La pérdida del suelo helado no solo aceleraría el aumento de la temperatura sino que además podría conducir a escenarios solo imaginados en las películas apocalípticas
18 may 2021 . Actualizado a las 18:24 h.Miguel de Pablo lleva once años consecutivos viajando a la Antártida para hacer ciencia. «Se aprecian algunos cambios sutiles, aunque continuos. Por ejemplo, ahora se observan más gaviotas. No soy biólogo, pero creo que son esos signos que a uno le hacen pensar que algo está pasando», comenta. Además, en este continente un ligero cambio, en realidad, representa mucho. «Claro, porque estamos en una zona muy alejada y la corriente circumpolar lo mantiene protegido. Estos cambios ponen de manifiesto que hay algo que está llegando desde el exterior y ejerce presión», añade.
Miguel Ángel recorre a diario la distancia que separa la base Juan Carlos I hasta el pico del Reina Sofía, la montaña donde tiene instalada la estación más importante de esta parte de la Antártida para medir el permafrost. «Es el terreno permanentemente congelado, que está por debajo de los cero grados al menos dos años. Es una buena caminata, aunque las vistas cuando no hay la niebla son espectaculares», apunta.
El geólogo y el personal de la base Juan Carlos I han conseguido este año un hito: abrir el campamento Bayers, situado en el extremo opuesto de Livingston, sin el apoyo del buque oceanográfico Hespérides. «Ha sido un éxito colectivo que pone de manifiesto la evolución del trabajo que hacemos aquí. Cada año llegamos más lejos con las motos de nieve y las zódiac. Esto no sería posible sin nuestros guías y patrones, que van adquiriendo más experiencia y conocimiento del lugar. Este es un logro que nos permite tener mayor autonomía», confiesa Joan Riba, jefe de la base.
«Ha sido toda una aventura. Hemos tenido que ir hasta esa zona de la isla con las embarcaciones y las motos de nieve. Después hemos cargado todo el material a nuestras espaldas y recorrido unos doce kilómetros hasta el campamento. Una vez instalado el equipo, hemos pasado una semana en unas instalaciones sin calefacción y en una zona más húmeda que donde está la base. El té y el café eran la única forma de entrar en calor», confiesa Miguel Ángel.
La zona de la isla donde está el campamento Byers presenta unas condiciones muy interesantes para la ciencia. «Livingston está llena de glaciares, pero justo en ese punto el glaciar retrocedió hace unos 8.000 años, comenzando a formarse entonces el permafrost», explica.
El esfuerzo le ha servido para recopilar unos datos muy valiosos sobre un asunto de vital importancia para entender cómo puede evolucionar el cambio climático. «El suelo de la Antártida no tiene la influencia de la materia órganica y sirve de nivel de referencia para los que estudian el permafrost en el Ártico», asegura.
En el hemisferio boreal la línea latitudinal del suelo helado se está desplazando hacia el norte a un ritmo muy rápido. En los últimos cincuenta años se ha movido unos cien kilómetros. «En general se conoce muy poco las consecuencias que podría llegar a tener su degradación. Si pensamos por ejemplo en el húmedo, es decir terreno con agua que está congelada, la fusión puede provocar que el agua líquida acabe en el océano, alterando la salinidad, las corrientes y también los ecosistemas marinos», advierte.
El permafrost esconde algo a lo que muchas veces la comunidad científica se refiere como el gigante dormido: metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. «Si aumenta la temperatura por encima de los cero grados, la materia orgánica comienza a descomponerse y se produce la emisión de este gas. Entraríamos en una fase de retroalimentación positiva ya provocaría un calentamiento todavía más intenso que a su vez liberaría más gases de efecto invernadero», explica el geólogo y profesor titular de la Universidad de Alcalá.
La amenaza del permafrost representa una bomba de relojería que transcurre a su ritmo, pero sin detenerse. «Su temperatura está aumentando y se está aproxima ya al límite de estabilidad. Si continúa esta tendencia podría llegar a desaparecer». Si esto ocurriese podrían darse escenario solo imaginados en las películas apocalípticas. «Se ha publicado mucho sobre la cuestión del Ántrax que apareció en el Ártico. Esto no deja de ser una anécdota, pero lo importante es lo que nos quiere decir eso. Cuando se empieza a degradar el permafrost ártico, que lleva miles de años congelado, pueden aflorar organismos ahí viviendo a los cuales no estamos acostumbrados y sufrir las consecuencias», sostiene De Pablo.