Esperanza Vázquez Crespo y Antonio Andreu Cid adoptaron a María, procedente de Rumanía. Con 11 años, llegó a Carballo en 1991
21 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Corría el año 1991 cuando María llegó a Carballo desde Rumanía. Era una niña de 11 años. Los ferrolanos Esperanza Vázquez Crespo y Antonio Andreu Cid, asentados en la capital bergantiñana, se animaron a adoptarla tras ver un anuncio en la televisión, recuerdan hoy a sus 82 años. Habían tenido ya un hijo biológico, pero, tras un parto complicado, se le agotaron las posibilidades de aspirar a más descendencia. Pero lo que debería haber sido un proceso bonito y feliz fue una auténtica agonía. «Nos costó muchas lágrimas y dinero, pero fue el regalo más grande que Dios nos ha dado», resume Esperanza. María tiene ahora 45 años. Secretaria internacional, trabaja fuera de Galicia.
El proceso de adopción se alargó durante cinco años, que a día de hoy la madre adoptante recuerda como «una lucha»: «Fuimos víctimas de una estafa. Todo lo que teníamos lo sacrificamos por ella». La prensa se hizo eco de este y otros casos llegados desde el país balcánico en aquella época a través de la Asociación de Ayuda a Rumanía en Galicia. «Vinieron varios, pero se quedaron pocos. Cubrimos los papeles de adopción y, luego, nos encontramos con que la niña, en realidad, venía por un mes de vacaciones. Eran falsos y querían quedarse con el dinero. Fue un papeleo enorme para después tener que volver a empezar de cero», cuenta Vázquez Crespo. Su marido trabajaba entonces como profesor de EGB, por lo que fue ella la que se encargó de viajar hasta en cuatro ocasiones a Bucarest para solucionar la situación. Todo ello, además, en plena inestabilidad política: «Aquello era un caos total, con mucha corrupción y sin alimentos que poder comprar», rememora. Se enfrentaron a varios juicios, a la vez que tuvieron que lidiar con los servicios sociales.
María procedía de un orfanato. Su padre había fallecido y su madre estaba ingresada en un hospital psiquiátrico. «Hasta que la encontré, no paré. Quería hablar con ella», recuerda Esperanza.
Lo cierto, al margen de toda las adversidades, es que al llegar a España la niña se adaptó «de maravilla» al nuevo escenario. «Llegó antes del día del Apóstol, en pleno mes de julio, y ya inició el curso hablando en castellano gracias a su hermano, que le enseñó», dice con orgullo la mujer que, junto a su familia, le ofreció un hogar.