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Cada tres días muere un bebé en España por ser zarandeado de forma violenta

La Voz

SOCIEDAD

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Uno de cada cuatro lactantes agitados por pura frustración de los padres acaba falleciendo y el 80 % de los supervivientes tendrá que afrontar una vida con lesiones severas

24 mar 2025 . Actualizado a las 15:48 h.

Los medios de comunicación informan de manera periódica del fallecimiento de algún bebé zarandeado por sus padres. El uso de este verbo, zarandear, puede llevar al imaginario general a pensar en que la criatura, muy posiblemente, perdió la vida por un gesto de cariño exagerado y fortuito. Nada más lejos de la realidad. El conocido como síndrome del niño zarandeado se refiere al maltrato brutal y con frecuencia continuado que sufren generalmente menores de seis meses y que en un alto porcentaje de ocasiones —hasta el 25 %, según algunos trabajos— acaban en la muerte. En España pierden la vida por este motivo unos cien niños al año, uno cada tres o cuatro días. La natalidad ha caído de manera extraordinaria en nuestro país desde el cambio de siglo, pero la estadística por síndrome del niño agitado —que así también se conoce— se mantiene.

«Desde un punto de vista estadístico, por fortuna, es algo raro, aunque figura entre las formas más graves de violencia contra el menor», explica el jefe del servicio de Urgencias Pediátricas del hospital vizcaíno de Cruces, Javier Benito. «Nuestro hospital atiende a una población de más de 35.000 chavales al año. Suman unas 50.000 visitas y vemos un caso cada tres o cuatro años». «Psicológicamente —reflexiona el experto— estamos entrenados para centrarnos en atender la urgencia, porque lo primero es el sufrimiento y la vida del paciente. Pero, claro, somos humanos. Con algo así, una vez de que se ha resuelto, lógicamente, todo el equipo se queda devastado».

Los más veteranos recordarán un caso que se hizo muy famoso en 1997 de una niñera británica adolescente que fue condenada por el homicidio de un bebé de ocho meses. Trató al pequeño con tanta rudeza que entró en coma y posteriormente falleció. No hace falta irse tan lejos. Hace solo unos días, comenzó el juicio contra una pareja de Fuerteventura que zarandeó con extrema violenta a una criatura de tres meses, a la que quisieron calmar con alcohol y cocaína. La pequeña María Eleyda, según ha relatado el fiscal, «murió ahogada en su propia sangre», tras padecer unos «cuidados completamente inadecuados e insuficientes».

Golpes contra el cráneo

La historia más reciente y popular es la Anabel Pantoja, sobrina de la tonadillera, y su pareja, David Rodríguez, investigados por un presunto maltrato infantil. Alma, la hija de ambos, nació a finales de noviembre. Mes y medio después, el 9 de enero, ingresó por urgencias en el hospital materno-infantil de Gran Canaria.

Los mayores daños del zarandeo los sufre el cerebro. El principal y más delicado órgano del cuerpo humano se encuentra alojado en el interior del cráneo, suspendido en medio del llamado líquido encefalorraquídeo. Su comunicación con el resto del cuerpo se realiza a través de la médula espinal, y por las múltiples venas y nervios craneales, que transmiten a la cabeza la información relativa a los sentidos. Su evolución madurativa se prolonga hasta los 25 años, pero en el primero de vida es un órgano extremadamente frágil

En esos primeros 12 meses, el cerebro es como una gelatina en suspensión. Las consecuencias de un vigoroso meneo pueden ser devastadoras. Los vasos sanguíneos se rompen y se generan hemorragias. Dentro de la cabeza del niño, un meneo continuado, de 20 a 30 segundos de duración, genera un efecto coctelera.

El cerebro va y viene golpeándose una y otra vez contra el hueso del cráneo. Cinco segundos de agitación bastan para provocar en ese bebé daños irreversibles, según alerta la Sociedad Española de Pediatría. La sacudida apacigua la frustración del adulto ante un lloro incesante. En un 80 % de los casos, los daños que se le causan serán graves e irreversibles. «Es una forma de maltrato», zanja Javier Benito.

El problema del bebé zarandeado es que, con frecuencia no suelen presentar síntomas visibles, lo que obliga a la realización de pruebas de imagen para un buen diagnóstico. Aún así, muchos menores presentan agitación, dificultades para permanecer despiertos, problemas respiratorios, vómitos, convulsiones, palidez, parálisis.

La literatura científica también recoge casos de bebés sacudidos en los que no hubo voluntad de violentar al crío, pero son los menos. Uno de los más populares fue el del alpinista suizo Erhard Loretan, uno de los pocos humanos que ha hollado las 14 cimas de más de ocho mil metros de altura que jalonan la Tierra. Quiso calmar el incesante llanto de su hijo y, sin quererlo, lo mató. La excepción pone de relieve la necesidad de cuidar a los niños con mimo y evitar con ellos todo juego peligroso. «Por jugar a soltar el niño al aire y cogerlo no ocurre esto. Pero, ojo —alerta el especialista del hospital de Cruces—. Es una barbaridad, porque se te puede resbalar y sufrir un traumatismo grave».