
Munehiro Ikeda hizo el Camino a inicios de los 80. De su ruta salió el primer cuaderno de viaje de la ruta a Compostela
10 nov 2017 . Actualizado a las 12:03 h.Cuando el Ministerio de Cultura japonés le concedió la beca para estudiar el románico español, llamó a Madrid. Había pensado, con mucho criterio, que si Europa se hizo caminando a Santiago durante el Medievo, en ese Camino tenía que haber numerosos ejemplos de arte románico. «Cuando fui a Madrid para pedir información sobre el Camino, me dijeron que no, que no existía. Que no había información para hacer al Camino».
Pero el maestro Munehiro Ikeda vino igualmente. Como lo que más le interesaba conocer era Santiago, primero vino a Compostela. Llegó de noche. Llovía. Y caminó desde la estación hasta el casco histórico. Lo que más le sorprendió fue el tañer de la campana. El sonido que salía de la Berenguela. «La escuchaba y pensaba, 'estoy en otro mundo'»
Después se pasó un año entero haciendo la ruta desde Roncesvalles a Compostela. Era 1982. No venía con la idea de hacer un cuaderno de viaje, sino un estudio sobre el románico peninsular. «Escribía las indicaciones, pero a veces me entraba el sueño y decidí que era más fácil dibujarlo». Y en esos cientos de páginas hay mapas. Bocetos de capiteles. La capilla de la Corticela. Todo cuando vio en ese año haciendo el Camino antes de que existiese, de nuevo, el Camino. No venía con idea de hacer un cuaderno de viaje, pero él es el autor del primero sobre el Camino Francés. Y estos días participa en el encuentro Compostela Ilustrada.
«Todos los días llamaba a un amigo de Madrid desde los teléfonos públicos para decirle que seguía vivo». No había infraestructura. No había albergues. No había nada. Por no haber, no había siquiera quien caminase. «Desde Roncesvalles a Santiago solo conocí a un peregrino». Fue en Portomarín. Allí le contó que estaba cumpliendo una promesa. La que le había hecho a su pareja. El plan era hacer el Camino juntos, pero falleció. Ambos peregrinos, los únicos en aquellos miles de kilómetros que habían recorrido en la Edad Media miles de pies, buscaron refugio en Portomarín. Lo encontraron en la cafetería Novo, recuerda Ikeda. Por supuesto, sale en el cuaderno de viaje. Se acuerda también de todos los que durante la ruta le dieron refugio, un trozo de pan, a cambio de nada.
¿Ha perdido el Camino su esencia a medida que ha ido ganando peregrinos? «Lo importante es que haya Camino. Cien personas son cien motivos», dice el maestro, que ha hecho cuatro veces la ruta de peregrinación. No todas ellas completa, claro. No volverá a hacerlo. Porque la edad no le deja. Pero Santiago permanecerá siempre en él. Como una huella indeleble en su obra. «Al Camino solo puedes llevar lo imprescindible. Y en mi obra también quité todo lo innecesario». Su obra también conecta Compostela y Nagasaki. Lo hace a través de los mártires dominicos que evangelizaron Japón. «Cuatro de ellos eran de lugares por los que pasa el Camino». Al regresar a Tokio, «todos los que escuchaban mis historias querían venir». Entendió que tenía una misión, y lo ha conseguido: dar a conocer la ruta de peregrinación a Compostela.