Durante los años de la burbuja hubo albañiles que llegaron a recibir salarios de más de un millón de pesetas. Hoy al sector lo apuntalan las obras de rehabilitación y ampliación
11 abr 2018 . Actualizado a las 08:30 h.La historia siempre empieza con la misma frase. Había trabajo. Una oportunidad. Venían para seis meses, para ocho, para 18, a probar un año. De eso hace ya tiempo. En algunos casos, más de treinta años. Son los gallegos que hicieron las maletas y cambiaron la vista del otro lado de la ría en el horizonte por la inmensidad del océano Atlántico. Son los emigrados a las islas Canarias.
Aquí todo ocurre una hora antes. El telediario, el prime time. La apertura de los bares y los comercios. Y el cierre también. Incluso los efectos de la crisis económica, que en las islas empezó a notarse un poco antes de que el presidente Zapatero negara el estallido de la burbuja. En el 2006 había censadas en las Canarias 31.398 personas que habían nacido en Galicia. Casi una de cada cinco ha abandonado las Canarias desde el estallido de la crisis. Las que allí se quedaron cuentan cómo había que buscar un billete de ferri con semanas, con meses de antelación. Era de nuevo el éxodo. El viaje hacia la propia tierra.
En Fuerteventura, en los buenos tiempos, llegó a haber una colonia de 15.000 gallegos, gran parte de ellos dedicados a la construcción. Trabajaban a destajo, cobraban por metro. Había salarios que en Galicia eran inimaginables. De hasta un millón seiscientas mil pesetas al mes, cuentan los veteranos. Los que todavía viven en la isla relatan que en el aeropuerto, en el que todavía existe una conexión directa con Galicia, se hablaba más gallego que en Lavacolla. Hoy, las cosas han cambiado. Hay trabajo, sí, pero no salarios estratosféricos. Quedan alrededor de 26.000 gallegos en las Canarias, y en el 2016 tan solo emigraron 682, la cifra más baja desde el 2008, cuando empezaron a recopilarse los datos, explica la Secretaría Xeral de Emigración. Desde el 2014, la cifra de gallegos que reside en la islas ha caído un 10 %.
Uno de los que llegó a Canarias atraído por los cantos de sirena de la burbuja inmobiliaria fue Rubén Trillo, de Corcubión. «Vin sobre todo porque aquí se cobraba moito máis, alá era unha miseria». De eso hace ya 18 años. «Cobraba catro mil, cinco mil... De tres mil euros non baixaba».
La que hoy es su mujer también viajó hasta las islas. Trabajaba «no que traballan o 90 % das galegas que veñen aquí». En la limpieza de los hoteles. De camareras de piso. Entonces, la frase. Con la que siempre empieza la historia de los gallegos que emigraron: «Viñamos para pouco tempo». Pero la vida. Acabaron teniendo los hijos en Fuerteventura, instalándose. Y entonces, la crisis. Y otra vez la mar. Rubén volvió primero a Galicia. Y después, buscó trabajo en África. Allí pasó tres años, también en la construcción, haciendo bases petrolíferas. «A calor e as enfermidades era o que peor levaba». Y luego, vuelta a Canarias.
Reinventarse o volver
Rubén Trillo es uno de los que consiguió reinventarse. Del sector de la construcción se ha pasado al del mantenimiento. Es a lo que se dedica en el hotel Mirador de Fuerteventura, a medio camino entre el aeropuerto de la isla y Puerto del Rosario. Es una de las salidas que han visto aquellos a los que les explotó la burbuja de la construcción en la cara. No es la única. Y hay quien sigue viviendo del sector.
Es el caso de Montajes Canarias, una empresa de carpintería de aluminio que nació a finales de los años ochenta y a la que la crisis pilló en pleno proceso de expansión, con una inversión en marcha para construir una nave industrial de 5.000 metros cuadrados. Había aprovechado, y bien, el auge de la construcción en las islas, a la que llegaron para hacerse cargo de la construcción de alojamientos turísticos, pero en el peor momento: los encargos comenzaron a decaer y la empresa tuvo que mermar. Ha sobrevivido, pero con mucho esfuerzo.
Hoy, que parece que el temporal está amainando, la construcción se revitaliza. No al mismo ritmo que en aquellos años del ladrillo. Y no de la misma manera. Si por aquel entonces el objetivo era construir, construir, construir, hoy el trabajo está más orientado a mantener. A reformar lo que ya existe, a rehabilitar lo deteriorado. Y a ampliar. En Montajes Canarias, el 70 % del trabajo se compone hoy de rehabilitación, aunque también trabajan en obra nueva de hoteles y de apartamentos. Es el turismo el que está tirando de nuevo del sector de la construcción, aunque en las ciudades, como Las Palmas, también se está construyendo.
Lo relata desde su despacho en Gran Canaria Martín Varela, que llegó de Arteixo a la isla con apenas 6 años. «Fue un cambio radical». Su padre había viajado por primera vez a Canarias porque la empresa con la que trabajaba vio una oportunidad de negocio, y se instaló en las islas. Después de un año yendo y viniendo, la familia al completó se mudó. Y hasta hoy. El padre y la madre de Martín se hicieron con las participaciones de Montajes Canarias, y él comenzó a trabajar en la empresa en el 2007, justo antes de que la construcción empezase a ir cuesta abajo.
La historia de Montajes Canarias está entrelazada con la de los dos principales polos de atracción de la emigración gallega: la construcción y el turismo. «En los años ochenta y noventa recuerdo que mis padres trabajaban muchísimo». La empresa funcionó viento en popa hasta el 2010, cuando la recesión hizo mella. Tanta mella que una firma de 70 trabajadores se ha quedado en 16.
Montajes Canarias era conocida por contratar, sobre todo, gallegos. «En la antigua empresa trajimos a muchos trabajadores. Había mucha gente que emigró para buscarse la vida» que conocía a sus padres. «Y que vinieron para aquí». Tanto que «a finales de los noventa la plantilla se componía de un alto porcentaje de empleados de origen gallego».
En cifras
2006
En Canarias había 31.398 gallegos.
2016
La menor emigración se dio en el 2016, con 682 gallegos.
Hoy hay 26.102 gallegos.
«La otra Suiza de Galicia estaba aquí, en Fuerteventura»
Raúl Souto llegó hace 31 años a las Canarias. Hoy es un empresario de éxito que se ha sobrepuesto a dos crisis
tamara montero
Raúl Souto, natural de Melide, pisó por primera vez Fuerteventura hace 31 años. Venía a la isla con un encargo: construir 505 apartamentos en 18 meses. «Llegamos en Aviaco». Entonces solo había un vuelto a la semana. «Si no, nos habríamos vuelto el primer día». Ahora se ríe al recordarlo, pero es que aquí, en la isla más cercana a África, un paraje casi desértico, no había nada. La gente trabajaba hasta la dos. Después «vivía». Y «llegamos nosotros con unos buenos sueldos, pero eran 14 o 16 horas diarias salvo el domingo». Lo consiguió. «La gente se quedó sorprendida de que se pudiesen hacer en 18 meses 500 apartamentos». Raúl Souto ya no regresó a Galicia.
«¿Cuál de ellas?». Es lo que responde cuando se le pregunta por el estallido de la burbuja inmobiliaria. Porque cuando esos apartamentos estaban construidos, lo sorprendió en Fuerteventura la guerra del Golfo. «Nos quedamos porque había que aguantarlo». Fueron años difíciles, reconoce. «El poco turismo que venía, porque era cuando Sadam [Huseín] iba a poner bombas en los aviones, no pagaba ni por los gastos». De aquel complejo turístico hicieron su fuerte. Una auténtica autarquía. «Vivíamos en el complejo y lo que producía era para nosotros».
De aquellas vacas flacas salieron, vaya si salieron. Otra burbuja inmobiliaria fue creciendo poco a poco. Y a él lo encandiló la manera de vivir de los majoreros. «No se cerraban las casas ni los coches, no había fiesta a la que no te invitasen, aunque no te conocieran», afirma antes de recordar, entre risas, las miradas de reproche cuando cerraba el coche que se compró. «Es que valía tres millones de pesetas», dice con una sonrisa un poco nostálgica.
«El turismo fue creciendo y llegamos a lo que fue el bum de la construcción, se disparó». Y empezó a llegar la emigración masiva desde Galicia. «Aquí se hacía dinero. Tenemos una ventaja, que es que no hay estaciones, y la producción es continua». La gente trabajaba a destajo «y lo que le interesaba es que hubiese días para trabajar». A finales del 2007, en plantilla había unos 200 albañiles y unos 120 autónomos. El 80 % eran gallegos. «Se venían para terminar la casa que tenían allá, o para empezar la casa que querían hacer allá, para casarse... La idea era venir a trabajar, no a divertirse».
Gallegos de paso
Recuerda Raúl Souto aquella colonia de 15.000 gallegos. «¿Qué quedamos: 5.000, 6.000? La gran mayoría estaban de paso. Los que quedamos somos los que superamos la primera crisis, que seguimos aquí». La mayoría venían a Canarias a hacer dinero. «La otra Suiza de Galicia estaba aquí, en Fuerteventura».
Ya había superado una, así que cuando llegó la segunda más o menos sabía lo que se le venía encima. Tras años de ladrillo y más ladrillo, la cosa se paralizó. Casi de un día para otro. El estallido de la burbuja del ladrillo fue en Fuerteventura «fuerte, duro y quizá más que en otros sitios». «Aquí solo tenemos dos cosas, el turismo y la construcción». No hay industria, no hay sector primario. «Se llevó muy mal, y fíjate que llegaron a ponerse barcos para que los gallegos se llevasen sus pertenencias. Yo tengo conocimiento de dos barcos que se alquilaron expresamente para llevar los containers de las familias retornadas». Como habían venido, las vacas gordas se habían ido. Y los grandes salarios dejaron paso a los grandes éxodos. «Yo de esos 200 y 120 autónomos me quedé con 40» en la constructora a finales del año 2008.
Quizá la clave del éxito de Raúl Souto y de su hermano Juan esté en que se aprovecharon de la construcción, pero no pusieron todos los huevos en la misma cesta. «La verdad es que hicimos un poco de todo». Tienen sus empresas, tienen la ferretería, y además tienen alquiler de villas y de viviendas. Y han puesto en marcha una radio que hoy es referente en Fuerteventura. Una radio que gestionan gallegos.
¿Y ahora que la crisis se ha acabado? «Tenemos la ventaja de que la recuperación llega aquí un poco antes». El turismo internacional vuelve y vuelve con una situación económica bastante buena. Y si llegan turistas, entra dinero. Y si entra dinero, hay que reformar. «Y si estás a tope, hacen falta camareros, recepcionistas, cocineros... Esa gente tiene que tener un sitio donde vivir». Durante los dos últimos años han ido creciendo al mismo ritmo que crece la llegada de turistas.
Ha pasado dos crisis. El primer día que vio la isla, si hubiera podido, habría dado media vuelta y habría regresado a casa. Así que la eterna pregunta del retorno a Galicia tiene que salir. ¿Lo piensa? ¿Quiere volver? ¿Jubilarse allí? «Sí, pero no definitivamente. Tengo familia, tengo la casa y me encanta. Me sobrepasa mi mujer, que es de aquí, pero le gusta más. Pero aquí tenemos la vida montada, así que está claro que esto no lo podemos abandonar».
Han aguantado. «Tengo gente en la constructora que lleva 27 años conmigo. ¿Cómo voy a decirle a esa gente que no, que se acabó?». Han luchado y han salido de esa crisis brutal en la que se ha visto inmerso medio mundo. Y siguen juntos. «Somos una especie de familia grande, cada uno tiene su función y gracias a eso la empresa funciona».
Las redes todavía funcionan. «Aquí tenemos una red de bares y de restaurantes que son puntos de encuentro» en los que se junta la colonia gallega. «Yo soy uno de ellos», dice Raúl Souto. «Cada vez más». Se juntan para tomar unas cervezas, para contarse el día, para celebrar el 25 de julio o San Xoán.