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El estradense que planta silvas y diseña bosques comestibles

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

FORESTAL

R. G.

Diego Reimóndez dejó su trabajo como psicólogo en EEUU para instalarse en la aldea y crear una fundación internacional que promueve la permacultura

13 ene 2022 . Actualizado a las 04:29 h.

En la aldea de Lagos, en la parroquia de San Miguel Castro (A Estrada), hay una finca de dos hectáreas plantada con 400 especies vegetales distintas. Árboles, arbustos, hortalizas o herbáceas de todas las latitudes y estaciones conviven en armonía. Para el profano, la estampa es la de una veiga a monte. Los entendidos, en cambio, saben que el aparente desorden vegetal tiene por detrás un hondo conocimiento y mucho diseño. No diseño estético, sino un amplio estudio de las necesidades del terreno, de las interacciones entre las especies, de las características de cada una y de los tiempos de maduración. La idea es lograr un edén para el autoconsumo en el que en todas las estaciones del año haya alimento suficiente para cuadrar una dieta equilibrada.

Los artífices de la obra son Diego y José Luis Reimóndez Ramos, dos jóvenes que se criaron en Estados Unidos y que después de cumplir los 20 rompieron con el asfalto y volvieron a la aldea de la que su padre había escapado de joven para buscarse la vida. José Luis fue el primero en cruzar el charco e instalarse en San Miguel de Castro, la parroquia de la que era natural su padre, José Luis Reimóndez Collazo. Los jóvenes venían de vacaciones a Galicia todos los años, aunque muchas veces no era por voluntad propia. «De adolescente me gustaba venir por ver a la familia y estar con los primos, pero me costaba cambiar la ciudad y dejar los amigos, los videojuegos... ese mundo. Ahora adoro el campo», cuenta Diego.

En realidad, el primero en dar el salto al rural fue José Luis. Había estudiado Relaciones Internacionales y trabajaba en la ONU, pero su vida no le convencía. Un máster en sostenibilidad le abrió los ojos. Fue el trampolín desde el que se tiró de cabeza a la permacultura y el que le dio alas para crear un bosque comestible en A Estrada.

Detrás se lanzó Diego. Había estudiado Psicología y se había especializado en adultos con discapacidad intelectual. «Mi vocación era trabajar con la gente y poder ayudarla. Trabajaba en el Bronx. Se suponía que ayudaba a las personas con discapacidad a buscar un empleo, pero al final, en cuatro años y medio que estuve allí, de 200 personas encontraron trabajo dos. La cultura de trabajo no era buena y aquello era más una guardería que otra cosa. Cuando mi hermano me habló de su proyecto me pareció algo hermoso», explica.

Así fue como Diego, con 24 años, se asentó también en A Estrada. «Yo de naturaleza conocía cero, pero a base de cursos, de muchos libros y de cometer un montón de errores fui aprendiendo. En enero del 2013 fresamos la finca y la plantamos y ahora estamos empezando a recoger los frutos, aunque todavía falta tiempo para que el bosque esté maduro», cuenta.

«Viviojuegos» en plena naturaleza y plantaciones para regenerar el suelo

La creación de bosques comestibles es una rama de la permacultura, basada en los patrones y las características del ecosistema natural. «Se trata de escuchar lo que quiere la naturaleza y de jugar con la diversidad para encontrar ecosistemas biodiversos y productivos. De esta forma, cada especie produce menos que en monocultivo, pero el conjunto produce mejor y, cuando llega a la madurez, produce todo el año. Siempre hay algo produciendo, independientemente de la estación. Es un ecosistema más resiliente porque si un año es malo para la vid, por ejemplo, se compensa con otra cosa», explica Diego. «Es ideal para el autoconsumo, pero no tanto para ganar dinero. Para ganar dinero con un bosque de alimento o tienes que matarte a trabajar o utilizar químicos, y eso no es la idea», cuenta.

El bosque de Diego y José Luis no solo está concebido para cosechar frutas y verduras. También hay plantas con otros usos, como la pitera, que es ornamental pero cada ocho o nueve años saca un tronco enorme con el que se pueden fabricar didjeridoos.

Diego se plantea también convertir su bosque en escenario de lo que denominan «viviojuegos», que serían juegos de inmersión en la naturaleza.

Además de sacar adelante su propio proyecto, Diego se gana la vida dando cursos y diseñando para terceros bosques comestibles o plantaciones de agroforestería regenerativa, que combina distintas especies para recuperar los suelos degradados y que en cinco o diez años puede dar ganancias. Según explica, en Galicia está empezando a despertarse el interés por estas ideas, pero a la gente aún le cuesta dar el salto. Para que la cuestión económica no sea un freno, Diego ha creado la fundación Sol Nascente, que busca fondos y donaciones para impulsar proyectos respetuosos con la naturaleza. La sede está en Holanda, donde existe una fuerte concienciación sobre este tema y más facilidades para crear fundaciones de este tipo. La entidad dio este año su primera beca.

«La gente no entiende que plante xestas. Son útiles. Fijan nitrógeno y crean suelo»

Diego Reimóndez es consciente de que no todos los vecinos entienden su filosofía de cultivo. «La gente aquí está acostumbrada al monocultivo, a los eucaliptos plantados en hilera... Al principio incluso hubo fricciones con mi propia familia», confiesa. «Cuando hice un cierre con silvas, la gente me miraba raro», explica. Su amor por cualquier especie —incluidas las denostadas en Galicia— incluso le generó algún problemilla vecinal. «A mi me encanta la silva. La finca está cerrada con un seto de silva porque tenemos ocas y así no se escapan. En el futuro también meteremos cabras. La idea es que haya diversidad vegetal y animales sueltos», explica. «También planté xestas. Son muy buenas para el terreno. Fijan nitrógeno y crean suelo», dice. «A la gente le extrañaba. Al principio me conocían como ‘el que planta xestas'», cuenta sin rencor.