Quizá por eso nunca encajó. Porque en el mundo en el se zambullía con apenas 20 años la principal regla, quizá la única, es la obediencia. Y sin embargo, hace 30 años, se negó a pronunciar esa palabra en sus votos matrimoniales. Era la primera vez en una boda real británica. Han pasado dos papas, un efecto 2000 que no supuso nada, un 11 de septiembre que cambió para siempre el mundo, la salida del Reino Unido de la Unión Europea y una pandemia. Y ahí sigue, indeleble, la princesa del pueblo. Los ojos tristes que refulgían a fuerza de hacerse fuertes y una voz que tardó, pero que se convirtió en una de las más escuchadas. Se acercó a enfermos de sida cuando nadie se acercaba. Sus hijos fueron los primeros de la casa real en nacer en un hospital (público), se divorció y recuperó su vida, abriendo una profunda crisis de imagen de su familia política.
Han pasado 25 años y este sea quizá otro mundo, pero es imposible olvidarla. A punto de cumplirse un cuarto de siglo, hasta su personaje logró eclipsar en The Crown a la reina Isabel II. Diana de Gales, la princesa del pueblo, Lady Di, un icono, uno de los personajes más influyentes del siglo XX, murió en un accidente de tráfico en un túnel de París un 31 de agosto. Y su muerte fue, quizá, la que abrió el debate de la privacidad en una época en la que la intimidad ya había empezado a convertirse en una quimera.