Puede alumbrar en torno a cuatro millones de insectos cada tres meses
09 jun 2021 . Actualizado a las 09:16 h.Xosé Lois Pintor es profesor del centro de promoción rural EFA Fonteboa, en Coristanco. Allí, detrás de la pista polideportiva, ha colocado, convenientemente tuneada, la vieja caja de un camión frigorífico. Lo que ocurre dentro puede ayudar a paliar la alarmante desaparición de las abejas, imprescindibles para la vida tal como la conocemos, pero amenazadas por pesticidas, incendios y, en general, falta de biodiversidad.
Mezclando ciencia y ingeniería casera, el docente ha construido una incubadora con la que consigue triplicar la capacidad de cría normal de una colmena. Se trata provocar más puestas de las reinas y crear las condiciones perfectas para que el proceso, que dura 21 días, se desarrolle sin problemas.
A las 72 horas el huevo de abeja eclosiona y nace la larva, que dedica otras seis jornadas a alimentarse gracias a sus compañeras adultas. Después se encierra en la celda y comienza la metamorfosis. Durante ese tiempo, lo único que necesita son niveles concretos de humedad y temperatura, que debe procurarle la colmena. Xosé Lois Pintor no solo les ahorra ese trabajo, con lo que pueden dedicarse a menesteres más productivos, sino que, además, sustituye las celdas ocupadas por otras vacías y la reina entiende que puede poner de nuevo, con lo que se multiplica el número de crías. Así, con 10 colmenas, que son las que hay en el entorno, pueden llegar a producir casi cuatro millones de individuos cada 90 días.
Todo este trabajo tiene como finalidad intentar reponer parte de ese 30 % de abejas que se calcula que han desaparecido de la faz de la tierra. Para el docente, la única forma de poder mantener la labor que realizan estos insectos es reponer los sujetos perdidos a base de la cría intensiva.
Enjambres
La vieja caja del camión alberga la incubadora y varias colmenas, a las que se dirigen las nuevas abejas cuando salen. Es fundamental que tengan enjambres a mano porque estos insectos tan organizados no son nada si no tienen quien los dirija. Cuando ya no hay espacio en los grupos formados es necesario ofrecer una nueva reina a las abejas jóvenes, por lo que también se crían junto a las obreras, aunque la técnica para hacerlas es distinta.
Xosé Lois Pintor echa de menos aquellos tiempos, no tan lejanos, en los que en todas las casas de la zona rural había un cobo, la colmena más primitiva. También cuando el monocultivo del maíz y del eucalipto no se había extendido tanto, dejando a las abejas sin la diversidad de polen que necesitan o cuando el interés por producir desechó las variedades de insectos más débiles, reduciendo la biodiversidad. Si a todo esto se le añade la omnipresente velutina, la necesidad de aumentar el «gando», como llama a las abejas, es más necesaria que nunca, aunque no vaya a resolver los problemas que las hacen desaparecer. Lo único que puede hacer, en este contexto, es intentar reponer los sujetos que se pierden en el menor tiempo posible.
Pero como la labor de un profesor tiene que terminar siempre en la enseñanza, la mayor parte de los alumnos de Fonteboa han podido pasar ya por estas instalaciones. Todos conocen al profesor casi jubilado que fabrica hidromiel, lo que bebían los dioses romanos en el Olimpo, y que conseguía reunir antes de la pandemia a más de setenta apicultores del entorno en sus catas de miel o en el club montado para intercambiar ideas e información sobre la cría de las abejas, todo ello en un centro educativo en el que se desarrolla también un programa integral de formación apícola al que acuden personas de toda Galicia.