Clientes de burdeles fuerzan una reducción de precios después del confinamiento

Antonio Paniagua MADRID / COLPISA

SOCIEDAD

«Tengo mucho miedo. Los hombres pagan menos que antes.Si antes sacaba 50 euros por servicio, ahora me dan 20 o 15» confiesa una mujer que se ha visto obligada a ejerce la prostitución

19 jul 2020 . Actualizado a las 13:18 h.

 (Esta información se publicó el 19 de julio de 2020 y se incluyó por error una fotografía del Club Las Vegas, de Láncara, que nada tiene que ver con la noticia )

Luisa es guineana, tiene dos hijos y vino a España con su madre con ganas de labrarse un futuro. Ha limpiado locales comerciales y trabajado en una tienda de ropa de segunda mano, pero ante la imposibilidad de abrirse camino no ha tenido más remedio que apostarse en la calle y ejercer la prostitución en Zaragoza. «Desde que acabó el confinamiento estoy pasando mucho miedo. Los hombres pagan menos que antes. Si antes sacaba 50 euros por servicio, ahora me dan 20 o 15. Lo tengo que aceptar, ¿qué hago si no? Con dos hijos a los que dar comer, hay días en que si ni siquiera me saco 20 euros».

A Erica Chueca, trabajadora social y portavoz de Médicos del Mundo, la rebaja de tarifas en el comercio sexual no le ha pillado por sorpresa. La ONG, que presta ayuda a mujeres prostituidas repartiendo alimentos y productos de higiene y facilitando en algunos casos alojamiento temporal, ha rastreado los foros de clientes en Internet durante la cuarentena. Ya entonces se confabulaban para hacer valer sus exigencias. «Los puteros se estaban frotando las manos. Pretendían aprovecharse de la vulnerabilidad de las mujeres durante lo peor de la pandemia para bajar los precios y realizar prácticas sexuales de riesgo, como prescindir del preservativo».

Guardar la distancia de seguridad o cumplir medidas higiénicas en un prostíbulo o en una habitación alquilada es una quimera. Luisa (nombre ficticio) lleva mascarilla cuando ejerce en la calle, pero estando con un cliente no pueda más que aceptar lo que le mandan. «Cuando vengo de la calle voy directa a la ducha y me pongo gel desinfectante», apunta. No está en situación de reclamar nada. Su madre pidió un préstamo de 2.500 euros a un banco para viajar a España y ahora pasa por momentos de apuro. «Le doy a mi madre dinero para que devuelva el importe del billete que nos compró; no sabe lo que hago. Le dejo a mis hijos por las noches y le digo que voy a trabajar en el bar de una amiga». Luisa, que lleva seis en años en España, ve a sus clientes envalentonados y agresivos. «Antes de ir con alguien te puedes tomar una copa. Por el mero hecho de pagarla ya se creen que pueden hacer lo que les dé la gana. Es inútil que le digas que te duele», explica Luisa.

En uno de estos foros, denunciados por el Colectivo Hiparquía, una organización abolicionista afincada en Elche, se pueden leer mensajes de esta naturaleza: «Con el bajón turístico van a quedarse en paro azafatas y camareras a patadas. Muchas acabarán poniendo el culo. Son gremios bastante promiscuos». El mismo autor se congratula de un pronto desplome del sector hostelero: «No sé qué harán muchos hoteles. Tengo la esperanza de que una buena habitación incluso en una suite pueda salir bastante barata».

Según Médicos del Mundo, desde la declaración del estado de alarma muchas de estas mujeres han afrontado el pago de los pisos o habitaciones de los clubes donde han estado confinadas, en ocasiones con sus propios explotadores. «En el caso de las víctimas de trata, se suma el agravamiento de la deuda contraída con sus tratantes y el riesgo a ser expulsadas a la calle por estos, sin redes familiares o sociales de apoyo», denuncia la ONG.

Regreso a la esquina

Una vez que ha acabado la reclusión, no son pocas las prostitutas que han retomado su oficio. Otras, extranjeras, que lo habían abandonado, se plantean volver porque tienen a sus familias confinadas en sus países de origen y se ven en el trance de ayudarlas o dejar que pasen graves penurias. Si antes tenía que apencar con la violencia, los abusos o el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, ahora se se sienten indefensas ante el contagio. Hay quien cubre el colchón con una funda de plástico. «Pero luego nos tocamos, y vivo en el pánico», explica una de las mujeres prostituidas a los equipos de Médicos del Mundo.

La esperanza de la ONG estriba en que las víctimas de la prostitución puedan acceder pronto al ingreso mínimo vital. Chueca sostiene que el Gobierno ha prometido a la organización la redacción de un protocolo para que las prostitutas puedan acogerse a la ayuda. Luisa preferiría tener un trabajo a tiempo completo o a media jornada para no dejar a sus hijos al cuidado de su madre. «No hay nada. He dejado currículos y estaría dispuesta a ir a limpiar una casa. Trabajar en la calle no un plato de buen gusto». La directora de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp), Rocío Mora, asegura que, pese al confinamiento, la actividad no ha cesado. «Hay que penalizar toda forma de proxenetismo. Basta ya de pensar que la prostitución es el oficio más viejo del mundo; es la vulneración de derechos más antigua del mundo. Desde hace cuatro años estamos esperando una ley integral que, entre otras cosas, penalice al putero, que es cómplice de la explotación sexual», alega Rocío Mora.