El plato estrella de Bélgica celebra su día grande del año
20 ago 2022 . Actualizado a las 19:28 h.Hubo un tiempo en que Bélgica estuvo habitada por homínidos bajitos y robustos que no sabían nada de las patatas fritas y comían rinocerontes lanudos, mamuts, nenúfares y setas. Pero ni los comensales ni gran parte del menú han llegado hasta nuestros días.
Era la dieta del neandertal de la gruta de Spy, que vivió a 70 kilómetros al sureste de Bruselas unos 42.000 años antes de que cada 20 de agosto internet celebre oficiosamente el Día de la Patata Frita, un tubérculo que, solo o combinado con mejillones, se ha convertido en el emblema culinario de la Bélgica del homo sapiens.
El análisis genómico en 2017 del sarro de sus dientes fosilizados milenios antes, lo más parecido a un libro de recetas que el paleolítico medio ha legado a la paleontología, ha revelado que cazaban grandes presas en la estepa, porque era lo que tenían alrededor.
Sus parientes asturianos del Sidrón, en cambio, vivían en bosques y masticaban setas, musgo y piñones. Otros estudios han evidenciado que los neandertales portugueses de Figueira Brava comían delfines, anguilas y ciervos, y que los de Doñana usaban antorchas para cazar aves por la noche.
Los neandertales desaparecieron hace 40.000 años por múltiples causas, que van desde un cambio climático hasta problemas de consanguinidad. Pero no se sabe con exactitud cómo fue el colapso de aquellos homínidos contemporáneos al sapiens que dominaban el fuego, pintaban murales, se automedicaban, dividían el trabajo, decoraban su ropa y enterraban a sus muertos.
Ocurre algo similar con la fecha adecuada para celebrar la patata frita, que tampoco se sabe del todo por qué unos fijan su Día Internacional el 13 de julio y otros el 1 o el 20 agosto, ni cuál es la autoridad competente para resolver.
Los seres humanos actuales, que conservan un 2 % de ADN neandertal, ni siquiera se ponen de acuerdo en torno a cuándo y dónde se originó la costumbre de freír el tubérculo.
Se sabe con certeza que todo ello es obra del sapiens, que reemplazó al neandertal, domesticó plantas y animales, fabricó herramientas complejas, creó la escritura y, milenios después, inventó las patatas fritas para, finalmente, combinarlas con mejillones y alumbrar el plato estrella de la Bélgica actual.
En escala geológica, la patata llegó hace muy poco a la cocina belga. Surgió en el actual Perú hace unos 9.000 años, arribó a Europa en 1560 a través del conquistador español Pedro Cieza de León y se popularizó en el Viejo Continente a partir de 1773 gracias al farmacéutico francés Antoine Augustin de Parmentier.
Ahí empiezan los problemas, porque los homo sapiens belgas reivindican las patatas fritas como propias y libran una guerra cultural contra el vocablo inglés «French fries» (fritas francesas), que otorga su autoría a los sapiens del país vecino.
Nacieron, según estos, hacia 1650 en lo que hoy sería la región belga de Valonia, cuando se congeló el río Mosa y los pescadores frieron patatas cortadas en forma de pequeños peces.
Otras fuentes, con más precisión documental, sitúan su origen en las casetas instaladas en un puente sobre el río Sena en París a inicios del siglo XIX, desde donde un bávaro llamado Frederik Krieger y apodado «Monsieur Fritz» las habría llevado a Bélgica en torno a 1840.
Poco después, tal vez en un puesto de feria de Lieja en 1875, tampoco está claro, empezaron a servirse acompañadas de mejillones, otro manjar tradicionalmente apreciado entre los homo sapiens belgas y que, esta vez sí, también devoraba el neandertal.
Las investigaciones en la cueva malagueña del Bajondillo han permitido establecer que aquellos extintos homínidos ya mariscaban hace 150.000 años: comían berberechos, coquinas y mejillones, como lo siguen haciendo actualmente sapiens belgas y andaluces.
El homínido belga, no obstante, acompaña siempre sus moluscos con patatas fritas. Los cocina al vapor en una cacerola con tapa y sobre un sofrito de verduras y mantequilla, y trabaja el tubérculo con doble fritura, primero cinco minutos en aceite de girasol a 160 grados y, tras dejarlo reposar una media hora, con un segundo golpe de calor en grasa animal a 180 grados.