El top de acciones absurdas contra el covid: de desinfectar calles a cerrar parques
Un año después, se sigue errando para prevenir el virus. ¿Por qué, si la ciencia tiene claro cuál es la vía de transmisión primordial? Pasen y siéntense ante el teatro pandémico
María Hermida (Rodeiro, 1981). Licenciada en Publicidade e Relacións Públicas. Máster en medios de comunicación de La Voz. Traballou nas delegacións de Deza, Arousa, Ferrol, Barbanza e, actualmente, en Pontevedra
En abril del año pasado, mientras la vida que conocíamos caía como un castillo de naipes por la pandemia y nos encerrábamos en las casas, comenzó una efervescencia por cerrar parques, jardines y cualquier otra zona pública. Todo se vallaba. Y esas cintas blancas y rojas que colgaban en los columpios nos hicieron creer que en ellos, en esos entretenimientos donde antes nuestros hijos reían y jugaban, o en cualquier otra superficie, estaba el peligro. Se impuso entonces la desinfección masiva, se limpiaba con lejía la compra del súper, y los Gobiernos y agencias de salud fomentaban ese baile de la fumigación sacando al Ejército a la calle con las máquinas limpiadoras. Un año después, se sabe que casi todo fue en balde. Se gastaron —y, lo que es peor, aún se despilfarran— recursos ingentes en medidas de prevención absurdas porque el virus no se transmitía como entonces se creía y se decía. Pero lo más sangrante es que ahora, cuando las evidencias de la transmisión aérea del covid-19 son apabullantes, no se cambia de compás y se sigue destinando más dinero público a escenificar que se lucha contra el covid, con grandes limpiezas en exteriores, por poner solo un ejemplo, que a medidas que realmente lo frenen, como las dirigidas a fomentar y controlar la ventilación de los espacios interiores.
EL ORIGEN DE LA CONFUSIÓN
De las superficies al aire. En los primeros meses de pandemia, se fue generando una obsesión colectiva por desinfectar. Circulaban por todos lados mensajes sobre la resistencia del virus en la suela de los zapatos, en las más variopintas superficies y, de esta manera, cualquier objeto que llegaba a casa tenía que pasar la pertinente desinfección e incluso una cuarentena antes de ser usado. Poco a poco, fueron reuniéndose evidencias científicas y se fue viendo que, quizás, el contagio por superficies (o fómites, en lenguaje técnico) no era el más común. Hubo un punto de inflexión. En julio, un nutrido grupo de científicos de primera línea de todo el mundo se dirigen a la OMS y le piden que reconozca que el virus se transmite por aerosoles, es decir, por el aire que expulsamos al respirar, hablar o toser. La carta era contundente. Se hablaba ya de «evidencias abrumadoras» de que los contagios se producían por los aerosoles. Pero la OMS no actuó rápido. Y, aunque las evidencias del contagio aéreo empezaron a ser cada vez más apabullantes y el discurso de estos científicos alcanzó dimensión mundial, la tibieza de las instituciones de salud con este asunto hizo que el mundo siguiese creyendo que el peligro era tocar el botón del ascensor y no meterse en él con una persona infectada, por reducir a un simple ejemplo la paradoja vivida. Contagio por superficie versus transmisión por aerosoles. Ahora, la cuestión está clara: se sabe que el contagio por aerosoles es primordial. Pero las instituciones siguen lentas. El Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) señala: «Se considera posible, aunque, hasta el momento, no se ha documentado la transmisión a través de fómites». Y su homólogo en Estados Unidos, los llamados CDC, remachan: «No se cree que la propagación a través del contacto con superficies contaminadas sea una forma común de propagación de la covid-19». Por tanto, el peligro es la vía aérea. Y eso indica que la distancia, la mascarilla y la ventilación sí son importantes y no tanto esa obsesión por desinfectar todas las superficies, sobre todo en el exterior.
LAS MEDIDAS INEFICACES
De la desinfección masiva a llevar la mascarilla sin ajustar. Los científicos, desde José Jiménez, divulgador mundial sobre los aerosoles, hasta Margarita del Val o María Cruz Minguillón, ambas del CSIC, entienden que todo eso que se está llamando «teatro pandémico», es decir las medidas ineficaces contra el virus, calaron hondo porque son mucho más fáciles de entender que las que realmente hay que aplicar: resulta más sencillo desinfectar la compra que controlar que un espacio esté bien ventilado, por ejemplo. Pero insisten en centrarnos en lo segundo. Jiménez, desde la Universidad de Colorado, detalla, al igual que lo hizo recientemente en una editorial la revista científica Nature, las medidas más absurdas para frenar la propagación del virus: «Lo más ineficaz es desinfectar superficies, sobre todo en el exterior, poner mamparas en oficinas, salvo situaciones muy específicas, quitarse la mascarilla en el interior aún guardando la distancia de seguridad y llevar mascarillas casi de decoración, sin ajustar». Lo cuenta e insiste en esto último, en que los aerosoles son la principal vía de contagio y, para evitar la transmisión, es imprescindible que el cubre bocas se ajuste perfectamente a la nariz y la boca. Jiménez se lleva las manos a la cabeza con los millones gastados en todo el mundo en fumigaciones masivas.
a vueltas con los parques y jardines
El científico visionario. A día de hoy, pese a que se sabe que la transmisión del virus es principalmente aérea y no se demostraron contagios por superficies, hay ayuntamientos gallegos —algunos en zonas rurales donde se cuentan con los dedos los niños que hay— donde los parques infantiles siguen vallados. El estupor de los científicos con este asunto viene de lejos. Ya en abril del 2020 hubo una profesora universitaria de Estados Unidos que alertó de que cerrar los parques y jardines era absurdo. Ahora, hay unanimidad al respecto: «No tiene sentido, en el exterior los contagios se reducen mucho, el aire se dispersa y los rayos uva del sol matan el virus», insiste José Luis Jiménez.
cómo protegernos
Ventilación. Actualmente, está claro que la vía aérea es la fuente principal de contagio del covid, bien por aerosoles o gotículas que soltamos al respirar y hablar. Por tanto, ventilar, disminuir los contactos y llevar las mascarillas ajustadas es lo único realmente efectivo. También se recomienda continuar con el lavado de manos y usar moderadamente el gel hidroalcohólico. ¿Y las desinfecciones? La OMS las limita a las superficies que más se manosean, como los picaportes delas puertas, las pantallas de los teléfonos o los grifos. Y el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) señala que no se recomiendan las fumigaciones de grandes superficies, sobre todo al aire libre, por los riesgos que supone para la población, para el medio ambiente y, también, debido a su baja efectividad. Aún así, y pese a que la teoría parece estar clara tras un año de pandemia, siguen gastándose miles de euros de dinero público en medidas que se demostraron ineficaces. ¿Por qué? El telón del teatro pandémico no ha bajado. Y, sobre el escenario, luce más un camión fumigando que un aparato diminuto midiendo el CO2 en un aula o cualquier otro sitio. Así que no es esperable que las cosas cambien; el show debe continuar, que cantaba Mercury.