En respetuosa procesión, el Sarria pasa ante el magnífico monasterio de la villa, como un río de agua bendita. El paisaje nemoroso donde se enclava el cenobio invita a un benedictino silencio.
08 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Los montes Meda, Oribio y Albela rompen aguas y nace el río Sarria. El parto de los montes. En sus primeros andares, el río se muestra brioso y saltarín, como un desbocado caballo de agua. Pero cuando llega a Samos abandona el ímpetu propio de la mocedad y, con el sosiego que la edad confiere, discurre de puntillas para no perturbar la paz de los monjes que moran en el Monasterio de Samos, mostrando un gran respeto por su recogimiento, acariciando apenas sus muros: hace el río su particular voto de silencio. Al cronista le recuerdan que por Samos pasa una de las etapas del Camino de Santiago, y el Sarria transita por la localidad en su peregrinaje hacia la mar que, como dejó dicho Jorge Manrique, es el morir. Los árboles de la ribera le hacen un pasillo, blandiendo sus sables de madera. Él, gran retratista, se lleva luego sus reflejos corriente abajo. Se muestra pródigo en truchas y anguilas, y lo jalonan los inevitables molinos de agua donde moler el grano: es el río milagroso, multiplicador de los panes y los peces.
Más que en piedra, el monasterio semeja construido en calma pura. Fundado en el siglo VI, brinda hospedaje; y cuentan que, cuando uno termina la estancia, su sentimiento permanece allí hospedado para toda la vida. Al cronista le impactó sobremanera la grandiosidad de la abadía, pero también reparó en la pequeña Capela do Salvador do Ciprés, situada a escasos cien metros. Erigida alrededor del siglo IX, su traza responde al estilo mozárabe. Prácticamente adosado a ella, se yergue un imponente ciprés. La capilla es mozárabe, pero el ciprés es de estilo gótico por su ansia de verticalidad, su vocación de esbeltez, su afán de liviandad. Y, en lo alto, un lanceolado vitral con todos los verdes de la pantonera. La capilla es Monumento Nacional, y el ciprés, Monumento Vegetal. En la cultura grecorromana el ciprés era considerado un símbolo de la hospitalidad. Haciendo honor a su condición, dice la leyenda que en 1926 se mostró hospitalario con un enjambre de abejas. Al parecer, hubo quien no toleró el acto de generosidad y prendió fuego a las melíferas, a resultas de lo cual el tronco del árbol sufrió serios daños. Hoy la oquedad que dejó la herida aparece cubierta por una tupida lona, el parche en el ojo de un viejo capellán castrense. El senecto aparece listado en el Catálogo Galego de Árbores Senlleiras, y al cronista, observándolo con detenimiento, se le antoja que tiene forma de lanza de Longinos o de una de las flechas con las que asaetearon al santo Sebastián.
El Leteo es el río del olvido. El Sarria es el río del recuerdo. Inunda la memoria. El cronista lo acompaña un buen rato en su caminar. El nuevo amigo del cronista se despide y continúa fluyendo hacia la villa de Sarria. Llega al Paseo do Malecón, y allí no discurre: pasea.
En Samos ya empieza a oscurecer. La noche, como un río de agua negra, afluye al Sarria. El cronista lleva en los ojos el brillo del agua. En la altura, una luna tibia de mayo, rosetón en la fachada nocturna, una luna tan grande que no cabe en la noche.
Capela do Ciprés
Sencilla y hermosa ermita prerrománica dedicada a la advocación de San Salvador que recibe tal nombre por haberse plantado ante ella un gallardo ciprés como si de la torre del campanario se tratara.