Pinchan música para sus vecinos y estos se lo agradecen bailando, cantando y aplaudiendo; ellos son claros: estamos en una situación muy grave y hay que intentar llevarla con alegría
19 mar 2020 . Actualizado a las 21:06 h.Más allá de los mundos virtuales, las ventanas son el único reducto de vida social que nos ha dejado el coronavirus. Estos días todos tenemos algo del personaje de James Stewart en La ventana indiscreta: no podemos salir a la calle; nuestra pierna rota se llama COVID-19. Ahora todos miramos una y otra vez a través del cristal. El parque vacío; la calle vacía; la plaza vacía. O al menos, así deberían estar. Pero, quizás como le ocurrió a Stewart en la película, esta crisis acabe sirviendo para que conozcamos un poco mejor a nuestros vecinos, a los que viven en la ventana de enfrente, a los que habitan el edificio de al lado. Porque en medio de una crisis sin precedentes, el espíritu de comunidad asoma en todas esas ventanas a las que la gente se asoma para aplaudirse y darse ánimos. Y para compartir un rato de música, y de baile, e incluso de conversación a gritos.
En varias calles de Vilagarcía, los vecinos más animosos han inaugurado la tradición de orientar los altavoces hacia fuera y, tomando el ejemplo que las redes sociales nos traen de otros países, actuar como pinchadiscos aficionados que aceptan, incluso, peticiones. El miércoles, en el entorno de Ravella la fiesta se prolongó durante unos cuarenta minutos. La Policía Local acabó acudiendo a la plaza, respondiendo a alguna queja vecinal, para pedir que se bajase el volumen de la música. No hizo falta que lo repitieran dos veces, ni en ese lugar, ni en otras calles de otros barrios hasta los que también se desplazaron. Y es que lo último que pretenden quienes montan estas veladas musicales, es molestar ni generar problemas. De lo que se trata, explican uno detrás de otro, es de reservar un momento al día para interactuar, aunque sea a distancia, con los vecinos. De poner una nota de diversión que anime a todo el mundo, pero que sobre todo entretenga a los más pequeños y a los mayores, obligados a afrontar esta situación desasosegante y dramática.

Menchu Couso: «La gente hasta nos grita 'otra, otra' cuando acabamos»
«Eh, ¿por ahí qué queréis?». A grito pelado, Menchu Couso interpelaba, este jueves festivo, a sus vecinos de la calle Vista Alegre. Aunque en estos días extraños los relojes parecen haber perdido sentido, lo recuperan para marcar algunas horas clave. Ayer, por ejemplo, los vecinos de Menchu esperaban la una de la tarde. A esa hora estaban todos citados en sus ventanas y en sus balcones para disfrutar de una sesión vermú a distancia con motivo del Día del padre. La tarde anterior, hacia las seis, tocó sesión infantil con debate incluido. «Los padres y las madres quieren que pongamos canciones de nuestra época, tipo Hola don Pepito, pero los chavales lo que quieren es reggeaton», dice Menchu, la mujer que encendió la mecha de todo el jolgorio que se extiende por la calle: gente que canta desde las ventanas, vecinos que bailan en sus terrazas, gritos de acera a acera, carcajadas.
«Todo esto empezó con el Resistiré, un día después de los aplausos. Yo tengo un altavoz y pusimos la canción, y a partir de ahí fue saliendo todo. Ahora, la gente hasta pide ‘otra, otra' cuando acabamos», cuenta Menchu. Ella está confinada con toda su familia: sus hijos, su marido y su madre. Y que intente poner un poco de alegría a las largas horas de encierro no significa que se tome la situación a broma, todo lo contrario. «Llevamos sin poner un pie en la calle desde el viernes. El miércoles tendremos que salir uno de nosotros para ir a la farmacia, y ya aprovecharemos para hacer una compra, ir al banco, bajar la basura y todo lo demás. Este es un tema muy serio», dice Menchu. Y precisamente por eso, tras comprobar el efecto balsámico que la música compartida a través de las ventanas tiene en sus vecinos, decidió seguir en la mecha, animando a todos durante un ratito desde su casa. «Los niños se lo pasan en grande; y les viene muy bien para distraerse, porque para ellos esto es algo muy duro, y lo va a ser más a medida que pasen los días». Y ya se sabe que no hay nada mejor para conjurar el aburrimiento y la soledad que un poco de música.

Jesús Bemposta: «Antes los vecinos apenas nos conocíamos las caras»
El camino lo abrieron los niños. Fue uno de ellos quien, a las pocas horas de iniciarse el encierro, salió a la ventana y comenzó a tocar la flauta. Su canto fue replicado al poco rato desde otro edificio. Y luego desde otro. Tras haber asistido e ese momento mágico, llegó la hora de los padres. Muchos de los residentes en la plaza mandan a sus hijos a un colegio próximo, el Anexo, por lo que comparten grupos de wasap. Y fue a través de ellos como fue tomando cuerpo la propuesta de todas las tardes, «después de los aplausos que se le dedican a toda la gente que está en primera línea, poner un poco de música. Tres o cuatro canciones». Lo que comenzó cantando la Rianxeira ha crecido, y el martes cuajó en cuarenta minutos de «una sesión de tarde pensada para los niños».
De la parte técnica se encarga Jesús Bemposta. De la selección musical, solía hacerlo: «Es increíble, antes los vecinos apenas nos conocíamos de vista, y ahora llegan un montón de peticiones». A través de wasap, a través de Messenger, o a grito pelado. «Hemos puesto Baby Shark, a petición de un vecino pequeñito de la plaza», cuenta Bemposta. Pero han sonado también en Ravella algunos de los grandes éxitos de Emilio Aragón, de los Village People, clásicos como La Cucaracha...
Y seguirán sonando. Cada día un ratito, después de los aplausos de las ocho. Y hoy mismo, con un especial infantil de entre diez y quince minutos. Y es que los niños, en este caso, tienen un protagonismo especial. «Estar encerrados en casa es muy duro, tienen momentos de bajón. Y es muy bonito ver como se van hablando de ventana a ventana, como van inventando cosas para estar entretenidos...». Verlos bailar y reírse, desde luego, ayuda a que a todos se nos levante un poco el ánimo.