Lo escribió Nietzsche en El uso y abuso de la historia. El hombre moderno puede serlo todo. Se sienta orgulloso en lo alto de la pirámide de la evolución del mundo y parece gritarle a la naturaleza que le escucha: ”¡estamos en la cima, estamos en la cima! Somos el toque final de la naturaleza”. Y ahora resulta que tenemos prohibido darnos un abrazo o tomar juntos unas copas en la barra de un bar. Un ser minúsculo e invisible, el ya omnipresente bicho-virus, nos ha traspuesto desde esa cima proclamada por Nietzsche a una misteriosa sima. Y digo misteriosa por lo complicado que me ha resultado encontrar padres y parientes a la palabra sima. No existe en latín, solo aparece en castellano. Puede ser prerromana. Aparece por primera vez hacia 1350 en Sem Tob, quien escribió: “sabe que de la riqueza/ pobreza es su sima y que baixo de su alteza yace muy fonda sima”. Nebrija la usó como cárcel subterránea y en El Quijote Cervantes llama sima a la cueva de Montesinos. “Cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima” . Y ahora la gran sima es la pandemia.
Epitafio y feminismo
En el mármol de un sepulcro de una mujer de la Roma clásica puede leerse: Domum servavit lanam fecit. Guardó la casa, trabajó la lana. Para el feminismo actual no es un elogio; bien lo sé. Pero uno no puede dejar de admirar la concisión de la expresión y el reconocimiento a un trabajo bien hecho.
El victimato
Hoy en día estar contento y manifestarlo parece haberse convertido en una especie de afrenta pública. Lo políticamente correcto es apuntarse a lo que, en su día, Rafael Sánchez Ferlosio denominó como “el victimato”. Sentirse y declararse victimas de algo. Pero hay que andarse con cuidado. Convertirse en víctima de uno mismo es asunto mucho más sencillo y peligroso de lo que pueda parecer.
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