Los poblados castrexos estaban conectados a una red de calzadas por las que circulaban las infecciones emergentes de todo el Imperio romano
13 abr 2020 . Actualizado a las 13:08 h.El Imperio romano trajo a los galaicos el latín, faros, puentes y calzadas, vectores por los circularon veloces tres devastadoras pandemias. Análisis de ADN en esqueletos prueban que la peste justiniana del año 543 se extendió hasta una remota aldea de los Alpes. Es muy probable que los castros galaicos, conectados a la red de calzadas, tampoco se librasen de estas plagas. Los niños huérfanos de la expedición Balmis zarparon del puerto de A Coruña hacia América en 1803 con la vacuna contra la viruela inoculada, el mismo virus que, probablemente, en el año 165 diezmó al Imperio romano cuando sumaba 75 millones de habitantes.
Algunos autores identifican la viruela con la peste antonina, una enfermedad emergente que en el siglo II se expandió como la pólvora por las calzadas y puertos romanos y despobló ciudades, campamentos, villas y granjas. Quizás contribuyó a derrumbar lo que quedaba en pie de los castros galaico-romanos.
Kyle Harper, en su libro El destino falta de Roma, sostiene que la irrupción de tres pandemias (viruela, ébola y peste bubónica) y el enfriamiento del clima entre los siglos II y el VI explican la decadencia romana. Debilitado por las enfermedades, la invasión bárbara remató al Imperio.
Habría sido mucha suerte que el noroeste de Hispania se librase del primer contagio global en tiempos del emperador Marco Aurelio. A mediados del siglo II, muchos castros galaicos seguían habitados y tenían acceso a las calzadas romanas que interconectaban los continentes de Europa, África y Asia. Es difícil que sus anillos de cinco murallas pudiesen aislarles de la infección vírica. Han sido descubiertas súplicas de curación que los legionarios enfermos grabaron en aras de piedra en lugares tan remotos como As Pontes, cercana al puerto de Brigantium y del campamento romano de Sobrado dos Montes. Hay textos similares en fortines del muro de Adriano, en Britania, o en Marruecos.
La primera pandemia global asustó incluso a Galeno, el príncipe de la medicina, que huyó aterrorizado de Roma ante una enfermedad desconocida y letal. Harper estudió la breve descripción que hizo el médico Galeno de la pandemia y deduce por los síntomas (costras) que fue el primer brote global de viruela.
Autores como Pilar Barciela y Eusebio Rey, en el libro Xacementos arqueolóxico de Galicia, indican que a partir del siglo II los castros empiezan a decaer y los que siguieron ocupados reorganizaron su modo de vida para adecuarlo al estilo romano. Algunos historiadores sostienen que el abandono se debió a que las autoridades obligaron a los nativos a bajar al valle. En todo caso, la bonanza del siglo II la cortó de tajo la primera pandemia global del Imperio romano, que se cobró siete millones de víctimas.
El siglo II marcó el declive de la vida castrexa. Uno de los mayores poblados, San Cibrán de Lás, se abandonó bruscamente a principios de la centuria. Le siguieron el fortín minero de Cervantes, que extraía oro galaico, y la despoblación de Graña, en Toques. Tras casi medio milenio de ocupación, el castro de Elviña (en A Coruña) quedó deshabitado en esa época aunque luego se repobló durante dos siglos más. Y en el campamento de Aquis Querquennis, en Bande, los últimos materiales hallados datan de la época antonina. Hay múltiples razones para explicar todos estos abandonos pero, tras el libro de Harper, las pandemias de Roma son otro factor a considerar.
El siglo III no fue mejor. Roma, con su población diezmada, derivaba hacia un estado fallido. Castromao, Fazouro (en Foz) o el Elviña repoblado resistieron más que el resto pero en el año 249, la plaga de Cipriano, otra pandemia emergente de origen desconocido, hundió la economía romana. Harper identifica los síntomas (vómitos de sangre y el terror de los testigos) con el ébola. En ese época, el castro de Vigo fue abandonado progresivamente.
Después, florecieron villas en la costa viguesa como la de Toralla, que aguantó hasta el siglo V. El tardío castro de Viladonga se abandonó con las invasiones bárbaras y el inicio de una pequeña edad de hielo. Tras la caída de Roma, Bizancio comerció con la costa galaica como prueban los ungüentarios hallados en Vigo. Pero la bonanza se frustró en el año 541 con la peste justiniana, el primer brote bubónico, letal como una «bomba de neutrones».