Entre el proyecto del Ministerio de Sanidad para reducir el consumo de tabaco que estudia la polémica prohibición de fumar en los automóviles y el plan para vedar el cigarrillo ¡a los menores de diez años!, al que se refería La Voz en 1886, hay dos alejados extremos en la percepción social de este hábito y en las medidas para atajarlo. Aunque a muchos fumadores, claro, las intenciones ministerial ya les hayan provocado serios ataques de tos.
19 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Imagine que viaja en avión y el pasajero de al lado enciende un cigarrillo: esta escena que hoy se haría viral en YouTube era cotidiana aún a las puertas del año 2000. Y hasta una década más tarde (o sea, anteayer) no se proscribiría el humo en los espacios públicos cerrados. Nuestra hemeroteca es testigo de que aquellas prohibiciones generaron tanto revuelo («¡nos van a hundir el negocio!») como el reciente anuncio de que Sanidad proyecta extenderlas ahora al interior de los automóviles, a las playas y a otros espacios abiertos de uso común.
Las voces más críticas arrecian contra «el nuevo puritanismo» y «la neoinquisición», que irían desde el tabaco a otros ámbitos de la vida privada como la alimentación. Nada nuevo bajo el sol: en un recorrido por las páginas de La Voz, que este mes celebra sus 140 años, comprobamos que las controversias de todo tipo, y más en concreto las envueltas en humo de cigarrillo, vienen de lejos.
En 1920, el periódico siguió al día la polémica por las grandes colas que se montaban los domingos ante los estancos y la petición de que las mujeres no pudiesen comprar tabaco. «Cierto es que muchas lo hacen de buena fé, para familiares enfermos, pero la mayor parte, no. Que vayan sus maridos», escribía un airado lector. En la década de los cincuenta, cuando la agresiva publicidad que tan bien refleja la serie Mad Men aseguraba sin rubor que una determinada marca de cigarrillos era «la preferida de los médicos», el rubio americano fue protagonista de un aldraxe en el que La Voz se puso de parte de los fumadores gallegos: el Gobierno había autorizado la venta en estancos de cigarrillos importados, pero solo en Madrid. «Pues yo seguiré comprándolo de estraperlo», se atrevía a escribir en nuestras páginas un periodista con muy malos humos.
Las primeras veces que el periódico informó de prohibiciones de fumar, allá por los años mozos de su larga historia, se refería a la necesidad del veto por el peligro de incendios en teatros y edificios públicos, no por cuestiones de salud. Eran frecuentes las noticias de multas y detenciones por incumplir la norma. Y también las quejas de quienes estaban en desacuerdo con ella. En octubre de 1886, sin embargo, nuestro diario aseguraba ya que este hábito «oscurece la inteligencia de los jóvenes y los priva casi por completo de memoria». Y se hacía eco de que en Francia, Suiza y Alemania ya se establecían castigos para los padres que permitían fumar a sus hijos menores de diez años. El periódico tomaba posición en el asunto: «Nosotros, que tan dados somos a copiar costumbres extranjeras, debiéramos imitar en esto a los extraños, porque este vicio existe aquí muy arraigado».
Pero una cosa era el moderado escándalo que provocaba la estampa de niños fumando y otra muy distinta la percepción social del consumo de tabaco. Lo frecuente en todos los periódicos, y La Voz no era una excepción, era encontrarse con anuncios del tipo: «Fume sin miedo: el dentrífico Phylodent protege su dentadura», casi tan escándalosos —desde una mirada actual, claro— como aquellos otros de los pitillos balsámicos del doctor Andreu y su eslogan «Cúrese fumando». Hasta los sesenta no comenzarían a publicarse informaciones referentes a los peligros del tabaco para la salud, con las evidencias que ya lo relacionaban con el cáncer, aunque en un segundo plano frente a disputas como las que generaba la prohibición de fumar en los autobuses urbanos gallegos. Es más, incluso en La Voz se deslizaban burlas a iniciativas como la creación en EE.UU de la Liga contra el Tabaco. «¿Y por qué no, si tan éxito tuvieron en su lucha contra el alcohol?, aspostillaba aludiendo al fracaso de la Ley Seca el socarrón periodista, quien pasaba a relatar alguna de las prohibiciones más extravagantes que habían llegado a decretarse en aquel país: «Hubo un tiempo en que los puritanos concedieron permiso para fumar únicamente a una distancia de cinco millas de las ciudades e incluso se dispuso que cada ciudadano podía fumar una vez al día, y en lugar oculto para evitar el mal ejemplo».
Así que quienes sostienen que ahora nos invade un nueva ola de puritanismo seguramente pensarán que es el momento de poner las barbas a remojar.