El artista coruñés se ha introducido en la construcción de violines tras vivir de la fotografía periodística y exponer sus creaciones pictóricas. Ahora estudia las técnicas de Guarneri o Stradivari para seguir creando
03 nov 2021 . Actualizado a las 16:04 h.«Las herramientas necesarias para hacer una guitarra te ocupan un remolque, casi un tráiler, y las indispensables para construir un violín te caben en una maleta», explica Fran Torrecilla (A Coruña, 1964), a modo de resumen sobre una técnica artesanal en la que se busca la perfección en el detalle y en la que se aspira a replicar texturas y colores de hace 500 años.
Profesionalmente ligado al mundo de la fotografía periodística, había explorado ya el trabajo pictórico antes de llegar a la construcción de instrumentos. «Yo digo que nací en un estudio fotográfico. Mi padre trabajaba en Foto Blanco, en la calle Real, y recuerdo ser muy pequeño y prepararle los clichés. No correspondía el tamaño de la película con el del chasis y había que cortarla a oscuras, me enseñó a hacerlo guiado por el tacto. Los enfoques también lo aprendí de él», explica sobre sus inicios, antes de formarse en Artes y Oficios para ser pintor, y acabar siguiendo los pasos de su progenitor.
«Siempre me gustó la música y desde los 8 años arrastré conmigo una guitarra, estuve un par de años en el conservatorio, pero no aprendí nada», relata a modo de hilo conductor de lo que le ha llevado al oficio de luthier, por el que transita aún de modo tímido. Lo justifica de mil maneras, desde su amor al arte, a su pasado destrozando juguetes para entender su funcionamiento. «Comencé a romper una guitarra para ver cómo hacerla yo, pero hasta que no tuve un lugar y herramienta, hace unos 15 años, no me lo tomé en serio», reconoce y ve como una transición natural el paso a la construcción de violines, que comenzó hace cuatro años.
De formación autodidacta, visita varias veces al año al luthier compostelano Gonzalo Bayolo para ver su técnica y dice que su aspiración es «seguir aprendiendo el resto de mi vida, porque esto no tiene final, no puedo parar de sumergirme en conocimientos y en la forma de producir arte». «Lo que quiero es seguir perfeccionando la técnica», comenta en un taller con imágenes de Stradivarius, cuyo creador reconoce como un espejo de perfección formal en el que «todos los que hacen violines se miran». Apostilla de seguido que después cada uno intenta hacer bien sus propios modelos.
El primer violín que salió de sus manos aún lo conserva. «Ha llevado todos los golpes, cada cosa que pruebo nueva se la hago a él», admite Torrecilla, cuando lleva ya una docena construidos y tiene dos embalados para su envío. Documenta los pasos más importantes del proceso para que el comprador los conozca. «Lleva unas 150 horas hacer un violín», responde precisando las distintas fases y remarcando que lo importante no es el tiempo sino que no puedes «trabajar en automático, aquí trabajas con décimas de milímetro».
Una de sus construcciones se pudo escuchar recientemente en el concierto de Robe Iniesta en Santiago, en la mano del músico Carlos Pérez. «Si quisiera ganar dinero no me dedicaría a esto», admite Torrecilla con retranca, asegurando que lo importante es que el instrumento y el músico encajen.
Método cremonés
Opta por el método clásico para construir sus violines
Barnices vegetales
Hace los suyos a base de resina de pino y aceite de linaza. El « misterio» está en cómo aplicarlos, asegura