El año en que Kubrick y Franco nos dejaron ver «La naranja mecánica»

Oskar Belategui MÁLAGA / COLPISA

SOCIEDAD

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Un documental reconstruye el rocambolesco estreno de la película en la Seminci de Valladolid de 1975, cuatro años después de que sacudiera al mundo con su violencia

18 dic 2021 . Actualizado a las 18:29 h.

Hay unas pocas películas que cambian el mundo y La naranja mecánica es una de ellas. Anthony Burgess publicó la novela en que se basa en 1962 a partir de un doloroso recuerdo: la violación de cuatro marines estadounidenses a su mujer durante un apagón en 1944, a consecuencia de la cual sufrió un aborto. Alex, el protagonista del libro, posee, según el escritor, los principales atributos humanos: amor a la agresión, amor al lenguaje y amor a la belleza. «Pero es joven y no ha entendido aún la verdadera importancia de la libertad, que disfruta de un modo tan violento», describía Burgess. Alex y sus drugos (amigos) cobraron vida en la pantalla gracias a Stanley Kubrick, un realizador al que el extraordinario éxito de su película anterior, 2001: Una odisea del espacio, le había dado carta blanca en Hollywood.

Un documental producido por el canal TCM, que se ha estrenado conmemorando el medio siglo del filme, reconstruye el accidentado estreno de La naranja mecánica en España en 1975, cuatro años después de que se viera en el resto del mundo. Narrado por el propio protagonista del filme, Malcolm McDowell, La naranja prohibida demuestra cómo el autor de Espartaco venció a la censura franquista desde un inesperado lugar: una capital de provincias profundamente conservadora.

La Seminci de Valladolid, un certamen que había nacido veinte años atrás con contenidos religiosos como una prolongación de la Semana Santa, conmemoró en octubre una proyección que adquirió un carácter legendario entre los vallisoletanos y que marcó para siempre a los universitarios que hicieron cola toda la noche frente al cine Carrión soportando las cargas de la policía.

«Fue algo que trascendió de la pantalla», constata el director del documental, Pedro González Bermúdez. «Aquella gente quería cambiar las cosas y La naranja mecánica influyó en sus vidas para siempre».

No solo el régimen franquista había prohibido la hiperviolenta fábula moral ambientada en un futuro cercano y protagonizada por un antihéroe que comete fechorías con sus amigos antes de ser socializado. Muchos países le otorgaron la calificación X o directamente vetaron su exhibición.

El mismo Kubrick exigió a la Warner que retirara la cinta de las salas británicas después de que una serie de crímenes juveniles fueran asociados al filme por los medios de comunicación y los jueces. El director llegó a recibir cartas con amenazas de muerte a su familia y solo tras su fallecimiento se pudo ver la nta en el Reino Unido.

«La naranja mecánica se convirtió en un anatema y sufrió una persecución. No se juzgaban los valores de la película, sino su supuesta corrupción moral», asegura el escritor Vicente Molina Foix, que durante veinte años tradujo al español los diálogos de Kubrick y trató al realizador. «Kubrick no quería alimentar algo extracinematográfico y retiró la película de la circulación cuando más se hablaba de ella. Adquirió un halo de película maldita».

Valladolid en 1975 no solo eran misas de diario y paseos por la Plaza Mayor. Los 15.000 trabajadores de FASA-Renault estaban en huelga y 30.000 universitarios politizados habían conseguido que, por primera vez desde la Guerra Civil, se cerrara la universidad.

La Seminci era una ventana por la que se había colado cine libre que no se había visto en ninguna otra parte: Fellini, Bergman, Truffaut, Buñuel, la Nouvelle Vague, las cinematografías tras el Telón de Acero. En los cines españoles se seguía sin estrenar Senderos de gloria, la epopeya antibelicista de Kubrick, y su Lolita. La repercusión alcanzada por La naranja mecánica era tal que hasta Eloy de la Iglesia dirigió en 1973 una especie de copia, Una gota de sangre para morir amando, con guion entre otros de José Luis Garci. Algunos la rebautizaron La mandarina mecánica.

Así que cuando Warner Bros llamó al entonces director de la Seminci Carmelo Romero para comunicarle que la Dirección General de Cinematografía daba su plácet para el estreno de La naranja mecánica, Valladolid vivió una revolución. Solo un mes antes, un consejo de ministros presidido por Franco había autorizado la exhibición de Jesucristo Superstar.

Sin embargo, a diez días del festival, Stanley Kubrick desautorizó el pase. Quizá pensó que la ciudad castellana no era el lugar adecuado para el estreno en España. O que la maquinaria de proyección no era la ideal, acostumbrado como estaba a mandar espías a los cines para comprobar que el filme llegaba a los espectadores como él lo había concebido.

Podía desechar una sala por el color de sus paredes. Warner España envió a Londres a uno de sus ejecutivos, Angel Corvi, a hablar en persona con el realizador. Romero le escribió una carta con una mentira piadosa, asegurándole de que la cinta se iba a proyectar en la universidad. Finalmente aceptó.

La naranja prohibida recoge los emocionados testimonios de algunos de aquellos universitarios, hoy venerables jubilados, que se sintieron entrar en la modernidad en aquella proyección con antidisturbios camuflados en el patio de butacas y un aviso de bomba que el director de la Seminci desoyó. «La película hablaba de una violencia que nosotros veíamos en las calles», apunta uno de ellos. La naranja mecánica acabaría siendo la película más taquillera en 1975 por detrás de Tiburón y se mantuvo en salas durante un año ininterrumpidamente.

El documental de TCM concluye con chavales actuales reflexionando sobre la cinta de Kubrick tras verla por primera vez. Impactados por la violencia, todos concluyen que hoy no se podría rodar algo así.