María Martín: «Isabel la Católica decía juglaras y juglares, ¡poniendo primero el femenino!»
SOCIEDAD
La especialista critica los casos de desdoblamientos en los libros de texto de Andalucía: «O estaba hecho con mala intención para ridiculizar o no lo entiendo»
22 may 2021 . Actualizado a las 14:31 h.El móvil de María Martín (Motril, 1969) arde cada vez que se genera una polémica relacionada con el lenguaje inclusivo. Experta en la materia y defensora de su uso, es la autora de Ni por favor ni por favora (Catarata), un libro en el que propone un giro en la lengua para que nadie se quede fuera, evitando las extravagancias. Para ella supone la evolución natural de algo que viene de atrás. «Si lees El Cantar de mío Cid y la literatura clásica hasta hoy lo ves. Es así hasta el punto que la propia RAE en su diccionario desdoblaba sistemáticamente. Pero en el 2001, cuando se empezó a usar como estrategia de inclusión, se prohibió. Decir que niños y niñas está mal dicho es una norma de hace poco. Y creo que una trampa».
-¿Por qué?
-Prohibir no es una tarea de la Academia. Si esta tiene que recoger solo el uso de la lengua no tiene por qué prohibirlo, sino esperar a ver si lo incorpora o no. La Academia también es la responsable de que la sociedad en genera identifique el lenguaje inclusivo solo con desdoblamientos.
-¿Sugiere que «El Cantar de mío Cid» ya usaba lenguaje inclusivo?
-El Cantar de mio Cid nombra a las mujeres y los hombres. No se puede decir que fuera inclusivo, porque esa es una idea del siglo XX. Obviamente no nació con esa intención pero, con naturalidad, decía burgueses y burguesas y desdoblaba cuando era necesario. El otro día ponía en redes, y la gente se escandalizaba, un escrito de Isabel la Católica. Decía las juglaras y los juglares para darles un permiso para cantar, ¡poniendo primero el femenino! Si ahora una feminista dijera juglara se la comen. Y eso ocurría en 1492. Se ha hecho en todo el tiempo. En el Lazarillo de Tormes, La celestina y en obras de Juan Ramón Jiménez. Y no eran autores feministas. Eso se ha hecho siempre y lo admite la gramática de la RAE. La RAE dice que en caso de ambigüedad se nombre a las mujeres y hombres. Lo que pasa es que a mí me parece que es ambiguo el 90% de las veces. La ambigüedad la decide quien habla, no la RAE con una norma genérica. El discurso siempre está desequilibrado de una manera intencionada.
-Hace años el debate era que se dijera «la abogada», no «los españoles y los españolas». ¿Cree que esto último se dirá en el futuro con la misma naturalidad?
-Creo que, si no eso, se dirá algo que quiera decir eso. Del mismo modo que lees hoy la Constitución y no te suena mal que diga ciudadanos 500 veces, cuando podía decir 250 ciudadanos y 250 ciudadanas, o la ciudadanía, hemos naturalizado el masculino genérico y no nos parece repetitivo. Todo se puede naturalizar en el tiempo si lo escuchamos las suficientes veces. Pero no sabemos que se propondrá mañana. Todo se puede naturalizar en el tiempo, si lo escuchamos las suficientes veces. Pero no sabemos que se propondrá mañana. En un momento fue la arroba o la x y nos hemos dado cuenta de que genera distorsiones, especialmente para personas con discapacidad que necesitan traductores. Dicho esto, hay discursos que chirrían y se llevan al extremo. Hay expresiones del lenguaje inclusivo que se adoptan que me molestan incluso a mí. Esto no va de vocales. No puedes pretender incluir simplemente sumando unas vocales a otras. Tiene que estar presente en todo tu discurso y ser coherente en todo lo que dices y haces. No vale empezar usando una, tres o cuarenta vocales y luego seguir hablando en masculino genérico. Eso es simplemente un paripé.
-Irene Montero dijo en un acto de campaña «niños, niñas y niñes». ¿Qué piensa de eso?
-Eso es un acumulamiento de vocales. Entiendo el motivo y el contexto. Estaba reunida con un grupo de familias LGTBI y hablaba de aprobar una ley para la identidad de genero. Se dirigía a personas que tenían perfectamente asumido ese código. Ella no lo hizo por un motivo lingüístico, sino político y de visibilización. ¿Qué yo no lo habría dicho así porque tengo unas herramientas lingüísticas distintas? Sí. Pero, aún así, es curioso como se notan los mandatos del lenguaje. Incluso usando la o-a-e, el masculino va delante. A nadie se le ocurre apelar al orden alfabético y decir hijas, hijes, hijo. Incluso para romper el sistema lo reproducimos.
-¿Le parece razonable decir «niñes» de modo genérico?
-Estoy en contra. Si no estoy en un masculino genérico, tampoco estoy en una e neutra. Eso lo tengo clarísimo. La única manera de nombrar lo que la otra persona está imaginando es nombrarla con todas las palabras.
-¿Qué piensa de esos libros de texto que ponen «los visigodos y las visigodas», desdoblando varias veces en el mismo párrafo?
-¡Eso está tan mal hecho! Cuando lo vi, no tardé más de 5 minutos en hacerlo inclusivo y solamente tuve que desdoblar una vez. Y de forma discreta.
-¿Cómo se hace?
-Con otras herramientas. En lugar de judíos y judías puedes decir la comunidad judía y se sabe que son mujeres y hombres. Pero eso o estaba hecho con mala intención para ridiculizar o no lo entiendo. Yo he escrito libros con lenguaje inclusivo y hay muy pocos desdoblamientos. Cuando se hace así es porque se hace mal.
-¿Qué piensa de la polémica de Francia de vetar la escritura inclusiva en las aulas?
-Es como si en España se dice que no se use la barra «o/a» sistemáticamente. Eso es lo que se ha prohibido, pero no el lenguaje inclusivo. Al contrario: se hacen recomendaciones para feminizar las profesiones. Las polémicas siempre esconden la parte razonable y muestran la chirriante y esperpéntica. Mi empeño es mostrar a las personas que me leen y me escuchan que hay una forma inclusiva de hablar y que solo depende de dos cosas: la voluntad que tengas de incluir y tus capacidades lingüísticas. Una vez que pones la voluntad, las competencias lingüísticas se amplían, si no se tienen. ¿Hay que hacer un pequeño esfuerzo? Sí, nadie dijo que fuese a ser sencillo. Necesitamos repensar el mundo para poder renombrarlo, pero no es imposible, no es difícil, ni es ridículo.
-¿Va contra el economía del lenguaje?
-No, al revés. Cuando yo hago prácticas con el alumnado la mayor parte de las opciones inclusivas que encontramos son más cortas que las opciones sexistas. Para mí son todo ventajas, pero se desconocen. Si te fijas es muy común ver en los medios de comunicación expresiones como «las mujeres abogadas». Eso va totalmente en contra de la economía del lenguaje. Ya son las abogadas, no hace falta marcar el femenino dos veces. La estructura gramatical del castellano hace que sea imposible que pueda ser un hombre. Eso es una redundancia. Pero ir contra la economía del lenguaje para discriminar no le molesta a nadie. Decir, como admite la Academia, «subir hacia arriba» o «bajar hacia abajo» no importa, pero decir niños y niñas sí. Es alucinante.
-Los contrarios al lenguaje inclusivo dicen que personas como usted desnaturalizan el lenguaje y lo llenan de artificios. ¿Qué opina?
-Es que el lenguaje es antinatural y está lleno de artificios. La historia del lenguaje es la historia de la cultura y eso no es natural. Si lo fuera, todo el mundo hablaría la misma lengua. Tenemos literatura porque hemos creado artificios lingüísticos. Para decir dientes blancos decimos: «Hermosos como perlas». Y nos parece una maravilla. El lenguaje es puro artificio y está bien que sea así. Quien lo utiliza de una manera artificial e inadecuada, sea inclusiva o sexista, que también los hay de esa opción que le dan patadas a la gramática, es por un problema de competencias lingüísticas, no de inclusión.
-El otro reproche habitual dice algo así: «Ya podían dedicarse a los problemas reales de las mujeres y no esto de andar con los españoles y las españolas que no va a arreglar la vida de nadie».
-En realidad nos preocupamos por todos esos problemas y lo hacemos a través de palabras. Hemos decidido no descartar ninguna herramienta. Como podemos encargarnos de eso y, además, normalmente tenemos que hacerlo hablando o escribiendo, pues vamos a usar todas las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Se llama eficiencia.