Ramón García: «Me lo paso bomba en el ''Grand Prix'' porque veo los hostiones de verdad»

Iker Cortés MADRID / COLPISA

SOCIEDAD

Rolando Gil

«Soy de lágrima fácil y no me gusta ver mis programas», confiesa el presentador que vuelve con el mítico programa a la noche de La 1

24 jul 2023 . Actualizado a las 11:57 h.

Vuelve Ramón García (Bilbao, 61 años) a La 1 de TVE y lo hace hoy, a las 22.35 horas con uno de los programas que marcaron a fuego su trayectoria, El Grand Prix del Verano. Acompañado por Cristinini, Michelle Calvó y Wilbur, el mítico presentador volverá a ponerse al frente de este programa familiar donde ocho pueblos compiten entre sí a lo largo de siete entregas en esta suerte de «olimpiadas de los municipios españoles», como García los ha definido alguna vez. Producido por RTVE en colaboración con EuroTV Producciones (Grupo iZen), los pueblos que competirán este lunes son Alfacar (Granada) y Colmenarejo (Madrid). Y con dos padrinos de excepción: Miguel Ángel Muñoz y Lolita.

—Se ha emocionado durante la presentación.

—Sí. Yo soy un poco de lágrima fácil y no me gusta ver los programas que hago. Solo los veo cuando he detectado un problema para corregirlo. Y luego cuando, pues uno ve las imágenes, te empiezan a venir recuerdos de los estudios Buñuel, que ya no están, de la carpa que se construyó para el ¿Qué apostamos? en 1993, que fue para un verano y estuvo 14 años ahí. Y entonces todas las cosas de repente se agolpan. Me acuerdo de los compañeros que ya no están, que me acompañaron al principio de este proyecto. En ese recorrido fui padre y cuando hablo de mis hijas me emociono mucho. Pero es bonito, ¿no? Porque eso va pegado al programa y va pegado a lo que soy yo a la hora de presentar también. Y qué pelazo tenía, de verdad, ahora con todo el cartón aquí ya (ríe).

—Estuvo al frente del formato durante once veranos ininterrumpidos. ¿Siempre tuvo claro que quería volver?

—Mira, Carlo Boserman, director general de EuroTV, y yo hemos estado desde que se terminó con la idea de que siguiese. Nosotros teníamos muy claro que El Grand Prix tenía una larga vida. Lo que pasa es que hubo un impás de tiempo donde los grandes programas de entretenimiento desaparecieron de la televisión en España. Aparcamos ahí el proyecto. Como productor ejecutivo, Carlo se encargaba de intentarlo, pero no salía. Cuando conocí a Ibai por el tema de las campanadas, él me dijo que era un niño del Grand Prix y estuvimos a punto de hacerlo juntos, lo que pasa es que por circunstancias no salió y de repente estábamos ya a punto de hacerlo en otro sitio y llegó la llamada de Televisión Española y aquí estamos encantados porque esta es la casa de este programa. La casa natural es Televisión Española.

—La forma de consumir televisión ha cambiado mucho en todo este tiempo. ¿Conseguirán atrapar al espectador como antaño?

—Esa es la gran pregunta y no tengo la respuesta. ¿Cómo vamos a conseguir eso? Yo me lo planteaba. A mí me gusta mucho hacer de abogado del diablo y cuando juntaba todo el equipo, les planteaba: «A ver, 2023, ¿la gente joven de menos de 18 años se va a sentar a ver a un tío canoso, medio calvo, corriendo con dos chicas y con unas personas disfrazadas? ¿Estamos locos?». Porque por no haber, no hay ni vaquilla, que la vaquilla tenía su punto. Para mí la vaquilla es una pérdida grande a la hora de retener espectadores, sobre todo en las zonas rurales, que es a donde se ve mucho El Grand Prix. ¿Seremos capaces de hacerlo? Pues no lo sé, ese va a ser mi reto. ¿Qué hemos hecho para que funcione? Renovarlo. Ya no hay ballets, sino cortinillas que recuerdan más a videojuegos. El papel de Cristina López, Cristinini, es fundamental: se sienta en una cabina de streamer para retransmitir todos los juegos y ese mundo va a ser el apoyo para la gente más joven, la gente de redes sociales. Yo tengo que hacer mi papel de maestro de ceremonias, ayudar y coser un poco todo, pegar todo para que todo funcione y tenga un sentido. La expectación es muy grande.

—¿Le preocupa decepcionar a los antiguos espectadores?

—Eso también me lo he preguntado, que puedan pensar: «Jo, vaya coñazo. Otra vez los troncolocos, ya no está la vaca, Ramón está mayor. ¿Esto va a ser lo mismo? Pues ya no me apetece verlo». Y eso lo pienso porque también nosotros hemos cambiado y nuestra forma de entretenernos también ha cambiado. Pero igual que antes los abuelos y los padres veían el programa y se lo pasaban bien, nosotros que hemos crecido, yo que ya soy padre, ¿por qué no me lo voy a pasar bien durante un par de horas viendo un programa si lo hago con mis hijas, si lo hago con mis nietos? Ese es el concepto. El programa del abuelo y del niño. Verlo en familia. Hay chavales de treinta y tantos años que ya están haciendo quedadas para cuando se emita El Grand Prix.

—¿Cómo ha sido tu relación a lo largo de estos años con los pueblos?

—El primer año ganó Cudillero y me invitaron. Me hicieron pixueto de honor que es como hijo predilecto de Cudillero. Recuerdo que entonces estaba en Laredo, con mi mujer, y le dije vamos y pasamos un fin de semana. Llegué sin afeitar y en camiseta y cuando llegamos a Cudillero había una cola para bajar. Vino la Guardia Civil: «Don Ramón, le estábamos esperando». Creía que íbamos de incógnito y estaba todo el pueblo lleno de pancartas con una banda de gaiteros esperándonos, el consejero de Cultura, fuegos artificiales, una cena de gala... Tuve que comprarme una camisa. Luego lo pasamos genial. Y además con el dinero del concurso abrieron la oficina de turismo. A partir de ese momento, cuando venían los pueblos, me decían: «Ramón, ¿nos haces el pregón? Todos».

—¿Y cuántos hizo?

—Ninguno. Porque no podía estar en todos los sitios así que por no hacer agravios comparativos, no hice ninguno. Hubiese ganado una pasta... Porque entonces se pagaba muy bien aquello.

—¿Es «El Grand Prix» la mejor campaña de márketing para un pueblo?

—Es así. Dos horas y media de programa en 'prime time' hablando de tu pueblo. Además cada pueblo hace su vídeo de presentación y ni te imaginas el nivel, con drones y la de Dios. Luego El Grand Prix también se ha renovado. La realización es nueva, la iluminación es acojonante. Todas las casitas del plató y todas las ventanas tienen por detrás sus luces. Ahora todo tiene vida. Cada prueba va a tener su iluminación, o sea, visualmente el programa ha ganado muchísimo porque también ha evolucionado toda la técnica que está detrás.

—Ha hablado en la presentación de las negativas que le dieron los directivos de las distintas cadenas a la idea de resucitar El Grand Prix. ¿Qué razones les daban?

—Pues que era un programa de antes y que en la nueva televisión no tenía cabida. Nosotros les decíamos: «Oye, que no es El Grand Prix de antes. Que va nuevo, que va distinto». Porque nosotros lo íbamos cambiando cada año para adaptarnos a los nuevos tiempos y por eso ya teníamos esto engrasado. Pero bueno, las directivas de televisión son eso y son etapas. Aquella época yo hacía El Grand Prix, Todo en familia y ¿Qué apostamos?. Eran grandes formatos pero es verdad que costaban mucha pasta. Y de repente entramos en una televisión donde todo se va haciendo más pequeño, donde se televisa la radio. Cuando veo a seis tíos sentados hablando, siempre digo que es radio televisada. Aquí no, aquí hay movimiento, hay juegos, hay cambios de decorado, sale uno, sale otro, cambios de vestuario... Y eso es lo que a mí me gusta hacer.

—Se le ve pletórico.

—Yo soy el tío que mejor se lo pasa haciendo este programa porque soy el tío que más cerca está de los juegos y veo los hostiones de verdad. Yo soy el que más se divierte con eso y siempre digo al equipo que eso es lo que hay que transmitir al espectador, que nos lo estemos pasando bien. O sea, yo me río de verdad y yo lloro de risa viendo este programa.

—¿Podría volver «¿Qué apostamos?»?

—Todo es posible. En aquella época venían Catherine Deneuve, Marcello Mastroniani, Sofía Loren, Claudia Schiffer, Naomi Campbell... Aquello era un reclamo muy bonito, pero que costaba mucho dinero. Cada apuesta era un decorado distinto, un vestuario distinto, unos invitados distintos... Es decir, esa televisión cara ahora no pasa el filtro de los presupuestos de las televisiones. Por eso se dejaron de hacer los grandes formatos, pero siempre hay gente con talento que hace cosas que te quedas con la boca abierta. Y eso era el ¿Qué apostamos?. Sí, los invitados eran muy llamativos, pero lo importante eran las apuestas y ahora que dicen que está volviendo la televisión de los noventa...

—¿Se lo imagina con Ana Obregón?

—Hombre, eso sería una fantasía, ¿no? Hacer con la Obregón otra vez el que apostamos, imagínate.

—¿A qué achaca precisamente esa vuelta de la televisión de antes?

—Es cíclico, la nostalgia siempre vuelve. La nostalgia tira de los formatos, y también la falta de creatividad. La tele es cíclica, hay programas que formaron parte de la tele y un poco la base de la creatividad y sobre esa base se crean sucedáneos. Pero son sucedáneos.

—¿Y le gustaría hacer un programa como el que hace en Castilla-La Mancha, «En compañía», en La 1?

—Me encantaría. Ayer, mi programa fue récord de audiencia en las televisiones autonómicas. Dos viejos desdentados y una vieja viuda, ese es el programa. Algunos que no saben ni leer ni escribir, pero ¿sabes por qué funciona? Por las emociones, porque son historias de verdad y yo disfruto con eso. Yo voy ahora feliz a Toledo porque sé que voy a ayudar a alguien de verdad a acabar con la soledad, que esta es la pandemia real, entre gente mayor, pero también entre gente joven, para mí es un lujo el poder hacerlo. Sería un bombazo hacerlo a nivel nacional porque llegaríamos a más gente y cuanto más gente ve esas cosas, más capacidad de ayudarte.