Carlos Montero, creador de «Todas las veces que nos enamoramos»: «Ese personaje vocacional pero lleno de dudas era y sigo siendo yo»

beatriz pallas REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Carlos Montero, guionista de «Todas las veces que nos enamoramos»
Carlos Montero, guionista de «Todas las veces que nos enamoramos» CARLA OSET | NETFLIX

El guionista de «Élite» estrena comedia romántica en Netflix

14 feb 2023 . Actualizado a las 16:42 h.

Carlos Montero (Celanova, 1972) lleva más de veinte años escribiendo historias de éxito como Física o química, El desorden que dejas y Élite. Ahora vuelve a poner su mirada como guionista en los jóvenes, ese público al que tan bien conoce, con una nueva comedia romántica de ocho episodios. Su título es Todas las veces que nos enamoramos y su amigo Mateo Gil dirige los primeros episodios. La historia de Irene, su protagonista -una joven estudiante de cine y aspirante a directora interpretada por Georgina Amorós-, es en el fondo la suya propia.

—Una protagonista que se marcha de su pueblo para irse a estudiar cine a Madrid. En «Todas las veces que nos enamoramos» se intuye la carga autobiográfica.

—Sí, sin llegar a ser autobiográfica, digamos que en esta serie he expuesto más mi corazoncito que en otras. De hecho las entrevistas acaban teniendo un cariz personal que me da un poco de pudor, porque no estoy nada acostumbrado. Pero es así, es la serie que he hecho y adelante.

—¿Ha sido una decisión consciente el mostrarse a usted mismo?

—Sí, sabía que esto iba a pasar y estoy encantado, porque me gusta mucho el resultado. Pero es verdad que cuando veo la serie me resulta gracioso, porque veo que soy yo.

—¿Es esta una serie más madura?

—Es distinta, porque tiene otro tono. La comedia romántica es más realista. Estoy en otro universo y todo lo que hay de fantasía e idealización en Elite, aquí no está. Esta está basada en algo que conozco muy bien y, en ese sentido, la serie es otra.

—¿Se ve reflejado en el personaje de Irene, una aspirante a directora de cine muy vocacional pero llena de dudas sobre su valía?

—Sí, me veo y hay algo muy bonito e ingenuo en muchas cosas. Ese entusiasmo de las primeras veces, que a mí me da cierto pudor. Pero ese fui y de eso vengo.

—Las primeras veces en el amor, pero también en una vocación que se ha convertido en su trabajo.

—Sí, quizás eso sea para mí lo más impúdico, porque yo soy Irene en eso. Ese personaje vocacional que tiene muy claro lo que quiere ser, pero está llena de dudas y miedos porque cree que no lo va a conseguir. Ese era yo y aún sigo siendo yo. Fíjate que me ha ido bien, pero siempre que empiezo un proyecto nuevo está ahí ese síndrome del impostor, ese «ay, esta vez me pillan y se dan cuenta de que no valgo». Es verdad que con el tiempo vas atenuándolo y vas manejándolo, pero al principio es así. De esto habla mucho la serie. No puedes evitar compararte todo el rato con los que están a tu lado y empiezan a tener éxito y tú no, esos momentos son muy duros y difíciles de gestionar. A Irene le pasa eso todo el rato y le afecta a su relación de amor, porque a su chico le llega una oportunidad y triunfa de la noche a la mañana, mientras ella se queda ahí atrás y no sabe muy bien cómo seguir.

—¿Tuvo usted una sensación parecida al lado de compañeros y amigos de facultad como Alejandro Amenábar y Mateo Gil?

—Sí. En nuestro caso sin que hubiera amor de por medio, lo que lo hacía todo más fácil, pero sí había amistad. Todo esto marcó muchísimo la relación. Tener al lado a alguien como Alejandro, que fue el niño prodigio del cine español en esos años y que a los 23 estaba haciendo una obra maestra como Tesis, claro que impresiona mucho. No puedes evitar compararte todo el rato y siempre sales perdiendo. Y eso que él siempre fue generoso conmigo y gracias a él estoy aquí, porque siempre me dio oportunidades, pero en ese momento es difícil de gestionar.

—¿Cómo recuerda aquellos años en que salió de Celanova y se fue a estudiar cine a Madrid?

—Lo recuerdo con muchas ganas y con muchas expectativas y lo bueno es que esas expectativas se cumplieron. Yo llego a una ciudad imaginada que se parece mucho a la ciudad real, y eso es fantástico porque no suele ocurrir. En ese sentido esta serie es también un homenaje a Madrid. El otro día escuchaba una entrevista preciosa a Muñoz Molina en la que decía que cuando él salió de Jaén para Madrid, cuando aún vivía Franco, se había imaginado un Madrid espectacular. Y, antes de llegar, escribía cartas desde el futuro al chico de Jaén, cartas maravillosas, donde conocía a mujeres estupendas y se codeaba con los mejores artistas. Y después llegó a Madrid y no se cumplió nada de aquello o tardó mucho. En mi caso, a mí Madrid no me decepcionó nunca. Llegué y me enamoré de la ciudad, de la libertad, de conocer a gente que tenía la misma vocación e intereses que yo. En ese sentido fue una época estupenda y así lo reflejo en la serie, porque eso que están viviendo estos chicos también lo viví yo. Mi mirada es nostálgica y muy positiva.

—¿Le diría a aquel chico de Celanova que los sueños se cumplen?

—Le diría que tuviera paciencia, que no tuviera tanta prisa. Los sueños se cumplen, aunque nunca como tú crees. Yo, como todos, tenía sueños de grandeza y me veía recogiendo el Óscar a los 25 años. Y eso no ha pasado ni pasará, ni a los 25 ni a ninguna edad. Pero los sueños se van adaptando y muchas veces son mejores incluso que lo soñado.

—¿Cómo ha sido trabajar ahora con Mateo Gil?

—Tenía mucho miedo porque somos muy amigos y nunca habíamos trabajado juntos. No sabíamos qué iba a pasar, si nos íbamos a entender. Pero los dos somos buena gente y nos hemos entendido, con nuestras peleas y nuestras cosas debido a diferencias de criterio, pero el resultado está ahí y estoy encantado. Espero que él también.

—Desde que hizo «Física o química» hasta «Élite» se ha revelado como un gran conocedor de los asuntos que interpelan a muchos jóvenes. ¿Han cambiado los criterios?

—Yo creo es una constante que se mantiene. La adolescencia es la búsqueda de la identidad, el paso de la niñez a la madurez, el descubrimiento del sexo... Todo eso sigue estando ahí. Cómo se llega a eso es distinto. Con internet y las redes sociales todo cambia, las relaciones ahora son completamente distintas. Ya no ligas en un bar, sino en una app. Todo eso hace que una cosa vaya transformándose en otra. Pero los miedos, los anhelos, el deseo creo que son exactamente los mismos. Cuando hablo con chavales jóvenes me veo muy reflejado en cómo era yo.

—¿Habla mucho con los más jóvenes para conocerlos?

—Siempre que haces un proyecto nuevo intentas documentarte, pero tampoco me obsesiono con eso. No necesito estar constantemente en contacto con ellos, pero sí tengo los oídos abiertos y conozco gente. Siempre digo que es más fácil documentarte para una serie de chavales que para una de astronautas. A los chavales los tienes más a mano y los escuchas.

—¿Ante cada estreno, cómo afronta las críticas?

—Las llevo regular, la verdad. Me encantaría llevarlas mucho mejor. A veces intento no leerlas; unas veces lo consigo, otras no. Intento que no me afecte, pero siempre me afecta. Lo que sí intento es que me dure poco, que no pase de ese mismo día. Me quedo con lo que puedo aprender de las críticas cuando están fundadas. Uno, en su fantasía infantil, querría que todas las críticas fueran buenas, pero eso no puede ser, y menos cuando haces productos populares y que están jugando siempre al límite de la polémica, como puede ser Élite, que ya sabes que te pueden llover palos por todas partes. Forma parte del juego y ya está, lo juegas.

—¿Espera que esta nueva serie tenga una vida tan larga?

—Ojalá. Siempre escribo las series con la intención de que duren. El desorden que dejas era diferente, porque era una miniserie basada en mi novela. Ojalá de esta haya más temporadas, pero eso lo tiene que decidir el público si se asoma a verla, si se queda, si le gusta. Ojalá pase.

—¿Volverá a trabajar en Galicia después de «El desorden que dejas»?

—Espero que sí. Volver al origen fue una experiencia chulísima y era la primera vez que dirigía. Me daba miedo rodarla en mi pueblo, no sabía cómo me iba a sentir, pero fue un viaje estupendo. Guardo muy buen recuerdo y la serie me encanta. Y cada vez que voy a mi pueblo me dicen que tengo que volver.

—¿Y volverá a dirigir?

—Dirigir es una cosa muy absorbente. Sabes que son seis meses en los que solo puedes estar haciendo eso, aparcas hasta tu vida. Ahora mismo, tal como tengo estructurada mi vida, lo veo difícil, pero no lo descarto porque fue una experiencia muy chula.