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La segunda repoblación de Vilariño

María Cedrón REDACCIÓN

SOSTENIBILIDAD

Las cabras de Antonio pastan en terrenos de un monte vecinal en man común ayudando a la lucha contra el fuego
Las cabras de Antonio pastan en terrenos de un monte vecinal en man común ayudando a la lucha contra el fuego VÍTOR MEJUTO

A diferencia de hace diez años, los nuevos vecinos traen ideas de negocio

12 abr 2023 . Actualizado a las 16:59 h.

Hace diez años un grupo de familias naturales de Vilariño de Conso, un concello del macizo central ourensano de 505 vecinos con una renta disponible bruta por habitante de 8.691 euros gracias en parte a sus embalses, idearon un plan para salvar una escuela que después de haber sido un referente a nivel de intercambio internacional de profesores estaba abocada al cierre por la falta de alumnos. Justo cuando los coletazos de la crisis económica del 2008 continuaban pegando fuerte en las ciudades lanzaron una golosa oferta: ofrecían casas con un precio de alquiler muy barato a familias con hijos que quisieran asentarse en el pueblo. Su fórmula atrajo a once de toda España pero, aunque se empadronaron y lograron evitar el cierre del colegio, aquel plan no se consolidó. Porque del mismo modo que llegaron a Vilariño, la mayoría fueron marchando cuando le surgió otra oportunidad. 

Pero desde hace poco más de dos años, coincidiendo con otra crisis —no económica, sino sanitaria—, nuevas familias han desembarcado en el concello para poner en marcha proyectos de futuro ligados a la ganadería o al sector servicios. También hay retornados que aprovecharon el teletrabajo para regresar a la aldea y, aunque ya todo ha vuelto a la normalidad, han optado por continuar en el pueblo. «Estamos moi ilusionados con isto», confiesa la alcaldesa, Melisa Macía. Algunas de esas familias, como la que forman Paula, Antonio y Gaia, han venido con hijos aportando también su pequeño grano de arena para que la escuela continúe abierta. Aunque ya no es el centro escolar de finales de los noventa a donde incluso vinieron profesores de Japón.

Antonio y Paula en el establo con sus cabras
Antonio y Paula en el establo con sus cabras VÍTOR MEJUTO

Gaia es una de los ocho alumnos de Infantil que están a cargo de María José, la encargada de la escuela unitaria. Comen juntos, un menú que elabora cada día Lina, la cocinera. Hasta obtuvieron un premio de chefs saludables. Juntos forman una pequeña comunidad en la que conviven alumnos del pueblo con otros que llegaron de Castilla y León y de Extremadura.

De ahí es precisamente de donde llegó Gaia con sus padres cuando solo tenía año y medio. La razón que los condujo hasta Vilariño fue la de poner en marcha una idea en un concello donde la principal actividad económica es la ganadería. De hecho, no son los únicos nuevos vecinos que han abierto una explotación. «Antonio asesora ganaderías ecológicas regenerativas por toda España. Nosotros queríamos desarrollar un proyecto propio en Extremadura, pero nos encontramos con muchas dificultades. Como en Galicia tenía varios clientes, estos le comentaron que aquí había más opciones de acceso a la tierra», recuerda Paula, que, además de tener un negocio de adiestramiento y alimentación canina, trabaja también en el albergue municipal cuya entrada está escoltada por cuatro banderas: la gallega, la europea, la portuguesa y la española.

Y fue en la recientemente declarada aldea modelo de Soutogrande donde emprendieron su proyecto, una ganadería de caprino regenerativa. Y además de criar cabras y cabritos, pronto comenzarán a ordeñar para hacer queso o derivados lácteos. Porque Paula, Antonio y la pequeña Gaia han traído con ellos nuevas ideas para poner en marcha un tipo de explotación ligada al cuidado del medio ambiente y del entorno en una zona con una alta incidencia de incendios. «La ganadería regenerativa —explica Antonio poco antes de conducir su rebaño por el paso que lo lleva hasta el monte comunal— trata de reducir el impacto a nivel medioambiental con la mejora de la fertilidad de los suelos».

Eso es lo que intentan en el monte comunal al que han tenido acceso después de llevar viviendo en una «casa con fume» durante más de seis meses. Pero también en las fincas que les han cedido algunos vecinos a cambio de mantenerlas limpias.

Eugenia, que tomó las riendas del Bar Foliada,  pone un café a Carmen, que llegó hace poco desde Gijón
Eugenia, que tomó las riendas del Bar Foliada, pone un café a Carmen, que llegó hace poco desde Gijón VÍTOR MEJUTO

Al igual que Paula, Antonio y Gaia, Eugenia y Tomás Moisés también vieron en Vilariño de Conso una oportunidad para emprender un proyecto de futuro y, al mismo tiempo, generar riqueza en el pueblo. Ella es de A Rúa. Él de O Barco. Pero juntaron sus caminos en Vilariño de la mano de una oportunidad que, como dice Moisés, «nos surgió y la aprovechamos». En noviembre pasado se cumplió un año desde que tomaron las riendas del Bar Foliada, justo en el centro del pueblo. Y pronto completaron el negocio con la pensión Río Cenza y, piensan quizá en un futuro abrir también un restaurante. Porque, como dice Eugenia, «la estación de Manzaneda está muy cerca de aquí». El problema es que la carretera que lleva desde Vilariño hasta allí «está fatal». Tanto que, como añade, «los portugueses que van hasta allí prefieren dar un rodeo».

Las comunicaciones son, a su juicio, uno de los grandes hándicaps con que se encuentran. Sobre todo quien no tiene vehículo para desplazarse a otros concellos como Isabel y su madre Carmen, que también llegaron hace poco desde Gijón. Y ahí están conviviendo con los vecinos del pueblo.

Un punto de atención a la infancia que acoge niños de otros concellos

Gorka con su tía en el Punto de Atención á Infancia del concello de Vilariño  de Conso
Gorka con su tía en el Punto de Atención á Infancia del concello de Vilariño de Conso VÍTOR MEJUTO

Gorka está feliz. Disfruta de una galleta que muerde con sus primeros dientes. Gorka vive en Viana do Bolo, pero ha comenzado el período de adaptación a la guardería en el Punto de Atención á Infancia de Vilariño de Conso. «En Viana estaban todas las plazas completas. Por eso vino aquí», explica su tía Noelia. Ella es educadora infantil y hace tan solo un mes se mudó a Vilariño de Conso desde O Barco. Ahí vive con su pareja y también estudia la oposición. «Esto es todo paz», dice mientras cuida de su sobrino tras salir de un aula a la que se ha adaptado como el que más. Eso que en marzo llevaba solo un par de semanas en la escuela.

Gorka no es el único alumno de este centro municipal, totalmente gratuito tanto para los que están empadronados en el concello como para los que no, que viene desde Viana. «Hai nenos que viñeron despois tiñan praza alá, pero xa non quixeron mudar», explica Yoli. No es para menos. Ahí tienen parque de bolas, un gran televisor en el que pueden disfrutar de algún dibujo animado, pequeños pupitres para pintar y, sobre todo, la atención constante de estas dos educadoras.

Yoli y Ampa son las que se encargan de atender a los nueve niños que hay matriculados este curso. Yoli mira el reportaje que había salido en prensa hace diez años sobre la primera repoblación de Vilariño y sobre el colegio que se levanta justo al lado del Punto de Atención á Infancia. El que se salvó del cierre por los pelos aquella vez. Recuerda perfectamente a aquellos niños. Alguno pasó por sus aulas, pero desde que se fueron del pueblo no ha tenido muchas más noticias.

Tanto a ella como a Ampa lo que les gustaría es que vinieran más niños al PAI, un servicio puesto en marcha para que las familias puedan conciliar. Tienen veinte plazas con un horario de 8.30 y 15.30 horas. Con esta segunda repoblación de Vilariño algún alumno nuevo ha llegado también al centro. No son de la zona, pero como dicen con orgullo de «fora ou non, todos tocan o folión». La Foliada Ibérica, propia de esos concellos del macizo central, puede ser una muestra de integración.