La memorable tragedia de HBO Max completa el proceso hereditario con un episodio sublime y despide al clan con una lúcida afirmación: «Somos una farsa. No somos nada»
30 may 2023 . Actualizado a las 19:44 h.El proceso hereditario se ha completado en Succession. Solo un candidato podía ocupar la silla presidencial del conglomerado Waystar Royco en el episodio final de una de las mejores series de la década y el misterio ha quedado resuelto, aunque tal vez no sea en favor de aquel pretendiente que los espectadores creían o querían. O tal vez sí. A lo largo de sus cuatro temporadas, varios aspirantes habían ido colocando sus cartas sobre la mesa, pero ninguno de ellos se había hecho merecedor indiscutible de sentarse en este «trono de hierro» del mundo financiero como sucesor del patriarca Logan Roy. Lo verdaderamente importante, más que la meta, era el viaje, la manera en que los protagonistas afrontaban ese tránsito de enterrar al padre, intentar estar a su altura y pelear por el poder, que era el mayor trofeo que este podía dejarles. Fuera cual fuera el final de esta tragedia, era obvio que el adiós tendría el sabor amargo de alguna traición.
Succession se ha despedido para siempre en HBO Max con un episodio especial de casi noventa minutos de duración que demuestra lo importante que es para las series saber salir a tiempo, sin esperar a que una gran historia languidezca sin remedio. La creación de Jesse Armstrong cierra de forma sublime el círculo de las tramas y de los personajes erráticos que, hasta el último momento, no se mostraban capaces de dilucidar si resultaba más conveniente conservar la empresa familiar o venderla al mejor postor. Ellos, al igual que el público, sabían que la misión les quedaba demasiado grande, pero resultaba tentadora. «Somos una farsa. No somos nada», reconoce un doliente Roman Roy ante sus hermanos en un arranque de lucidez. Es por cosas como esta por las que estos millonarios que vuelan muy por encima de la realidad y representan a menos del 1 % de la población del mundo resultan, por momentos, tan humanamente cercanos.
A partir de esta línea hay spoilers que revelan algunos acontecimientos clave del episodio final, titulado Con los ojos abiertos. Su eje central es la celebración del consejo de administración en el que se vota la venta, o no, del conglomerado a la empresa tecnológica sueca GoJo. Kendall está a favor de conservarla e intenta reunir los apoyos necesarios para ello. Shiv, por su parte, ha llegado a un acuerdo con el gurú tecnológico Lukas Matsson para garantizar el traspaso a cambio de convertirse, ella misma, en la directora ejecutiva tras su venta. Roman sigue emocionalmente afectado por haber sido incapaz de hablar en el funeral de su padre y físicamente herido por su encontronazo con los partidarios demócratas.
Para preparar la tensa cumbre que decidirá su futuro e intentar acercar posturas, los tres se refugian por una noche en el hogar materno, una mansión al borde del mar en Barbados. «La fiesta de los escorpiones», señala el irónico Roman en esta reunión de aguijones venenosos. Si una madre cariñosa con la nevera llena puede convertirse en uno de los símbolos supremos del amor, los Roy no encuentran en ese paraíso ni apego ni sustento que los arrope. Solo unos mendrugos de pan congelado y una progenitora con más intereses económicos que abrazos.
Es allí donde los hermanos toman la difícil decisión de apoyar a Kendall, el hermano mayor, en su aspiración de dirigir la empresa, un anhelo que alberga desde que su padre se lo propuso cuando tenía siete años. Nunca sabrá si en uno de los últimos papeles que firmó Logan Roy su nombre como sucesor estaba subrayado o estaba tachado. Finalmente los hermanos alcanzan este consenso, que les permite liberarse por un momento de la responsabilidad de los negocios y volver a comportarse como niños por una noche, preparando «una cena digna de un rey». Es así, sin ese peso, cuando parecen estar más felices de lo que nunca han sido, elaborando mejunjes y regresando a las travesuras de una infancia que pasaron a la sombra de un magnate feroz y poderoso. «Te nombramos, te damos el premio. Está maldito, endemoniado y nunca serás feliz», le advierte Roman.
De regreso a la ciudad, los Roy han de pasar por casa de su padre para «la gran reasignación», que consiste en repartirse los bienes personales del difunto marcando con pegatinas los objetos que cada uno quiere conservar. La escena está organizada por Connor, el verso suelto de los hermanos, quien, después de su fracaso en la política, sigue soñando con un futuro como diplomático.
Entretanto, el gurú sueco que quiere hacerse con la empresa juega a dos bandas. No es casual su enorme parecido con los emprendedores visionarios y superficiales que dirigen nuestros destinos desde el streaming o las redes sociales. Mientras Shiv cree que ella es la elegida para dirigir la empresa tras su venta, él se reúne en paralelo con el marido de esta, Tom Wambsgans, que sigue intentando una y otra vez trepar a escalones más altos que están fuera de su alcance. Pero él no desiste en el empeño. «Como director voy a lo simple, a recortar gastos y exprimir beneficios. Obedecer al jefe. Cortar cabezas y cosechar ojos», alardea de sí mismo. Tiene la fortuna de que eso es precisamente lo que Matsson necesita, un hombre de paja que dé nombre estadounidense a la compañía y que ponga la otra mejilla cuando él emprenda su misión de dejar a la empresa en los huesos y diezmar las nóminas.
El primo Greg, siempre parasitando a su familia, se convierte en el arma decisiva en su papel de Judas que revela a los Roy esta información vital sobre Matsson y que cambiará con ello el curso de la negociación.
Con la tensión entre los dos bandos en su máximo apogeo, el consejo vota la venta de Waystar en un recuento muy ajustado que está a punto de favorecer a los Roy. Pero en el último turno, Shiv cambia de opinión al descubrir un oscuro secreto del pasado de Kendall. Aquel secreto del accidente de coche ocurrido en Escocia al final de la primera temporada, su huida dejando a un camarero muerto en el fondo de un lago. Una clave que parecía haberse ido a la tumba con la muerte del padre pero que sale a flote en su momento más vulnerable.
En el trágico final de la serie, Kendall se asoma una vez más al mar, al agua en la que, una y otra vez a lo largo de los episodios, ha intentado renacer sin demasiado éxito. Shiv, por su parte, afronta el trance de seguir vinculada a la dirección de la empresa de su padre pero no por méritos propios. Lo hace como desencantada consorte de Tom, el flamante nuevo director general y futuro padre de su hijo al que solo un par de episodios atrás había despreciado y apartado de su vida por ser poca cosa para ella.