El escándalo de la sangre contaminada

Rita Álvarez Tudela LONDRES

SOCIEDAD

REUTERS | Toby Melville

Reino Unido abre una investigación para dar explicaciones a 25.000 víctimas

01 oct 2018 . Actualizado a las 07:06 h.

El Gobierno del Reino Unido pidió perdón a las víctimas del escándalo de la sangre contaminada, que infectó a miles de personas con el VIH y el virus de la hepatitis, por el uso de productos sanguíneos infectados que habían sido importados de los Estados Unidos en los años 70 y 80.

Conocido como el tratamiento más desastroso de la historia de la sanidad pública británica (NHS), en vez de salvar vidas terminó matando a más de 2.400 personas e infectando a miles más con virus potencialmente mortales, afectando a más de 25.000, según una investigación pública que comenzó la semana pasada. Al comienzo de la misma, el equipo legal del Gobierno expuso, como estaba claro, que «sucedieron cosas que no deberían haber sucedido». Los pacientes en cuestión, la mayoría de los cuales tenían hemofilia, un trastorno sanguíneo causado por la falta de agentes coagulantes, resultaron infectados con un producto derivado de la sangre llamado factor 8.

Muchas víctimas no se enteraron de su situación hasta años o décadas después, momento en el que ya habían transmitido los virus a sus parejas o hijos. La verdadera magnitud del desastre no se hizo evidente hasta años más tarde y ahora los afectados quieren saber por qué se tardó tanto en identificar el desastre, en retirar los productos contaminados y en localizar e informar a las víctimas.

Hablando en nombre del Departamento de Sanidad y Asistencia Social en Inglaterra, Eleanor Gray, explicó cómo las infecciones tuvieron un impacto «devastador» en las personas y sus familias, y agregó que el Gobierno quería expresar su «tristeza y arrepentimiento».

En las primeras jornadas de la investigación, que podría alargarse hasta dos años, se escucharon los emotivos testimonios de las víctimas. Una de ellas es un hombre de 43 años, infectado con hepatitis C cuando era un niño con una inyección para tratar una rodilla hinchada que se diagnosticó erróneamente como hemofilia. «Perdí todo. Perdí toda la vida el día que me enteré, todo terminó», explicó.

Era la década de los 70 y los 80 y el clima de miedo, discriminación y estigma asociado con el VIH y el sida era terrible. Así lo cuenta otra de las pacientes, manteniendo su identidad oculta. En su caso, se infectó con el VIH a través de su esposo, que era hemofílico y recibió sangre contaminada. Cuando lo descubrieron, se quedaron aturdidos y devastados: «Nos las arreglamos lo mejor que pudimos. Fuimos silenciados y nos mantuvimos callados». Steve Dymond, quien ahora tiene 60 años, inicialmente solo tenía síntomas leves de hemofilia y llevaba una vida activa. Pero pronto comenzó a sufrir dolor en sus músculos y articulaciones y siempre estaba agotado. Años más tarde, fue al hospital por una lesión menor en la mano y le confirmaron que era uno de los dañados. El diagnóstico no fue fácil y tardaron más de 18 meses en confirmarle que tenía hepatitis C. «Hemos sido traicionados y nos han dicho mentiras en todo momento», reclama Dymond, apuntando a que tanto el Gobierno, como los profesionales sanitarios y las farmacéuticas son culpables porque trataron de evitar su responsabilidad. «Es difícil -dijo- tratar de imaginar, a pesar de que haya una investigación pública, cómo podrán atravesar estos muros de ofuscación».

En el pasado se realizaron pequeñas investigaciones sobre el escándalo, pero esta es la primera de carácter público y a nivel nacional, que puede además obligar a los testigos a declarar y esclarecer si parte del plasma sanguíneo humano utilizado para fabricar el producto provino de donantes tales como los presos que vendían su sangre en EE.UU.

El mayor miedo de muchas víctimas sigue siendo que los registros médicos hayan sido destruidos o manipulados para encubrir el escándalo y culpar a las víctimas de sus propias infecciones. Así lo explicó Aidan O’Neill, quien representa a más de 200 afectados: «Cuando se formulaban preguntas, los registros médicos eran ocultados y destruidos o redactados o archivados con cualquier información relacionada con las circunstancias en que la sangre era recibida». Pero para otras víctimas, el tiempo ya no está de su lado y su delicado está de salud les hacer temer que morirán antes de que acabe la investigación, reconociendo que su única esperanza es seguir vivos para escuchar las respuestas que expliquen cómo nadie paró el escándalo de la sangre a tiempo.