Caroline Darian, hija de los Pelicot: «Sentía vergüenza por ser la hija del verdugo, pero también de la víctima»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Caroline Darian, hablando con periodistas durante un receso del juicio, en noviembre.
Caroline Darian, hablando con periodistas durante un receso del juicio, en noviembre. Manon Cruz | REUTERS

Seix Barral publica en España el testimonio «Y dejé de llamarte papá»

28 ene 2025 . Actualizado a las 08:24 h.

A medida que se acercaba la fecha del juicio, Caroline Darian (46 años) empezó a soñar recurrentemente con su padre. Él le hablaba, se reían, estaban juntos. En su caso, la pesadilla comienza al despertar, al recordar cómo cuatro años atrás su vida dejó de ser la que era. Era lunes, 2 de noviembre; el reloj del horno marcaba las 20.25 cuando el teléfono sonó. Al otro lado de la línea, su madre le preguntó si había llegado a casa y solo cuando se aseguró de que está sentada le dijo que su padre estaba en prisión preventiva, que no volverá a salir, que lo iban a encarcelar por drogarla con somníferos y ansiolíticos e invitar a hombres a su dormitorio para que la agrediesen sexualmente mientras ella estaba inconsciente.«Echo de menos a mi padre —admite valientemente Darian en el prólogo de Y dejé de llamarte papá—. No al hombre que comparecerá ante los jueces, sino al que me cuidó durante 42 años. Lo quise mucho antes de descubrir su monstruosidad». Exactamente esa insospechada revelación es la que documenta este testimonio que acaba de publicar en España Seix Barral, un texto generoso y crudo con constitución de diario y vocación de salvavidas. «Escribir este libro me ayudó primero a transitar el cataclismo y, después, a comprender la dimensión de la sumisión química», cuenta la hija Pelicot en un encuentro con medios españoles. Transformando el trauma en acción militante, hizo suya esta causa.

Si algo ha aprendido Darian —contracción de los nombres de pila de sus dos hermanos, David y Florian— es que lo que le ocurre a alguien cercano cambia, afecta y desestabiliza el funcionamiento de todos los que lo rodean; también, que el apoyo y el asesoramiento inmediato son decisivos, tanto para la víctima principal como para las colaterales, y que ni están ni, lamentablemente, se les espera. «Idealmente, debería sistematizarse una atención a la salida de la comisaría, que no existe —lamenta—. Se encuentran solas a la hora de buscar un terapeuta, un abogado. Y los profesionales de la salud no están en absoluto formados para detectar casos de sumisión química».

Tras un juicio agotador, que se saldó con todos los acusados declarados culpables y 20 años de cárcel —pena máxima por violación en Francia— para su padre, su duelo continúa. «Durante mucho tiempo me cuestioné si el crimen era genético, si ser hijo de un criminal nos convertía en criminales», concede, en un momento de flaqueza. Enseguida se repone: «No, no lo es. Es una decisión deliberada de cada individuo. Para mí, era importante despojarme de esa dimensión de mi padre. Y lo he hecho con esta causa [cruzada para concienciar sobre los peligros de la sumisión química y sus mecanismos soterrados], que me ayuda a liberarme de esa carga de la filiación».

Pero Darian no solo se sentía completamente avergonzada de llevar dentro el ADN de un depredador sexual. «Sentía vergüenza de ser la hija del verdugo, pero también de la víctima», reconoce. Fue ahí cuando apareció en su cabeza el lema que luego haría suyo su madre, urgiendo a las puertas de los juzgados de Aviñón a que esa humillación, esa culpa, cambiase de bando. El cambio que se reclama no solo es social, aunque el sistema —defiende la mediana de los hermanos Pelicot— tiene herramientas más que suficientes. Solo tiene que utilizarlas. «Supuestamente tendría que haber sido un proceso histórico; me hubiese gustado una aplicación de las penas estricta y rigurosa», reprocha con respecto a la condena impuesta a los otros 50 acusados, muy por debajo de lo que pedía la Fiscalía. Y añade más: «El juicio tampoco nos ha permitido saber cuándo empezó todo esto ni cuantas personas estuvieron implicadas en este asunto».

«Dominique no se detuvo en Gisèle, no tengo dudas»

Caroline Darian cita en su relato a Maurice Pinguet —«Escribir es entregarse a la noche que todos llevamos dentro»— para advertir de que está llena de una oscuridad densa y fría que, dice, le legó su padre. Escribir este libro, añade, no le ha permitido ahuyentarla, pero sí explorarla y tenerle menos miedo. Desde que supo que entre los más de 20.000 archivos gráficos que Dominique coleccionaba había al menos dos fotos suyas —dormida, en ropa interior— de las que no tenía el menor recuerdo convive con la íntima convicción de que su madre no fue la única víctima. «No tengo ninguna duda, no se detuvo en Gisèle», asevera. Su padre siempre ha mantenido que nunca la tocó, ni tampoco a sus nietos, pero Darian sostiene firmemente en su relato que ella fue su «segunda presa». ¿Por qué admitiría Dominique haber contactado repetidamente con desconocidos a través de internet para ofrecerles violar a su propia esposa inconsciente, drogada con ansiolíticos, y no haber hecho lo mismo con su hija? «Creo que no tiene la capacidad de reconocer la verdad en su conjunto», responde, sólida.

De ahí no la mueve nadie. En Y dejé de llamarte papá vuelve a su tesis una y otra vez, revelando detalles que apenas han trascendido, como que en el 2019 tuvo que ser operada hasta tres veces por un problema de salud íntima —una herida que no se cerraba, a la que los médicos nunca supieron darle una explicación— que hoy le obsesiona por su posible —y probable— relación con la trama urdida por su padre, como que también grababa sin su consentimiento a sus cuñadas , o como que en sus archivos también aparecían otras mujeres desconocidas en estado de inconsciencia. Presa del vértigo, se pregunta: «Exactamente, ¿a cuántas mujeres violó mi padre?».