En punta Nariga, Malpica, los vientos se reúnen en asamblea mientras divisan un espacio natural que fue adornado con el último faro levantado en España, el de César Portela, que viene a alumbrar misterios de siglos.
06 dic 2019 . Actualizado a las 19:38 h.«O fero mar desfigura, co eterno e duro combate, da Nariga a ruda punta». Pondal ya se sintió cautivado por este espacio, donde el mar late con fuerza descomunal y los acantilados esconden secretos de otros tiempos. El granito aquí fue modelado de tal forma que da lugar a figuras que recuerdan a seres mitológicos. La escena nunca es la misma. El cielo y el horizonte cambian con la estación, con los días y con las horas, el sol o la luna. Siempre impresiona aunque lo visites cientos de veces. Y uno acaba sintiéndose dichoso de llegar a un lugar así.
No podía tener mejor complemento este lugar que la obra de César Portela, el último faro de España, construido ya en 1995, pero inaugurado en 1998, y reconocido con premios, un prodigio de la arquictura. Desde 50 metros lanza su haz salvador a 22 millas. Tiene cuatro cuerpos, el primero triangular. El vértice oriental mira a América y reproduce la proa de un barco, con su mascarón, el Atlante, de Manolo Coia. Una figura entre hombre y gaviota que emprende el vuelo. Al suroeste es para interpretar el baluarte de una fortaleza y, al nordeste, la comunión con las rocas. Las plataformas cobran forma de plazas y miradores para disfrutar de la inmensidad del Atlántico. Siempre hay una resguardada del viento, ese otro elemento de Nariga que unas veces cuenta historias espantosas y otras acaricia con suavidad al visitante.
Precisamente, en su último libro, el exjugador de fútbol, exedil y filósofo Xelucho Abella recoge la leyenda de que en lo alto del monte de Nariga los vientos celebran sus asambleas, en las que se reparten los mares.
No es la única leyenda. Siguiendo el Camiño dos Faros hacia Malpica se puede ver la Pedra do Ferro o Pedra da Ferradura, una consecuencia de las andanzas de Santiago cuando acudió a combatir a los moros en el Campo da Matanza. Los expulsó al océano. En el fragor de la batalla, el caballo del Apóstol lanzó tal coz que arrancó un trozo de piedra que acabó en el mar
El que llegue a este lugar por la ruta farera, en las proximidades de la torre de César Portela, un templo natural formado por varias moles graníticas esconde en su cripta un grabado de difícil interpretación. «Un enigma sin resolver», dicen los especialistas de A Rula. Los autores, que tuvieron que hacer un gran esfuerzo por el angosto del espacio, escogieron un curioso escondrijo rocoso cerca de la orilla del mar para dejar al menos tres cruces de diversa tipología, un barco con doble mástil, un posible motivo heráldico y una inscripción que remonta los grabados a principios del siglo XVII. Está a unos metros del Camiño de los Faros, pero este curioso conjunto no está ni señalizado ni estudiado ni catalogado.
Nariga recuerda a los escenarios épicos, adonde llegaban de muchas procedencias y tiempos que lo arrasaban todo. De ahí los recuerdos de ermitas ya desaparecidas, como la de San Antón o la de San Nicolás. Abella Chouciño dice que unos restos corresponden al santuario de San Nicolás. Las demás piedras las llevaron para construir casas.