por un grupo de cinco guardias municipales, que demostraron en esta ocasión su perfecta y absoluta inutilidad»-, «sobre la casa del Ayuntamiento cayó una nube de piedras que no dejó un solo cristal en las ventanas [...]. Las autoridades han pedido auxilio».

El capitán general atendió raudo la solicitud: «Acaba de enviar a Betanzos un escuadrón de caballería [...]. En un tren militar [...] sale una compañía de Infantería. Al mando de un capitán y un teniente cruzan en este instante por ante nuestra redacción, dirigiéndose á la estación para marchar á Betanzos en el mismo tren, unos 25 ó 30 indivíduos de la Guardia civil de infantería [...]. Dícese que las turbas han prendido fuego á las casas de algunos concejales».

«Este lujo de fuerzas evitará sin duda que se repita el motín», pero «el Ayuntamiento, que no quiso pagar una peseta para alquiler de un cuartel de la Guardia civil, tendrá ahora que pagar las casillas quemadas, que costarán como nuevas, y adquirir tantos faroles del alumbrado público cuantos rompieron las turbas». «¡Muy bien, señores del Ayuntamiento!».