Sonsoles Leal y Clotilde Costa: «Nos la mandaron a la uci con 87 años. ¿Por qué no darle esa oportunidad?»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

SOCIEDAD

Clotilde Costa, con Sonsoles Leal (de verde) y con el equipo de rehabilitación que la trata ahora: Eva Sayáns, Laura Rubio, Adrián Martín y Román Rodríguez
Clotilde Costa, con Sonsoles Leal (de verde) y con el equipo de rehabilitación que la trata ahora: Eva Sayáns, Laura Rubio, Adrián Martín y Román Rodríguez M.MORALEJO

La edad de Clotilde no fue determinante, sino que tenía una buena situación de salud y se valía por sí misma

09 jun 2020 . Actualizado a las 00:37 h.

En aquellos días, había un fuerte debate público sobre a quién había o no había que tratar en las ucis. Madrid ya estaba a tope y en Galicia se esperaba una fuerte arremetida del coronavirus. «Estábamos reunidos, organizando nuestro plan de contingencia, cuando los internistas nos dijeron que había una paciente con covid-19 que necesitaba cuidados críticos... y que tenía 87 años», recuerda la anestesista Sonsoles Leal, que durante la crisis coordinó el equipo de la uci que se especializó en coronavirus en el Hospital Povisa de Vigo. Esa mujer se llamaba Clotilde Costa, era de Moaña y, ahí va un espóiler, está muy viva para contarlo. No es nada habitual que alguien de su edad sea candidato a entrar en una unidad de cuidados críticos, porque se somete al paciente a una terapia muy intensa, con ventilación mecánica, y no todos los cuerpos lo aguantan. Siempre ha sido así en las ucis, no solo con el covid-19. «Pero no tenía ninguna otra enfermedad, vivía sola, se valía por ella misma. ¿Por qué no le íbamos a dar esa oportunidad?», dice Leal.

Estuvo una semana ingresada y casi no recuerda nada. «¡Eu deime conta de que me quitaran os dentes e pensei que foran os chinos!», exclama la mujer. Recuerda haber ido en una ambulancia y nada más. Cuando abandonó la uci estaba tan deteriorada que no podía ni mover los dedos de la mano, literalmente. Ahora, acude cada día a rehabilitación a Povisa, el hospital del que salió en silla de ruedas. Va ella sola, en la ambulancia, y camina ayudada por un bastón. «Teño cinco fillos, doce netos e dez bisnetos», enumera, «e agora na casiña case non me deixan soa, sempre teño alguén».

«Eu quería morrer», confiesa detrás de la mascarilla, apuntando los días en los que no podía ni beber un vaso de agua. Pero su caso desmiente que el diagnóstico de covid después de los 80 sea una sentencia de muerte. Cloti, como la llaman en el hospital, camina cada día un poco mejor.

«Lo importante es el estado físico, no solo la edad que pone el DNI», dice Sonsoles Leal. En Povisa trataron a 18 pacientes en la unidad de cuidados intensivos. El último tenía 85, «y una fuerza física de quince años menos», dice la coordinadora. El hombre aguantó más de 50 días en la unidad de cuidados intensivos.

La uci de Povisa fue creciendo y menguando con versatilidad, según la cantidad de pacientes que llegaban. Llegaron a tratar a once al mismo tiempo. Dividieron los equipos humanos en compartimentos, para evitar que el coronavirus se extendiese, si se producía algún contagio.

«El covid es una experiencia más que traumática, porque están mucho tiempo sin ver rostros humanos»

Porque para los profesionales, toda esta vivencia también ha sido muy emocional. Al principio, la situación en Madrid era extrema. Llegaba después de que el norte de Italia se hubiese colapsado y de que China hubiese tenido que construir un hospital de campaña en tiempo récord. En Galicia, los profesionales sanitarios tenían una expectación enorme por lo que pasaría y también grandes temores. Después, cada uno tiene su situación familiar. «Tengo niños. Llegaba a casa y me iba directa a la ducha», dice Leal, que reconoce que otros compañeros que vivían con personas mayores tuvieron que cambiarse de casa por miedo a contagiar. Aunque no falten los equipos de protección, ese temor siempre está ahí.

Y después está el propio sufrimiento del paciente. Aquí hay una circunstancia que conviene tener en cuenta. «El covid es una experiencia más que traumática, porque además del deterioro que produce la enfermedad, están mucho tiempo sin ver rostros humanos», explica la anestesista. Porque, además de todos los síntomas que ya se conocen, el coronavirus es muy contagioso y, por ello, los profesionales de las ucis trabajan embutidos en unos trajes integrales y con tanta protección que solo los ojos quedan a la vista, detrás de unas gafas y una pantalla.