«Agora non poden bailar agarrados, e cando soa un bolero máis dun quería»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

Sandra Alonso

Los mayores de la residencia Porta do Camiño son los únicos que viven desde hace un mes en un hotel

27 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevan un mes de hotel, que dicho así suena muy bien, pero están confinados como el resto de la población. Los mayores de la residencia Porta do Camiño, en Santiago, que son autónomos, llevan viviendo desde el 26 de marzo en el hotel Congreso, en el concello de Teo. Lo hacen porque su residencia fue elegida por la Consellería de Política Social para albergar a los usuarios de centros residenciales positivos por coronavirus, por lo que desde hace unas semanas la vida ha cambiado para estos 55 mayores.

«O día a día cambiou moitísimo», y no solo por el traslado, sino por el confinamiento. Antes, dice Vanessa Castro, la directora de la residencia, el día se pasaba entre gimnasia, la sala de terapia, el centro sociocomunitario, el cine de los miércoles o la sesión de baile. Ahora hay que mantener las distancias, por lo que aunque la música sigue sonando, «non poden bailar agarrados que é o que lles gusta, fan unha roda e van xirando cunha distancia de metro e medio, pero cando soa un bolero máis dun quería arrimarse e non se pode», cuenta.

El traslado se organizó rápido, así que en las maletas se introdujeron las mudas indispensables, por lo que también se echan de menos los armarios habituales, «empeza a calor e non teñen o vestido de lunares, e claro, son presumidos». Han tenido que recurrir a un almacén de comestibles en el que también tienen ropa interior o camisones para suplir alguna carencia, ya que con las prisas no todos los residentes trajeron todo lo necesario.

En el hotel están cómodos y el trato del personal «es muy amable». «Siento que nos cuidan muy bien», dice Mirta Alicia Ramos, una residente de 82 años. «El médico además es cubano, y ya se sabe, somos latinos, tenemos la moral muy alta», añade. Pero claro, no pueden salir a la calle, ni a misa, ni a dar un paseo. «Yo era bastante activa y hacía todos los cursos que podía, pero lo que más echo de menos es la calle», cuenta esta argentina de familia gallega que lleva 11 años en la residencia.

«A súa pregunta é cando volvemos, iso dino moi a miúdo», añade la directora. Y es que ni siquiera pueden salir a comprar sus pequeños caprichos, por lo que son los ordenanzas los que se encargan de apuntarlos y adquirirlos en alguna salida. Para ellos esta situación ha supuesto un vuelco en sus vidas. Ni Basilio, a sus cien años, recuerda algo similar. Sí rememora cuando de niño una epidemia de tuberculosis se llevaba a familias enteras y la gente no salía de casa. Pero nada como esto. En Argentina, cuenta Mirta, hubo un brote de poliomielitis que dejó a muchas personas con parálisis. «Pero yo era muy chica y ni siquiera razonaba lo que era, recuerdo que echaban agua a las casas con desinfectante, pero nada comparado a esto, está muriendo mucha gente y eso me duele mucho», cuenta.

Como las visitas presenciales se han acabado, uno de los momentos más esperados son las llamadas de los familiares. «A traballadora social fai videochamadas coas súas familias e iso alégralles moito, pero queren volver e teñen moita curiosidade pola residencia, polo que está pasando alí», dice Vanessa Castro.

De momento, y hasta que la situación no se reconduzca, seguirán en el hotel. Tienen jardín y árboles enfrente, «unha tentación porque ademais está todo acristalado pero non poden saír á rúa, só ao xardín». Son huéspedes de hotel y están encantados, pero volverían con los ojos cerrados a su hogar y a su vida anterior a la pandemia.