Mónica Aurora Pérez Taboada, supervisora de oncología en el Chuac: «Vi la fragilidad de la vida como no lo había visto nunca»

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Había sido enfermera en la uci de politraumatizados, de cardíaca y de Oncología del Chuac. Pero toda su experiencia se hizo pequeña cuando llegó la pandemia

13 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Mónica Aurora Pérez Taboada había sido enfermera en la uci de politraumatizados, de cardíaca y de Oncología del Chuac. Pero toda su experiencia se hizo pequeña cuando llegó la pandemia y tuvo que estar al frente de una de las primeras unidades de enfermería para pacientes covid.

—¿La prepararon 18 años de experiencia para todo lo que tuvo que vivir?

—Nada podía prepararnos para esto. No sabíamos lo que era el virus, qué tratamientos poner, cómo manejar a los pacientes. No había nadie a quién copiar, fuimos una de las primeras unidades. Todos fuimos novatos: del primero al último.

—¿Cuál fue el cambio que más le impactó?

—En una planta de oncología, cuando algún paciente está en sus momentos finales, está rodeado de su familia, intentamos que tengan una muerte lo más digna posible. Y tuvimos que cambiar a todo lo contrario: pacientes solos, que fallecían sin poder comunicarse con sus familias. Nosotras intentamos suplir esa ausencia. Las enfermeras y las auxiliares estudiamos esto para cuidar. Por eso, entre todas asumíamos el trabajo para que alguien pudiera estar dentro de una habitación cogiéndole la mano a una persona que estaba sufriendo, llorando, que tenía un ataque de pánico o que se iba a morir.

—Vivió lo más humano de la profesión.

—Es que la pandemia elevó a la máxima potencia el significado de nuestra profesión, nos ayudó a entender que a veces es más importante estar sentado, acompañando a un paciente que sufre. Priorizar ese cuidado por encima de cualquier otra cosa. Lo más duro para mí fue leerle a una paciente la carta que le envió su hija. Murió en la habitación 929. Estaba despidiéndome de ella en nombre de su hija con una carta en la que ponía las entrañas, le pedía perdón por cosas que habían pasado en su vida, le daba las gracias.

—Fueron esa bisagra para muchos.

—Sí. Las familias han sufrido por no poder estar al lado de sus seres queridos. Fuimos conscientes de su dolor, de que había una familia detrás de cada paciente.

—Y al mismo tiempo, muchas veces, ustedes estaban lejos de sus familias.

—Sí. Los sacrificios profesionales son nuestra obligación, porque así como el soldado va a la guerra, la enfermera va a la pandemia. Pero a nivel personal es otra cosa, y esos sacrificios también los hicimos: alejarnos de nuestras familias para no ponerlas en riesgo. Lo que nos sostuvo fue el ánimo que nos dieron. Mis hijos me llamaban y me decían: «Mamá, estamos a 100 kilómetros, pero salimos a aplaudir».

—¿La vacuna lo cambió todo?

—En las primeras olas, los pacientes estaban hablando contigo y 20 minutos después estaban intubados en la uci. Y gente muy joven. Eso cambió con la vacuna. También influyó que mejoraron los tratamientos. Y que viniera una variante más leve.

—¿Hubo momentos buenos, bonitos?

—Sin duda. Estoy muy orgullosa de cómo mis compañeras se ayudaron unas a otras. También fue bonito que los niños enviaran dibujos para los pacientes aislados. Y cuando nos vaciaron la planta de Oncología y nuestros pacientes se despidieron. Algunos se fueron en una situación terminal, con una esperanza de vida muy limitada, pero igual nos decían: «Cuidaos mucho, protegeos». Ser capaz de preocuparse por los demás antes que por ti mismo, cuando tu situación es esa... Es una lección.

—¿Se puede ser la misma después de esto?

—Creo que es imposible pasar por la pandemia y no cambiar. Esto fue un «hoy estoy bien, mañana estoy en la uci». Vimos la fragilidad de la vida como no la habíamos visto nunca. Aunque sea un tópico, ahora aprovecho el tiempo con mi familia mucho más. Ah, y me volví más llorona.