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El punk regresa con los esquiladores a la montaña ourensana: «Mientras haya oveja, habrá trabajo»

Lorena R. de la Torre EFE / OURENSE

GANADERÍA

Brais Lorenzo | EFE

La cuadrilla que ha llegado a Vilariño de Conso calcula que rapará esta temporada a unas 75.000 ovejas

15 ago 2024 . Actualizado a las 12:00 h.

En una granja ovina de Vilariño de Conso suenan los acordes de Kortatu. Comienza el esquilado, una estudiada rutina en la que no falta la música. Esquilan mientras suena punk, reggae y ska. Siguen el método neozelandés, según explica a EFE Adriano Borrás, más conocido como Atilano, un experimentado esquilador. La técnica llegó a España en los años ochenta y consiste en rapar a las ovejas «en suelto», esto es, la retirada del vellón de una sola pieza, una vez inmovilizado animal de forma similar «al judo» para así estresarlo menos.

Con más de tres décadas de experiencia a sus espaldas, Atilano conoce a la perfección los entresijos del oficio. Los ganaderos quedan encantados y demandan sus servicios año tras año. Estos rapadores de montaña crean un emotivo vínculo con los propietarios de las ovejas. Atrás quedan los años en los que llegaban esquiladores polacos que no acababan de convencer a los ganaderos por cómo trataban a los animales. De fondo suena No hay miedo, de Rock de Palo; Sarri Sarri, de Kortatu o River, de Marcus Gad & Tamal. Coinciden los trabajadores en que la música heavy relaja a las ovejas y a ellos les facilita la rapa.

«En Nueva Zelanda les ponen heavy a saco y las ovejas, que se ve que son muy locas porque están todo el año sueltas, viven en el monte y solo las bajan para quitarles los corderos y raparlas. Con la música, se quedan más tranquilas y no se centran tanto en que vas a raparlas. Con los años, ya saben que es el día de la rapa», explica Atilano.

Una de las especificidades de estos grupos es que se desplazan en cuadrillas. Como mínimo, acuden dos personas: el rapador, que se encarga de esquilar las ovejas, y quien se ocupa de inmovilizarlas. En explotaciones más grandes y con un importante número de animales, pueden llegar a acudir diez personas.

Para atender toda la demanda se distribuyen por zonas, a fin de reducir al máximo los desplazamientos del personal, fácilmente reconocibles por sus singulares «crestas», las furgonetas y sus rostros atezados, fruto de sus largas jornadas al aire libre.

Doscientas al día, 75.000 por campaña

Trabajo no les falta. «Es como ir al peluquero. Mientras haya ovejas, habrá trabajo. Siempre habrá que raparlas»; señala Atilano. Pueden llegar a rapar más de doscientas ovejas en un sólo día, en torno a veinte o treinta por hora. Desde marzo o abril _en función del frío_, los rapadores raparán a unas 75.000 ovejas, no sólo en Galicia, sino también en otras comunidades como Asturias y Castilla y León.

A Atilano le acompaña Kevin Daniel Wuttke Durán, de 32 años. «Fui un mes con él a cogerle las ovejas y el trabajo me apasionó. Desde entonces, ya no paré. Me puse a estudiar, a ver vídeos de posturas para saber cómo agarrar al animal. Está todo estudiado», sostiene.

Para los que quieren continuar con la tarea una vez finalizada la campaña la opción pasa por viajar a otros países. Francia, Escocia o Nueva Zelanda son sólo algunas de las opciones para encontrar trabajo. «Cuando aquí llega el invierno, en Nueva Zelanda es verano», precisan.

Pese a no ser un oficio reconocido _no hay estudios para aprender a esquilar ni muchos trabajadores especializados en Galicia_ coinciden en que tiene algo especial. «Prefiero estar trabajando en el campo que en cualquier bar de la ciudad», asiente María García, quien, a sus 29 años, también forma parte de la cuadrilla.

El problema para los ganaderos pasa hora por qué hacer con la lana extraída. En los buenos tiempos, llegó a pagarse por ella hasta un euro por la resultante de cada animal, pero, en la actualidad, no encuentran a quién vendérsela.

El resultado: kilos de lana en almacenes a la espera de poder darles una segunda vida. Pese a que, en el pasado, era un complemento para la economía de los ganaderos, actualmente se ha convertido en residuo y piden soluciones, incluso quemarla.