«Me miré al espejo y vi un monstruo»
Walter tocó fondo tras desfigurarse rostro y cuerpo hace 16 años. Hoy lleva una vida normal gracias a su tesón y la pesca
Informo sobre lo que ocurre en A Coruña y su comarca
Es difícil ponerse en la piel de quien no tiene piel. Walter se quedó sin ella una maldita noche del 2002, cuando salió de su coche accidentado transformado en una bola de fuego. En aquel infierno de metal se quedó para siempre su mejor amigo. Y tuvo que recuperarse de la gran pérdida al tiempo que asimilaba su rostro desfigurado, su dependencia de una silla de ruedas, y unas manos con las que ya no podía ni coger un vaso. Hoy, 16 años después, Walter camina con cierta normalidad, ha aceptado su rostro veteado, y se ha convertido en una referencia en el mundo de la pesca, grabando documentales por todos los océanos para una gran productora internacional. La historia de superación que narra a La Voz está a punto de poner una hermosa guinda. En mayo se casa con Iria.
Los injertos de piel son continuos, ya ha entrado 38 veces en quirófano para su recuperación Pasó un año entero en el hospital tras el accidente, ocurrido en la avenida Alfonso Molina de A Coruña. Un tercio de toda su piel tenía quemaduras de tercer grado y en su cama del hospital solo tenía dos consuelos: «La compañía de mi padre y los chutes de morfina». No veía el momento de volver a su casa. Y un día regresó gracias a un permiso «de fin de semana». Los médicos se lo concedieron para animarle pero, contra todo pronóstico, el día que dejó el hospital fue de los peores de su vida. «Nunca me había visto la cara y entonces me vi en el retrovisor del coche de mi padre... No puedo explicar lo que sentí, vi un monstruo», recuerda. Se hundió y le dio orden a su padre de ir a casa de los abuelos, lejos de los amigos y demás conocidos. «Eché de mi vida a todo el mundo, me aislé...».
-¿Cuándo sentiste que tocabas fondo?
-Cuando ves que no te puedes limpiar la mierda tú mismo.
Pero entonces, a instancia de sus padres, se levantó. Literalmente. Ingresó en un hospital privado de recuperación. «Natalia, mi fisioterapeuta, peleó muchísimo conmigo para que yo me recuperase. Gracias a ella empecé a caminar», dice Walter. Aquel proceso corrió paralelo a los innumerables injertos de piel que necesitaba periódicamente. «Me la sacan del pecho y me la trasplantan más arriba, y las cejas son de pelos de la cabeza, así todo», dice riendo.
Psicólogo de sí mismo
En su resurrección su cuerpo fue por delante de su cabeza. Su ánimo se quedaba atrás. Cada espejo era un golpe de realidad que le sumía. Lejos de encontrar consuelo en los psicólogos, discutía con ellos. «¡Pero cómo vas a aceptar esta cara! ¿Por qué la gente a la que le sale una verruga se la quita y yo tengo que seguir como un monstruo? Es muy fácil hablar».
Pero un día dijo que él sería su propio psicólogo, que necesitaba romper con las rutinas hospitalarias. Y que lo conseguiría a través de su afición de siempre. «La pesca me salvó la vida». Tuvo que empezar de cero. No es fácil pescar con dedos más cortos. Se instaló en el salón de casa para practicar los nudos, el lanzamiento y la recogida... Y salió de casa para irse a los chipirones, «de noche, sin que nadie me viera». Y un día le dijo a su padre -Paco, una parte fundamental en su recuperación- que preparase la lancha, que se iba él solito a pescar. «Era gracioso ver desde el mar el coche de mi padre medio camuflado siguiendo el barquito desde la costa», ríe Walter.
La captura más emotiva
Las doradas le picaban pero él era incapaz de subirlas, sus manos -maticemos: siete falanges y tres dedos en garra- no eran capaces de dominar la caña y el carrete. Pero un día cambió su suerte y emociona oírle narrar aquel momento: «Levanté la primera dorada, la puse en medio de la lancha y le perdoné la vida, la devolví al mar entre lágrimas, superemocionado. Esa dorada me hizo muy feliz».
Pero los espejos le seguían amargando. Y optó por una terapia de choque: se abrió un blog de pesca, El Tanero Fishing («tanero por tanas, que es como le llaman a las doradas en la zona de Ortegal»), donde expuso vídeos y recibió muchos halagos. «Era incapaz de verme en las imágenes, estuve a punto de cerrarlo todo de nuevo». Pero su pareja se lo prohibió. Llegó el bum de las redes sociales y el Tanero empezó a viajar por España a dar charlas de pesca, salió en todas las revistas especializadas,... La explicación de su logotipo es muy reveladora. Se trata de una dorada en semiperfil dibujada sobre un fondo azul electrificante, como si se tratase de llamas de un extraño color. Es su yin y yang particular. El fuego que le sumió en el infierno y la dorada que le salvó la vida.
Es un ídolo en la ciudad turca de Esmirna, donde da nombre a varias tiendas de pesca «Un día me llaman de Turquía para ir a dar charlas». Y cuajó de tal forma en aquel país que hoy su apodo da nombre a una cadena de tiendas de pesca, con un gran mural con su rostro en el interior. Aquello le llevó a ser contratado por una potente productora turca que le ha llevado a grabar reportajes de pesca por lugares como Madagascar, cuyos vídeos le han multiplicado la fama. «En Esmirna (la tercera ciudad más poblada) la gente me para por la calle para pedirme autógrafos». Y para sacarse fotos, que Walter ya no evita. Porque, ahora sí, cuando se mira en el espejo ya no ve un monstruo sino un tipo que ha regresado del infierno, un accidente que le ha dejado marcado por fuera pero también por dentro: «Te lo juro, no pasa un día sin que me acuerde de mi amigo».