El resto del palmarés oficial es un ejercicio de gran lucidez con algún siempre inevitable reparo
(me fío en este tribunal de la gente del cine, de Jaione Camborda, de Christos Nikou o del impío Ulrich Seidl) y menos de la escritora Leila Guerriero). Prejuicios míos. Pero todo lo esencial de entre las 16 películas a concurso ha hallado su premio. A veces buscando un ex aequo solidario, como sucede con la Concha de Plata a mejor dirección, que pone en valor dos soberbias películas: la portuguesa On Falling, de Laura Carreira es una lección de sobrio cine sobre los padecimientos de la working class en Gran Bretaña. Tan medida que aprecias en ella una lección rotunda de cómo no ser Ken Loach. Y la española El llanto, del debutante Pedro Martín-Calero convulsiona las agotadas raíces del género de terror, no solo del español porque su alcance para provocar miedo genuino se celebrará internacionalmente. Este premio
legitima —y mucho— la más arriesgada apuesta de programación del festival.
Me parece insensato otorgar el Premio Especial del Jurado a The Last Showgirl, la peliculita indie de la inane Gia Coppola, que vehicula el resurgimiento de una otoñal Pamela Anderson como marchita flor del desierto, bailarina prejubilada en un antro de Las Vegas. Tiene pinta de que el premio real es en buena medida para una Anderson muy noble pero nunca buena actriz.
Y por eso casi es mejor que el Premio de Interpretación haya sido para Patricia López-Arnaiz. La capacidad de su rostro para transmitir dolor distanciado o diferido es lo único salvable de la estafa emocional de la cineasta de los ridículos Pilar Palomero. Y para eso, es tal el atragantón de primeros planos de López- Arnaiz que Palomero cae en un denunciable abuso.
Mi entusiasmo ante la macabra Cuando cae el otoño, del siempre infravalorado François Ozon, lo comparte el jurado al darle doble premio: el de mejor guion —por su vitriolo veteado de formidable humor negro, digno del último Chabrol— y del de interpretación secundaria para Pierre Lottin, intermediario necesario en los crímenes rurales de la gran Hélène Vincent.