«¿Tomádeslle unha?»: la pregunta con la que Preciosa, de 85 años y con coronavirus, dejó de piedra a los sanitarios tras ser dada de alta

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA

SOCIEDAD

Ramón Leiro

La octogenaria, que estuvo muy grave en el hospital de Montecelo, tocó el corazón de los técnicos de la ambulancia que la llevaron a casa

18 abr 2020 . Actualizado a las 15:37 h.

Antes muertos que desagradecidos. Ese es el lema que lleva marcado a fuego la generación más sufrida de este país. Esa misma que nació con la Guerra Civil pisándole los talones, la que se crio con las estrecheces y la negrura de la posguerra y la que dio el callo, muchas veces haciendo la maleta hacia la emigración, hasta que respiró feliz porque logró que sus hijos vivieran mejor que ellos. Es con esa generación con la que se ceba ahora el coronavirus; a algunos los ha matado, a otros los mantiene en el hospital y, a otros más, afortunadamente, los está dejando por imposibles porque, pese a su avanzada edad y a sus achaques, están doblegando al virus. Ellos y ellas, valientes donde los haya, demuestran que el COVID-19 les puede quitar la salud, pero jamás les arrebatará la empatía con el mundo que llevan dentro. Lo dejó claro con una única frase Preciosa Quiveo, una vecina de Marcón (en Pontevedra) de 85 años contagiada por coronavirus, esta misma semana, en el momento en el que los técnicos de una ambulancia la dejaban delante de su casa, en bata verde y zapatillas, tras haber recibido el alta hospitalaria. 

Preciosa, que según explica su familia estuvo muy grave en el hospital pontevedrés de Montecelo y luchó como una campeona para salir adelante, al fin se pudo ir a casa. El martes, una ambulancia la llevó a su domicilio de Marcón para seguir recuperándose en su hogar. La mujer llegaba con la bata hospitalaria verde, el gorro, la mascarilla... y los sanitarios llevaban también la pertinente protección. Trajes blancos, pantallas... iban cubiertos de pies a cabeza, tal y como marca el protocolo. Pero a Preciosa, en cuanto se bajó del transporte para acceder a su casa, le salió del alma esa frase que suena en cualquier aldea a la que llegue un forastero: «¿Tomádeslle unha?», les espetó a los técnicos de la ambulancia, como si ellos pudiesen deshacerse de todo el atuendo blanco para tomar una chiquita en la cocina. Se quedaron de piedra y confesaron luego que la mujer les tocó el corazón con su entrañable invitación.

Escuchando a Preciosa estaba su hija, que no dejaba de llorar de emoción al ver llegar a la octogenaria. Ella también esbozó una sonrisa cuando oyó que invitaba a los sanitarios a tomar algo. Luego, al ver que Preciosa venía deseosa de los abrazos que su familia todavía no puede darle, porque tiene que seguir aislada, le dijo que no se preocupase, que la abrazaban en la distancia con toda la fuerza del mundo. De ahí, Preciosa se fue a una habitación de la casa donde está confinada en solitario hasta que la enfermedad remita del todo y dé negativo. Su hija, que llora todavía cuando habla de todo lo que está viviendo la familia, lanza un mensaje optimista. 

 La hija de Preciosa explica que las cosas se empezaron a poner difíciles en casa el día 13 de marzo. Ella llevaba unos días encontrándose mal y esa noche la tuvieron que llevar en una ambulancia al hospital. Dio positivo por COVID-19 y volvió a casa, en la que vive con su marido, sus tres hijos (ya mayores de edad) y su madre. Se aisló en una habitación de la vivienda mientras su esposo empezaba ya a tener síntomas también. Él también dio positivo por coronavirus y se confinó en otra habitación de la casa. «Imagínate la situación. Con los dos confinados, fueron nuestros hijos los que tuvieron que echar mano nuestra. Y mientras nos ayudaban a nosotros mi madre, que era nuestro principal miedo por su edad, también se empezó a poner mal».

Se comprobó que Preciosa, que en septiembre cumplirá los 86 años, tenía coronavirus. Así ya eran tres los confinados en casa. Desafortunadamente, el estado de la octogenaria empeoró rápidamente. Había sospechas de que tenía una neumonía, y una ambulancia la tuvo que llevar entonces al hospital.

Permaneció ingresada 14 días. «Mi madre estuvo muy, muy malita. Pero tuvo un equipo médico impresionante, que se empeñó en que saliese adelante. Y ella luchó, claro que sí, siempre fue una campeona. Nos llamaban desde el hospital y la verdad es era la llamada de la esperanza, porque trataban de darnos ánimo mientras nosotros también pasábamos la enfermedad», indica la hija de Preciosa. Cuenta también que la familia, los amigos y el sacerdote de Marcón se volcaron tanto como los sanitarios para que todos fuesen recuperando el ánimo y la salud. 

Ahora, ella ya ha dado negativo en la última prueba de COVID-19. Falta que lo haga su marido, que aún está confinado, y que Preciosa también termine de recuperarse. Ella está todavía muy agotada, sin  fuerza. Pero mantiene el ánimo intacto y no le llegan las horas del día para narrar, desde el teléfono móvil, lo bien que la trataron todos los sanitarios. Los hijos de esta familia, con edades de 36, 33 y 19 años, afortunadamente, siguen asintomáticos. Aún así, dado que uno de ellos es alérgico, le hicieron la prueba del COVID-19. Si enfermasen, cosa que de momento no ocurrió, solo tendría que agarrarse a la historia de su abuela para encontrar todas las agallas del mundo.