Los últimos cincuenta burros «fariñeiros» de las Rías Baixas
AGRICULTURA

El reducto de esta especie, salvo contadas excepciones, se limita al entorno de Vigo y a la península de O Morrazo
23 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.Decía Proust que nada se considera un tesoro hasta que se pierde, y en eso estamos, perdiendo un tesoro ante nuestras narices, literalmente. La Unión Internacional para a Conservación de la Naturaleza (UICN) el organismo de referencia para estas cosas determina que una especie se encuentra formalmente en peligro de extinción cuando se estima que en su medio natural sobreviven menos de 2.500 ejemplares. La cosa solo puede empeorar cuando una especie entra en la categoría más extrema, el peligro crítico de extinción, en la que se incluyen aquellas de las que en su medio natural apenas sobreviven 250 ejemplares.
¿Qué categoría tendríamos que inventar para denominar una especie de la que actualmente no sobreviviera ni la décima parte de esa cifra? En rigor no se trata de una especie, sino de una raza autóctona. Nuestro protagonista es el burro fariñeiro, y su último reducto, salvo contadas excepciones, se limita al entorno de Vigo y el Morrazo. Es un burro chiquitín, que rara vez sobrepasa los 120 centímetros de alzada a la cruz y los 120 kilos de peso con un bonito pelo entre blanco y gris. Pequeñito porque así fueron seleccionando su raza durante cientos de años para conseguir un animal robusto y de bajo mantenimiento, lo que ahora se llama eficiencia energética. Su nombre hace referencia al principal uso para el que estaba destinado, cargar maíz y harina en los molinos, aunque como todos sus primos es un animal versátil que resultaba útil para todo tipo de labores agrícolas.
Lo más destacado del burro fariñeiro es su carácter noble, activo, curioso y terco, muy terco cuando algo no le convence. Y por supuesto, en contra del tópico, son extraordinariamente reflexivos e inteligentes. En la actualidad, siendo optimistas, posiblemente no sobrevivan más de 50 ejemplares en su principal área de distribución de las Rías Baixas (llegaron a existir en la misma zona 15.000 hace apenas cincuenta años) y muchos de estos ejemplares, muy viejos y castrados, poca esperanza suponen para la recuperación de la raza. E
El abandono de las zonas rurales por una parte y la mecanización de la agricultura por otra consiguieron que en apenas cuarenta años un animal absolutamente imprescindible pasara a ser completamente inútil. Poco podían hacer los burros fariñeiros para competir con la agricultura industrializada, y con los chimpines. Al menos podríamos pensar que los tractores les proporcionaron una más que merecida y plácida jubilación, pero al contrario, los condenaron al abandono y el maltrato. De pronto pasaron a ser objetos sin valor y se convirtió en un espectáculo frecuente encontrarlos tirados, viejos y enfermos, por las cunetas del Morrazo.
Pero con los burros fariñeiros tenemos una deuda mayor. Durante cientos de años fueron nuestros esclavos, y sin su duro trabajo habría resultado imposible alimentarnos a todos, especialmente a quienes ya empezaban a vivir en las ciudades. Ahora les estamos agradeciendo su esfuerzo condenándolos a la extinción. En pocos casos ponemos en evidencia de una forma tan triste lo mezquinos, y desagradecidos, que podemos llegar a ser los seres humanos.
Nuestros amigos figuran en el catálogo nacional de razas autóctonas amenazadas, pero no existe a nivel estatal, ni autonómico ni local plan alguno para evitar su inminente extinción más allá del esfuerzo voluntarioso de algunas asociaciones como Abufa (Asociación del Burro Fariñeiro) y de algunos particulares que intentan evitar su extinción. En vivo y en directo, en apenas un par de años, podremos poner punto final a su existencia a menos que, empezando ahora mismo, tomemos medidas decididas; y la solución no es cuestión de dinero, en absoluto. Es sencillamente querer, o no, evitar su extinción.