Nostalgia de la Thermomix

Miguel Barral Precedo
Miguel Barral LA BOTELLA DE LEYDEN

SOCIEDAD

06 jul 2019 . Actualizado a las 19:54 h.

Al enterarme de que la compañía alemana Vorwerk, cuna de la Thermomix, tiene previsto cerrar la fábrica alemana donde se produce el mítico robot de cocina debido a la caída de las ventas en el viejo continente me ha venido un agudo ataque de nostalgia; en mi caso del todo comprensible dado el profundo impacto que me causó cuando mi tía se compró el primer modelo de Thermomix comercializado en España y a partir de ese momento ella, que nunca nos había cocinado nada, se dedicó a deleitarnos fin de semana sí, fin de semana también, con las más variopintas preparaciones siguiendo el indispensable libro de recetas que acompañaba al artefacto. Una tradición heredada por otra de mis tías, quien a día de hoy, cada vez que viene a vernos de vacaciones desde Alicante, lo hace cargada con su Thermomix a fin de proveernos de croquetas y otras delicatessen hasta su próxima visita.

Pero en fin, a lo que iba, que la noticia y el consiguiente ataque nostálgico, me han impulsado a investigar sobre el origen, historia y evolución, no ya de la Thermomix, sino de los robots (que primero fueron solo procesadores) de cocina. Una historia que arranca en la década de los 1930s, cuando los  motores eléctricos adquirieron un tamaño suficientemente reducido que iba a marcar la entrada de la humanidad -al menos la del primer mundo- en «la era de los electrodomésticos». Y de la que, evidentemente, la cocina, el centro (de trabajo) de la vida doméstica, iba a ser una de las principales favorecidas.

Sin embargo, los primeros procesadores de alimentos se parecían más a las herramientas de un taller industrial que a la coqueta imagen que en la actualidad tenemos de ellos. Estableciendo un símil, tenían más de burda batidora de brazo que de vaso americano. Todo cambió en 1957 cuando la compañía Braun sacó un revolucionario procesador  con una estética totalmente novedosa y, al parecer, inspirada en la escuela de la Bauhaus alemana: el Braun Kitchen Machine, un aparato mucho más compacto y «cúbico», con una reluciente carcasa de plástico que ocultaba el motor, ubicado en la base del mismo. Un diseño que causó tal impacto que, en esencia, se ha mantenido desde entonces. Apenas, tres años después, la compañía británica Kenwood lanzaba al mercado su Kenwood Chef, que venía a consolidar el nuevo formato, tan vistoso y elegante que, cuando no estaba en acción, podía lucir sobre la encimera cual objeto decorativo. Y que tal como rezaba la publicidad de la época «con su docena de maravillosos accesorios mezclaba, licuaba, picaba, pelaba patatas, batía y montaba, mezclaba, rebanaba, trituraba, tamizaba, exprimía, hacía purés, molía el café y hasta abría latas».

Entre tanto en Alemania Carl Vorwerk estaba cocinando otra revolución al sacar a la venta, en 1961, un nuevo y sofisticado procesador de alimentos universal, el VKM5, que incorporaba siete funciones: remover, amasar, picar, rallar, mezclar, moler y exprimir. No obstante, la definitiva y revolucionaria  vuelta de tuerca, corrió a cargo del director general de la compañía en Francia, quien motivado por la certeza de que en la cuisine francesa las cremas -de la vichyssoise a la velouté, pasando por la créme brulée, la béchamel, etc.-, son poco menos que una religión,  apostó por incorporar al aparato la función de calentado - alcanzaba los 120ºC -; con lo que el procesador de alimentos trasmutaba en un artilugio que permitía cocinar una comida (una crema, un puré,…) lista para servir directamente en el plato.  La nueva y mejorada versión de la VKM5 salió al mercado en 1971 bajo el nombre de Thermomix VM 2000, primero en Francia y luego en España, Italia demás países europeos. Y el resto, como se suele decir, es historia... e histeria, que fue lo que desató entre las amas de casa -y las que no lo eran en absoluto, como mi tía- que vieron en la Thermomix la solución perfecta a su perenne dilema de no dar abasto.